SHANGAI · SUZHOU · TONGLI · HANGZHOU · MEI JIÁWN · GUILIN · JANGSHUO · XI'AN · LOUYANG · DENG FENG · ZHENGZHOU · BEIJING
con viajes PLANETA AZUL
SHANGAI
Aeropuerto internacional de Pudong, Shangai 9,30h. La primera sorpresa al llegar a China ha sido la facilidad en el acceso, después del miedo acumulado a la gripe A. La posibilidad de retención indefinida en un hotel hasta pasar una hipotética cuarentena o, en el Aeropuerto o, el fraccionamiento del grupo, todo habían sido especulaciones. La entrada y el visado en el país, creo que no llegó a durar más de 5 minutos.
Al despertar y verme solo, me levanté y salí a la calle, me bastaba con conocer por lo menos los alrededores. Estuve caminando casi tres horas, contemplaba las muchas edificaciones modernas de considerable altura y viendo el continuo transitar de una parte a otra de muchas gentes, muchas, muchísimas. Aparentemente son todos muy modernos, de apariencia occidental. Recorrí varias manzanas, siempre en círculos para intentar no perderme, aunque llevase el plano de la ciudad. Terminé comiendo un par de pinchitos de carne asada en un puestecillo ambulante que se encontraba en una especie de callejón, entre altos bloques.
Nos acercaron al Templo del Buda de Jade, fue la primera visita guiada. Una figura bastante bella en un recinto religioso escamoteado en una calle cualquiera. Mucha gente, muy pocos turistas, la mayoría seguro que locales. Todos rezan a las muchas figuras de Buda que se distribuyen en los distintos pabellones del complejo, el principal el Sakyammuni. Todos realizan ofrendas, jóvenes y mayores utilizan unas bolsas de papel donde introducen infinidad de figuritas más pequeñas papel plegado que queman en enormes incienciarios donde hunden sus plegarias, acompasados con innumerables genuflexiones a las cuatro puntos cardinales, queman incienso y depositan monedas en huchas situadas delante de las figuras.
Shangai, una ciudad cosmopolita, la cruza el gran río Huangpu, el que da significado a su nombre “hacia el mar” y que la divide en dos grandes zonas, el Bund y el Pudong. Cuajada de grandes y altos edificios, los más fastuosos en el Pudong, la representación la gran y moderna metrópoli cosmopolita y de corte occidental, donde se asienta el área financiera, espectaculares rascacielos, van batiendo record de altura uno tras otro, aquí se cobijan lo hoteles y grandes negocios, se aprecia un alto nivel de vida y crecimiento que no cesa, la torre de la Televisión, el hotel Hyatt y el colosal Centro Financiero. Al otro lado, en el Bund quedan los restos de la ciudad antigua y tradicional.
Cosmopolita como cualquier ciudad del viejo occidente, el trasiego es incesable, ir y venir de vehículos y, como no, muchos chinos de un lado para otro. Limpia, de grandes avenidas, muchas y buenas vías de comunicación, grandes escalextrics de varios niveles aparecen en los nudos de circulación y porqué no decirlo de una calidad arquitectónica que me parece envidiable, la arboleda y zonas verdes son magnificas, muy cuidadas y generosas, explanadas de césped, grupos de arbustos y árboles, muchísimos gingos (Ginkgo biloba). El tráfico intenso, coches, mejores y peores, viejos y nuevos, tartanas y buenas marcas, nacionales y de importación, muchos taxis y autobuses, circulando en todas direcciones e infinidad de ciclomotores, la mayoría impulsados por motores eléctricos y bicicletas, generalmente viejas y rudimentarias, de un solo piñón. El discurrir parece frenético, es intenso y con un aparente caos, llegando en alguna ocasión ha enzarzase en pequeñas broncas. A veces he sentido la curiosidad de sentarme a observarlos, a esa gran cantidad de gente que inunda todos los lugares, los peatones, de todas las edades, delgados y bien formados, diría que son hasta guapos, gente simpática y afable, de un nivel social supuestamente medio, de apariencia occidental y, aunque los guías advierten que hay que tener cuidado con los ladrones, no he sentido la necesidad de estar vigilante. Me marcho encantado de esta ciudad, calurosa pero no sofocante que incluso nos ha regalado varias lloviznas.
Desde el “Puente metálico del Jardín” en el Bund, en la desembocadura del quizás canal más importante de los muchos que cuartean a la vieja ciudad al gran río Huangpu, unas cuatro veces el ancho de nuestro Guadalquivir, sorprende lejana y orilla opuesta de donde destacan los rascacielos del Pudond. El “Centro Comercial Financiero” con sus 490 metrosdicen que hoy es el rascacielos mas alto del mundo, dejando atrás a las torres Jinmao y de la Televisión. La frenética carrera por construir más alto continúa, el próximo hito estará en Dubai con más de 800 metros, difícilmente superable. La subida al mirador ha valido la pena, en contraste con la desafortunada apariencia exterior de abridor de cervezas. Después de un buen rato oteando el paisaje, contemplando como los rascacielos se quedaban sucesivamente por debajo del siguiente y al gran Huangpu, surcado por innumerables cargueros serpenteando las dos mitades de la ciudad, La espectacular moderna, con construcciones en altura, quizás haya aniquilado gran parte de su intrincado y desconocido pasado.
Es evidente la veneración de estas gentes a las plantas, llevada a su expresión culmen en la jardinería. El sauce llorón es el símbolo de la docilidad y de la feminidad, permite alejar a los demonios; el bambú simboliza la modestia y la rectitud (tallo), la humildad (hueco), y la eterna juventud (hojas verdes) y representa con frecuencia la escritura, su presencia transmite serenidad al paisaje; el loto simboliza la pureza, con sus flores emergiendo del lodo, es así mismo una metáfora del honesto hombre confuciano. La vegetación compuesta de arbustos. Pinos, ginkos, buganvillas, arrayanes, granados, celindas. Las rocas, se disponen de diferentes maneras, acumuladas para producir el efecto simbólico de una montaña o, formando parte de estructuras, como de telón de fondo de perspectivas, contribuyen disimuladamente a dar impresión de amplitud pese a la pequeñez del jardín o, peñascos, dispuestos solitariamente, escogidos en razón de sus formas tortuosas, representan la incertidumbre y el equilibrio precario, constituyen la osamenta del esqueleto de la Tierra simbolizada por las montañas, representadas aquí en miniatura. Los animales pueden estar presentes o simbolizados por medio de esculturas. El dragón chino representa, o bien al emperador, no tiene connotaciones negativas. El fénix simboliza a la emperatriz, asociado con el dragón representa a toda la China. La tortuga es frecuentemente un símbolo de longevidad y resistencia. El pez representa la perseverancia, la carpa lucha contra corriente hacia la puerta del dragón donde se transformará en dragón. El murciélago significa suerte o fortuna.
HANGZHOU
Llegamos a, literalmente “la ciudad de los barcos”, la capital de la provincia de Zheijiang, situada en el extremo sur del Gran Canal, dicen que uno de los destinos más afamados de China. Su gran atractivo es el Lago Oeste “Xi Hu”, fuente de inspiración durante siglos de poetas y venerado por emperadores y políticos. Capital de la dinastía Song, cuentan que fue visitada por Marco Polo en el siglo XIII y que la describió como una de las ciudades más bellas del mundo. El calor y bochorno que nos acompañan son insoportables, llevo mojada la camisa con la constante exudación hasta empaparla. Opté por acercarme al lago, anochecía cuando vi que una gran multitud se agolpaba en un determinado lugar, curioseé a que se debía la expectación, me dijeron que esperaban la hora de celebración del espectáculo de la gran fuente de agua, aunque las mejores posiciones del paseo estaban ocupadas desde hacia tiempo, desde las últimas filas observé los gigantescos y múltiples chorros que brotaban en el borde del lago, crecían hasta tomar una altura considerable, subían y bajaban al ritmo de diferentes músicas bañados por los colores del arco iris, dicen que el diseño es del afamado director de cine Zhang Yimou.
A la mañana siguiente realizaríamos la travesía por el rió Li o Lijiang, hasta el que llaman poblado de Jangshuo con tan sólo 80.000 habitantes. Cuatro horas de navegación, cruzando el singular paisaje cárstico, el tan utilizado y manido de la pintura tradicional china. En las riberas destaca un bambú de extraordinaria belleza, cuyo nombre da fe de tal calificativo “cola de fénix”. En la cubierta despejada de la embarcación se llegaron a hacer millones de fotos. Ante el calor insoportable, el único alivio que encontraba era moverme, salía y entraba, subía y bajaba buscando el cobijo del aire acondicionado de las salas interiores de la embarcación, la experiencia valió la pena.
Desde los vendedores fluviales ambulantes que se acercaban en sus pequeñas embarcaciones ofertando baratijas a cambio de supervivencia, balsas construidas con cuatro o cinco cañas de bambú atadas y que atosigaban a los turistas por las ventanas en una situación real de riesgo. A los pescadores, que utilizando el mismo tipo de balsas sacaban futro del seno de las aguas fluviales, unos utilizaban cañas, y otros, a esos negros y pescuesudos cormoranes domesticados que mas que aves parecen perros. Y esos búfalos, metidos en el agua, comiendo la vegetación del fondo con sus cabezas sumergidas más de un minuto, la poca profundidad del cauce y la transparencia del agua les facilita tan peculiar método de alimentación. Y del paisaje que decir, aunque ya vi algo en algún documental, es formidable; infinidad de picos calizos jalonan todo el recorrido.
JANGSHUO
Después de recorrer un paseo cuajado de tenderetes desde los embarcaderos a la zona de hoteles, llegamos al nuestro. Una vez acomodados y a petición de nuestro guía local quedamos en el hall para tratar sobre la actividad programada para la mañana siguiente y consistente en un paseo en bicicleta por los campos de arroz a las afueras del poblado. Cuando se detecto que en el grupo tan sólo cuatro montábamos en bici, se montó una especie de amotinamiento, se habló de fraude, denuncia y engaño. Incluso afloraron los malos modos, el guía callado nos miraba con asombro y estupor, por momentos intentó que la situación no se le fuese de las manos. Tras unas llamadas a las agencias, china y española, se acordó que utilizaríamos el pequeño microbús en el que realizamos los traslados estos días y, que discurriríamos por caminos adecuados a este alternativo transporte y, que bajaríamos en determinados puntos de interés, desde donde haríamos pequeñas caminatas.
Me acerqué al guía para darle un poco de ánimo y expresarle que no todos éramos ni opinábamos igual. Él más joven que yo, me respondió con expresión atónita “si yo soy un hombre bueno”, aquellas palabras que salieron de lo más hondo de su corazón me dejaron perplejo, entendí que él luchaba para sacar adelante a su familia −me mostró una foto de sus dos hijos− y que el odio percibido le hacía un tremendo daño. Estos pequeños instantes dan valor a todo un viaje.
Personalmente me hubiese gustado hacer el camino en bicicleta, pero nos subimos todos al micro. Paramos cerca de unos arrozales y nos adentramos por unos senderos terrizos donde observé que estos pobladores no solo siembran arroz, también había hortalizas, cacahuetes, mandarinas, naranjas, toronjas y otros frutales, eso si, el arroz no faltaba por doquier. Estos campos se encuentran jalonados por mogotes como los que acompañan al río Li.
En la siguiente parada visitaríamos la casa de una campesina, una viuda muy mayor, pequeña y delgada mujer de 81 años, sin apenas dientes, pero con una amabilidad infinita. Nos enseñó su rudimentaria casa. En la entrada y cerca del camino se encontraba la cocina, toda ennegrecida por el humo de los fogones, el acceso independiente del salón, dormitorio y despensa. Fue en el salón donde nos invitó a cacahuetes, quizás su manjar más preciado, nos sentamos todos en unos taburetes, rodeados de canastas de arroz y fotos gigantescas de Mao, nos iba desgranando distintos episodios de su vida, su experiencia con el comunismo maoísta y la apertura actual. Nos enseñósu pequeño dormitorio, su cama, una tabla. En la otra habitación guardaba su ataúd, preparada ya para recoger sus restos y darle sepultura cuando Buda quisiera albergarla en su regazo. Únicamente los campesinos tienen este privilegio en China, el resto de los mortales son incinerados. Aquí acabó nuestra visita a los arrozales, creo que ha sido interesante y productiva, aunque algún que otro viajero se queje de lo ofertado.
GUILIN
En el autobús el guía, seguro que haciendo de tripas corazón, se expresaba amable en todas sus palabras, nos dio detalles de la famosa carne de perro, muy calorífica y que únicamente se come en invierno. Los animales se sacrifican con mas o menos año y medio, cuando alcanzan los 15 kilos de peso, la carne más preciada corresponde a los perros de pelaje rubio, después los blancos, los siguientes los de colores y por último los negros –los que tienen mayor suerte–, de una especie china parecida al labrador. Se empeñó en que conociéramos algunas palabras del vocabulario mandarín, algunas esenciales “cerveza fría –bing pí jíu–”, por su puesto y, muchas otras, como los números, saludos, etc.
Hoy toca todo el día libre, después de desayunar he quedado con mi compañero para acercarnos a la Colina Solitaria. Salimos caminando por el parque construido en el borde del lago Roung Hu. Hemos tenido la ocasión de observar como este pueblo le da un uso tan saludable a las zonas verdes. Unos grupos juegan a las cartas, otros toman simplemente el sol, otros pasean o practican la música, un coro de unas veinte personas de edades y sexos diferentes ensayan en un templete con su partituras y su director batuta en mano, más adelante una chica cantaba acompañada de un huqin, violín chino de una sola cuerda y una caja hexagonal, un platillo y un pequeño tambor. También nos topamos con tres mujeres practicando tai chi, ya casi al final, debajo del puente otro grupo mucho mayor de hombres y mujeres practican el tango, muy del gusto de los chinos, acompañados por un simple radio-casette.
Continuamos callejeando un rato más hasta llegar a la muralla del recinto del Palacio de Wang Cheng del siglo XIV a cuya espalda se encuentra el Pico de la Belleza Solitaria, una gran roca de 152 metros de altura a la que se asciende por unas escaleras bastante empinadas y que se sitúa en medio de una ciudad relativamente llana. Antes de subir al pico entramos en las grutas que se encuentran en su base, su recorrido laberíntico se encuentran salpicado de pinturas e inscripciones relativas a la corte de Whang Cheng. Comenzamos a subir por una única escalera empinada y estrecha de ida y vuelta, constantemente nos cruzábamos con gentes en dirección contraria, pero al fin llegamos a la cima. El día claro permitía contemplar la ciudad en toda su magnitud, a su pies se divisaba el recinto amurallado, perfectamente rectangular y con cuatro grandes puertas en sus ejes cartesianos.
Por no volver por mis mismos pasos me perdí callejeando, casi media hora más tarde en recuperar el borde del lago Rong Hupor, camino que utilicé por la mañana. Apurado, pero llegué a tiempo para la recogida de maletas para el traslado al aeropuerto, aquel al que días antes habíamos llegado de noche desde Hangzhou. La espera como siempre fue tediosa, a Xian llegaríamos haya sobre las 10, al aeropuerto internacional de Xi´an Xian Yang. En la salida el nuevo guía local, un chaval encantador, Daniel, micrófono en mano, después de saludar y darnos una cordial bienvenida a su ciudad, en un fluido castellano comenzó a hablar, a medida que avanzaba en el discurso se acrecentaba nuestra admiración, tanto por su fluido conocimiento de nuestra lengua, que ya echábamos de menos, como por los extensos conocimientos de su tierra natal.
XI'AN
Llegamos a la ciudad de “la paz en el Oeste”, durante muchos años la capital de la China. Hasta hoy habíamos pasado mucho calor, acompañado de un alto grado de humedad y por supuesto, bochorno y calor, ahora Xi´An nos recibía con lluvia y frío, o diría, más bien fresco, que por su puesto agradecía, entre 20 y 26 grados. El guía local, en un perfecto castellano continuaba aportando toda clase de datos.
Tres dinastías han forjado su destino, la dinastía Qin cuyo primer emperador Quin Shi Huang sentó las bases de lo que es hoy la actual china, que aunque duro algo menos de 30 años, desde el año 221 al 206 antes de Cristo, su legado cultural aún hoy día son vigentes en muchos de sus postulados: unifico las unidades de medida, la escritura y la moneda en todos los territorios sometidos. En el poco tiempo que gobernó dejo un importante legado, el más significativo, los ejércitos de terracota y el inicio de la Gran Muralla. Sucedió la dinastía la Han, la Segunda Dinastía, que dura hasta el siglo VI de nuestra era, con ella continua el engrandecimiento de la nación china que entra en contacto con Europa y se establece la Ruta de la Seda. Por último, la tercera Dinastía, la Tang, que dura hasta el siglo X, en ella se potenció la cultura, el conocimiento, es llamada la edad de oro, se construye el Gran Canal.
Pero todo empezó de forma casual, en los campos de trigo, hacia 1974 unos campesinos que excavaban un pozo descubrieron los primeros guerreros. Inicialmente con el descubrimiento se produjo un inmediato sabotaje, se robaron todos los elementos metálicos, muchos de ellos de oro y plata, casi todos los que adornaban a estos guerreros. En la siguiente década el gobierno inició el gran montaje que hoy contemplamos en este lugar y que ha hecho de Xi´An una ciudad prospera y rica, aunque aún, no se alcance el nivel de prosperidad de Shangai o Beijing. La población ha aumentado hasta los 8 millones de habitantes y ha desaparecido en gran parte la agricultura, dedicándose gran parte de la población al sector servicios.
Iniciamos la visita por la Fosa 1, la mayor de las tres. Dicen que alberga cerca de 600 guerreros en formación de batalla orientados hacia el Este. Tres filas de arqueros seguidos por el grueso del ejercito, detrás hasta hubo 35 carros, hoy desaparecidos. La cantidad de turistas aglomerados en torno a los pasillos que bordea la fosa era ingente, muchos nacionales, como en todos los otros lugares visitados, sus jóvenes ponían caras graciosas, hacían gestos y sonrisas queriendo quedar inmortalizados para sus propios amigos a los que les enseñaban divertidos los visores de sus cámaras. La Fosa 3 es la menor, en su interior se encuentran 36 guerreros y algunos caballos, pudiese tratarse del cuartel general, por el gran número de oficiales encontrados. En los paneles explicativos se informa sobre los colores que recubrían a las figuras, realizados con pigmentos naturales que se desintegraron inmediatamente al contacto con la luz, esta circunstancia a provocado acertadísimamente que los arqueólogos chinos no siguiesen descubriendo más figuras, en tanto no se resuelva el problema de la fijación de los pigmentos. Por último accedimos a la Fosa 2, la segunda en tamaño, alberga más de 1000 guerreros, la mayor parte de estos están sin desaterrar, por el contrario se aprecia claramente las techumbres de madera realizadas con rollizos hundidos. En el mismo recinto se encuentran unas urnas con las distintas figuras, las más representativas, donde pudimos contemplar de cerca los detalles. Sorprende que las puntas de las flechas se encontraran bañadas en cromo, o sea, galvanizadas para evitar la corrosión. Pensar que este descubrimiento no llegó a Europa hasta comienzos del siglo XX, nos da una idea de la capacidad de invención de estas gentes.
Salimos del recinto arqueológico listos para almorzar, lo que hicimos en un centro comercial cercano. Por la tarde visitaríamos la Pagoda de la Oca o del Gran Ganso. El templo budista más famoso de Xi´An dedicado aún al culto, donde ha sido muchos los budistas chinos con que nos hemos encontrado, se acercan para cumplir un viejo deseo, subir a la Gran Pagoda. Acabada su construcción en el año 652 con el objeto de guardar los “sutras” budista traídos de la india por el monje Xuanzhuang, el que pasóen ésta, 19 años traduciéndolos. La pagoda es de planta cuadrada y siete pisos de altura, ejecutada con fábrica de ladrillo y muros interiores de tierra. Su planta interior se compone de una sala cuadrada por planta y cuatro bóvedas de cañón en cruz que rematan hacia el exterior en unos ventanales. Actualmente se encuentra vacía y una escalera de madera de tramos rectos que asciende en caracol posibilita su ascensión.
Continuamos nuestras visitas en un nuevo día de pertinaz e intensa lluvia, que no ha dado respiro alguno y, la ciudad más que mojada se encuentra chorreando y aunque pertrechados con impermeables y paraguas, no ha sido suficiente, he terminado con los zapatos calados y los pantalones mojados. Nos hemos acercado al centro de la ciudad, cruzando su magnifica muralla visitando el barrio musulmán al noroeste de la Torre del Tambor, pasamos por un zoco, un par de calles estrechas atestadas de tenderetes y tiendecillas. El suelo rápidamente se iba encharcando e íbamos sorteando los muchos y grandes charcos como podíamos, de allí a la Gran Mezquita, la más antigua y mejor cuidada de China, a la que accedimos tras girar por un recodo. Se encuentra bastante escondida y escamoteada en el caserío. Data de 732 después de la llegada a China en el siglo VII de mercaderes y viajantes procedentes de Persia y Afganistán durante la dinastía Tang, es una mezcla de las arquitecturas china e islámica, aunque ciertamente la oriental termina dominando claramente a la musulmana.
Se estructura como una casa tradicional china, ocupando unos 12.000 metros repartidos en cuatro patios concatenados orientados al Oeste, hacia la Meca, mezclándose los edificios con las zonas ajardinadas. No dispone de minarete o torre de llamada a la oración, esta función la desempeña un gran arco o portada de madera en el primero de sus patios, similar al muro de los espíritus de los templos budistas, también podría pensarse que la función de minarete la tiene una pagoda ubicada en uno de sus patios posteriores. En el tercero de estos encontramos, lo que podría ser la característica torre de oraciones de las mezquitas. Las pequeñas pagodas y unas salas alargadas adosadas a los muros laterales medianeros siguen siendo utilizadas para la enseñanza del Islam. Por último, en el cuarto patio, al fondo del eje compositivo, encontramos la mayor de las naves dedicada a la oración, con capacidad para mil personas, carece de columnas y todo su suelo se encuentra tapizado con esteras. Por supuesto, no nos dejaron pasar, aunque desde sus ventanales se divisaba un artesonado de color turquesa bellísimo.
Por la tarde visitamos el Museo de Historia, considerado como uno de los mejores de China. Comenzamos el recorrido por la planta baja donde se encontraban expuestos gran cantidad de objetos procedentes de la prehistórica y primera Dinastía, en especial, los trípodes, los de barro de las dinastías Zhang y Zhou, con un marcado aspecto erótico, semejante a mamas femeninas y los objetos funerarios de la dinastía Qin (guerreros de terracota). En la planta superior se exponían objetos pertenecientes a la dinastía Han, entre los mejores, unas 40 estatuillas de terracota de las tumbas de Xianggang, lámparas de bronce, figuritas Wei y animales mitológicos. En la misma planta encontramos otra sección dedicada a las dinastías Sui y Tang, destacando sus expresivos guardianes de tumbas y otras figuras humanas de cerámica con elaborados peinados y vestidos. Hora y media duró la visita, comenzamos el recorrido todos pegados al guía, escuchando atentamente sus explicaciones, pero íbamos perdiendo unidades a medida que avanzábamos, alguno le habría sobrado con un cuarto de hora, personalmente salí encantado, impresionado ante la capacidad de este pueblo desde tiempos inmemoriales, cada vez los admiraba más.
A la salida en pequeños grupos, cada uno optó por visitar un lugar, desde luego el tiempo no acompañaba, lo que provocó que algunos volviesen directamente al hotel. Nosotros fuimos a las murallas de la antigua Ciudad Prohibida, pocas ciudades la conservan en su totalidad. Construidas en el siglo XIV durante el gobierno de la dinastía Ming. De allí nos acercamos a la Torre de la Campana para visitar la zona comercial en torno a la calle Don Dajie Rd. Callejeábamos cuando observamos un puestecillo de comida, ¿por qué no probamos? y nos atrevimos con una especie de pequeños panecillos a los que añadían un huevo, carne y una especie de pasta, todo se freía en aceite de soja. Al principio hubo reticencias, pero al final todos compramos una, como no, muy baratas, acompañada con unas latas de cerveza. Al no disponer de un lugar mejor, nos sentamos en un poyete de un escaparate y merendamos.
Hoy dejamos Xi´An. Con la mañana libre nos hemos levantado más tarde. He aprovechado para una última visita al Bosque de las Estelas, acordé con mi compañero alquilar unos taxis para apurar mejor el tiempo, ya que nuestra Lonely avisa de la importancia de las colecciones expuestas. Situado a intramuros cerca de la puerta Sur, se organiza como cualquier construcción tradicional china, en jardines y pabellones. Alberga más de 1000 lápidas gravadas, entre estas, los nueve clásicos de Confucio, todas realizadas con caligrafía de gran belleza, entre ellas se encuentra una estela nestoriana del año 781 que supone el registro más antiguo de la presencia del cristianismo en China. En uno de los últimos pabellones hay montado un taller donde se realizan copias con tinta china negra en papel estucado, el proceso es cuidadoso y curioso de observar, su fin meramente comercial, la venta de recuerdos.
Después de almorzar nos trasladamos a la estación con destino, Louyang, llegaremos ya de noche. La salida sufrió un retraso más que previsible. Quedamos acomodados en el número 8 de 18 vagones, de un convoy blanco y rojo del que tiraba una vieja locomotora de gasoil. Comenzamos a movernos, nos alejamos de Xi´An, kilómetros y kilómetros, el tiempo (weather) cambia repentinamente, las nubes van dejando paso al sol y una atmósfera limpia parece despedirnos de una ciudad apasionante. Son ya muchas hora de trayecto, oscurece, se hace de noche y paseo por el tren, lo registro de arriba abajo, observo las caras de los pasajeros, muchos nacionales de tez oscura y pelo negro, me miran como preguntándose, que hará este por aquí. Por las ventanillas aprecio que nos acercamos nos acercamos a una ciudad y a su estación. El guía nervioso nos apremia, salimos a toda prisa, disponemos únicamente de 2 minutos para el desembarco, vemos como rápidamente el convoy continúa y se aleja en un atestado mar de raíles metálicos.
LOUYANG
La guía es una chica, sin casi respiro nos vuelven a informar. Ciudad mediana, sólo 6 millones de habitantes, el significado de su nombre “Ciudad de las Peonías”, flor originaria del país, conocida como rosa de monte y muy importante en su cultura.
La mañana luce hermosa y soleada, visitamos las Grutas de Longmen, a 10 kilómetros a las afueras, al Sur, próxima a sus áreas de expansión, cruzamos sus nuevas urbanizaciones en donde no se escatima gastos, algunas ya lucen altos y nuevos edificios de mínimas viviendas agrupadas en torno a núcleos verticales de comunicación. Al poco rato llegamos a la ribera del Río Yishui, a pie y cruzando unos cuidados jardines divisamos la entrada al recinto.
Realmente y aunque se denominan grutas, se tratan de unas capillas y nichos tallados en la roca, seguramente la piedra caliza de la falda de la montaña que bordea el río y que este excavo durante milenios. El monumento es considerado uno de los tres más importantes de China, se iniciaron los tallados de las capillas en el año 494 durante la dinastía Wei del Norte y la tradición continuó durante los cuatro siglos siguientes. Los más interesantes son los más antiguos. En total se pueden contemplar unos 2.100 nichos en los que se han esculpido unas 100.000 estatuillas de Buda, la mayor de todas alcanza los 17,14 metros; las menores, muchas de ellos son diminutas, con tan sólo 2 centímetros. Entre las tallas también encontramos inscripciones la mayoría de plegarias y pequeñas pagodas. Destaca el Templo de Fengxian, donde el buda gigante y sus cuatro discípulos, construido por el emperador Gao Zong, fueron tallados en sólo tres años.
Quizás, aún hoy el recuerdo mas agradable fuese cuando al termino de la visita, esperando la vuelta de los compañeros, me senté a descansar en una piedra, debajo de unos árboles cerca del paseo de la orilla, un anciano chino se aproximó a saludarme con gestos y mirada agradables, aprovechando la cercanía del guía, le dije que hiciese de interprete, le dije que lo que había visto por ahora de su país me había gustado mucho, le pregunté su edad, que donde era y en que había trabajado. Llegó a ofrecerme un cigarro, que aunque no me apetecía, fume gustoso en su compañía. Tenía 87 años y una salud y lucidez envidiables, había trabajado durante muchos años en una fábrica de componentes para electrodomésticos. Se acercó su mujer requiriéndole marcharse, también hacían turismo. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos.
Volvíamos a tener la tarde libre, me dediqué a pasear por un gran parque frente al hotel, parecido a un ancho boulevard. Muy cuidado y limpio, un aparente ambiente muy sano, abuelos con sus nietos, niños jugando, alguien que pasea a su perro, jóvenes sentados en los bancos, seguramente sería así, porque nos encontrábamos en la zona más rica y céntrica de la ciudad. Lo cruce entero alejándome del hotel para terminar sentado en un velador de un kiosco en el que entre la chucherías, vendían cervezas y salchichas, me tome un par de ellas, disfrutaba sin tener que hacer nada, observando como la gente cruzaba por delante de un lugar a otro, como una familia ponía a punto un castillo hinchable para el goce de los más pequeños, en estos, los niños disfrutaban como en casi cualquier parte del mundo. Aunque estaba algo lejos, me pareció que el niño que resbalaba por el castillo llevaba el culo al aire, me fije detenidamente y detecté esa extraña peculiaridad de los pantalones de estos niños pequeños, quedaban abiertos por delante y por detrás, dejando sus partes al aire para facilitar sus funciones vitales cómodamente y por su puesto, el ahorro de pañales, ya que sus padres los acercaban a los jardines y en cuclillas, ya os podéis imaginar.
El sol lentamente se iba ocultando entre los edificios y comenzaba a oscurecer, pensé que ya era hora de recogerme. Mañana nos queda otro día ajetreado y al atardecer nos acercarnos a Zhengzhou para tomar el tren nocturno que nos llevará a Beijíng, última de las ciudades que visitaremos en nuestro periplo por la China Imperial. No obstante, el programa se aprieta y el día quedará partido en dos y antes, nos acercaremos al pueblo de Deng Feng donde visitaremos el templo de Shaolin, cuna del Kung Fu, Aún mantengo vivos aquellos recuerdos de la serie de televisión de los años setenta que tanto marco mi adolescencia, siempre veneré a aquel pequeño saltamontes, Kwai Chang Caine interpretado por el difunto David Carradine y a su viejo maestro, a aquel monje ciego del templo de Shaolin que procuraba su correcta educación para la vida.
DENG FENG
Al llegar a Songshan, la montaña central de China, en el siglo VI, el monje budista de origen indio Bodhidharma o Da Mo se estableció en Shaolin para iniciar su enseñanza. Al principio solía escalar la montaña durante el día y sentarse una pequeña cueva que miraba al sol del amanecer meditando frente a la pared en posición de loto, por las tardes bajaba al monasterio a platicar de budismo con los otros monjes, pero después de un tiempo ya no bajo, se quedó sentado frente a la pared roca. Así paso los años, cuando se cansaba se ponía de pie y comenzaba a hacer ejercicios, algunos imitando a los movimientos y estrategias de defensa de los animales que observaba a su alrededor, desarrollando lo que después, se conocería como Gong Fu Shaolin, una vez el entumecimiento había desaparecido, volvía a la cueva y se sentaba, se deshacía de todo pensamiento y guardaba silencio. Dicen que nueve años estuvo en postura de loto y cuando se levanto, sus movimientos eran ligeros. En la piedra, ante la que se sentaba, quedó grabada su sombra, hasta el punto de poderse apreciarse hasta los bordados de sus vestidos, la gente la llamó "Piedra de la sombra". Debido a que la meditación es dura y supone un gran esfuerzo, sus seguidores o discípulos, comenzaron a ejercitar sus cuerpos imitando sus movimientos, llegaron a convertirse en un combate físico y espiritual, el Kung Fu o Shaolin Quan y poco a poco en Artes Marciales o Wu-Shu.
El templo de Shaolin comenzó a construirse en el año 495 en la falda de las montañas de Shaoshi a 13 kilómetros al noroeste del pueblo, bajo el pico Wuru, durante el dominio de la dinastía Wei del Norte. Se estructura como todos los que hemos visitado hasta ahora, en una sucesión de patios y pabellones en sentido ascendente. En este caso, como puerta de la montaña encontramos el templo del rey del cielo, del gran tesoro, el pabellón Hive, el recinto de los 1000 budas con los famosos murales de las dinastías Ming y Quin, los 500 arhats. En el interior del templo del vestido blanco están los cuadros de las tablas de boxeo y murales, salvamento del rey Tang por los trece monjes y el templo del fundador de Chan, al noroeste. A la salida, al oeste y a unos 300 metros al suroeste, al pie de la montaña, se encuentra una explanada repleta de pequeñas pagodas de ladrillo y piedra, edificadas a partir del año séptimo de Zhen Yuan, de la dinastía Tang, hasta el año octavo de Jiaquin, de la dinastía Qing, pasando por las dinastías Sang, Jin, Yuan y Ming.
Conocido tradicionalmente "Bosque de las Pagodas", es una importante colección de estupas conmemorativas de la virtud de la obediencia y el lugar de enterramiento de los monjes bonzos de prestigio y alta posición, sobre cuyos restos o cenizas se construía una torre como muestra de su vida virtuosa. En la actualidad existen más de 230, de variadas alturas, la más alta de unos quince 15 metros y de 1 a 7 pisos. En la parte Norte, la más elevada del recinto están las tres pagodas más conocidas del periodo Tang, en el centro, hacia el Este, se encuentra la Pagoda de la Longevidad y la del Templo del Crisantemo construida durante la dinastía Yuan, detrás de ellas figuran unas inscripciones realizadas por el monje japonés Shao Yuan, el más anciano hoy día del Templo Shaolin. El en el suelo terrizo de este extraño lugar, las estupas presentaban un orden aparentemente desordenado y arbitrario en el que se marcan las sendas por el deambulan los turistas, su encanto es especial, el abandono le confiere un aspecto romántico, dicen que en cada pagoda descansa un monje y una estela lo ensalza. Es curioso que conjuntamente con los campesinos, son los únicos enterramientos hasta ahora permitidos o consentidos.
Acelerábamos el paso hacia el carrito eléctrico que nos regresaría a la explanada en la que nos esperaba el microbús en Deng Feng, ahora parecía que todos teníamos prisa por llegar, temíamos que no nos diesen de almorzar, pero no fue hasta las tres, la hora en que llegásemos al pueblo, y no hubo ningún problema.
Hoy en día, existen hasta cuarenta escuelas dedicadas a las enseñanzas del Kung Fu con más de 45.000 alumnos en total. Son todas privadas, de mayor o menor prestigio, regentadas por monjes shaolin, la procedencia de sus alumnos es de todos los lugares del país, viven en ellas, costeándose la estancia y estudios. Además de la enseñanza propia del budismo y de la disciplina de lucha, la educación se completa con la enseñanza de materias tan diversas como matemáticas, literatura, historia, etc. Nuestro guía local nos ha recalcado la importancia de esta disciplina aclarándonos que el Tai Chi, tan practicado en toda la China es una modalidad del Kung Fu, que no olvidemos que es derivado del budismo, en lo que es la Secta Zen. Cerca del restaurante, rodeado de colegios, se podía observar como un elevado número de niños y jóvenes ejercitaban el Kung Fu, uniformados con chándales rojo y negro, demostraban tener ya adquirida una movilidad de movimientos impresionante, no nos cansábamos de hacer fotos.
Después de comer en un local bastante mediocre reiniciamos la marcha, camino de la ciudad de Zhengzhou o “Continente del Reino de Jung”, capital de la provincia de Henan con la intención de coger el coche cama que nos trasladaría a Beijín. Cargamos las maletas y a pie nos dirigimos a la Estación, al tratarse de la capital de la provincia, es un centro neurálgico de transportes, con gran afluencia de pasajeros. La guía resolvió el trámite de los billetes y se despidió, pasamos los controles pertinentes y nos dirigimos al andén. Nos habían adjudicado varios compartimentos del vagón número 11. Hasta que no comenzó a rodar el convoy, el calor en aquel sitio tan estrecho, con cuatro literas en un espacio de reducidas dimensiones era espantoso. Una vez en marcha, con una puntualidad exquisita, empezó a refrescar, al poco tiempo el fresco era ya frió.
BEIJING
El tren entra en Pequín, amanecemos en Beijíng, capital de la República Popular China. En las afueras de la Estación había mucha policía, portaban subfusiles, a los extranjeros nos dejan pasar sin ni si quiera mirarnos, son a ellos mismos a los que cachean. Una seguridad un tanto…
Completamente de día subimos al autobús que nos acercaría al hotel donde pasaremos estos últimos días, predominaba el silencio y las caras de cansancio, restaban 20 minutos para llegar que nos sirvió para comprobar el tamaño de esta gran urbe conocida como Beijíng o “Capital del Norte”, cuya estructura viaria se organiza en cinco anillos de circunvalación, cuyo epicentro es la Ciudad Prohibida. Cosmopolita y moderna, mucho más después de la celebración de los Juegos Olímpicos del 2008, destacan un elevado número de edificios en altura ejecutados bajo los parámetros de la arquitectura internacional, sus calles, nudos viarios, jardines, parques, plazas, lagos y canales –por lo menos lo visto– son impecables. Enormes avenidas de hasta doce carriles para ambos sentidos de circulación; disponen por lo general de pasos y cruces a distinto nivel, rectas y alineadas a los cuatro puntos cardinales, se extienden formando anchos rectángulos por la totalidad del territorio, alcanzando los 30 kilómetros cuadrados.
Nuestro joven guía que si es de Pequín, nos cuentan maravillas de su ciudad natal. Es la capital de la Gran China desde la dinastía Yuan en el siglo XIII y hasta nuestros días, la urbe más poblada del país, superando los 16 millones de habitantes, eso sin contar la población flotante que alcaza los 4 millones, su provincia, con su mismo nombre llega a tener 90 millones en total.
La mañana la aprovecharemos para visitar la Plaza de Tian´Anmen y la Ciudad Prohibida. Sobre las nueve llegamos a la Plaza, visita obligada en Pekín. Dicen que con sus 40 hectáreas es la mayor del mundo y que fue creada para las demostraciones de poder del gobierno maoísta y enclave escogido para la proclamación de la República Popular en el año 1949. En otros tiempos se enorgullecían al contar que durante el sepelio del dictador se llenó con más de un millón de personas. Por cierto, nos encontramos cercanos al 1 de Octubre y la ciudad se prepara a la celebración de su 60 aniversario y ahora ya nos explicamos las numerosas medidas de seguridad que ya padecemos y que ya observamos al llegar. Aunque aún así, hoy se recuerda y no por pocos, por los tristes sucesos de 1989 cuando se reprimió a los que reclamaban la democracia.
Al Sur encontramos la Ciudad Prohibida y es probable que ya entonces estuviese aquel espacio totalmente empedrado. Era común que los emperadores cortasen todos los árboles cerca de sus palacios para que tras ellos no se ocultasen sus enemigos. Con trazado rectangular Norte-Sur, se accede por la Puerta septentrional, de la Paz Celestial. En sus lados mayores destacan los edificios de clara inspiración soviética, el Mausoleo de Mao donde se encuentra momificado en su féretro, el Gran Salón del Pueblo y el Gran Teatro Nacional al Oeste y, el Museo nacional de Beijíng al Este, en el centro se levanta el Monumento a los Caídos por la Revolución.
Cruzamos la avenida de Xichang´An y accedimos a la Ciudad Prohibida, durante más de 500 años estuvo prohibido entrar en ella a los mortales, literalmente Ciudad Púrpura Prohibida por su paralelismo con la “Constelación Luminosa Púrpura”, donde la estrella polar en el cielo se identificada con el emperador en la tierra. En el centro exacto de la antigua Beijíng fue residencia oficial y privada de los emperadores de las dinastías Ming y Ping, terminando allí el gobierno chino hasta 1911. Más de 50 hectáreas, 800 edificios, 9.000 habitaciones y la mayor colección de estructuras de madera antiguas que se conservan en el mundo. Ha sido destruida en repetidas ocasiones y reconstruida otras tantas, rodeada por la Ciudad Imperial es el símbolo de la soberanía china.
El Palacio es una de las mayores atracciones turísticas del mundo y pese a la incomodidad del elevado número de visitantes, sus espacios abiertos son majestuosos, sus pabellones de maderas coloreadas y tejas vidriadas, sus empedrados de granito y basalto en donde destaca la banda central, camino central pavimentado con grandes baldosas de mármol blanco, con sus puentes flanqueados con preciosas balaustradas también en mármol, inevitablemente me recuerda a “el Último Emperador” de Bertolucci. Accedimos por la Puerta de la Paz Celestial, del siglo XV, es la mayor de las cuatro que se sitúan en los ejes del recinto amurallado imperial. Un enorme retrato de Mao la preside su fachada principal donde cinco grandes puertas restringen los usos para las distintas clases. La central, acceso del emperador y emperatriz, únicamente en su boda. Curioso lugar vedado durante más de quinientos años al pueblo que se revela ahora invadiéndola en ingentes hordas.
Es el conjunto de monumentos mejor conservado de toda la China. Aportando algunas breves notas de su estructura, diré que los edificios ceremoniales se ordenan según un eje ceremonial, valga la redundancia Norte−Sur. Comenzamos en la Puerta del Mediodía reservada antaño a los emperadores. El Palacio se estructura en dos grandes terrazas sobre elevadas, los emperadores han de sentirse cerca del cielo. En la primera con tres suntuosos pabellones para él, que constituyen el núcleo central de la Ciudad Prohibida, detrás, otros tres para la emperatriz. El recinto fundamental, en el primero de ellos, es la Sala de la Armonía Suprema, el de mayor tamaño, construido en el siglo XV se utilizaba únicamente en las ocasiones solemnes, en su centro el trono dorado del dragón para el emperador preside la Sala, lo rodean columnas de madera decoradas con dragones, le sigue la Sala de la Armonía Intermedia, lugar de trabajo, ¡de quien!, del emperador y, a esta, la Sala de la Armonía Preservada como es lógico, su sala de descanso. Las otras tres salas ubicadas en la parte trasera tienen una configuración similar, pero son de menor tamaño.
El primer edificio es el Palacio de la Pureza Celestial y fue la residencia de los emperadores de las dinastías Ming y Ping. Son excelentes los pavimentos de las explanadas, las balaustradas de piedra que rodean las terrazas, con bellas esculturas en los exteriores en bronce, de dragones, garzas, aves fénix y ciervos. Me llama muchísimo la atención el sistema de protección contra incendios, un gran número de calderas de bronce circunvalan estratégicamente los edificios, como leí en uno de sus carteles explicativos, en su día se llenaban a rebosar de agua con el objetivo de proteger las construcciones de madera; impresionantes ellas, están ornamentadas con pinturas de vivos colores, predominante el rojo, también azules verdes y amarillos, los tejados de cerámica vidriada principalmente amarilla semejante al oro y verde (me imagino que por el estado son reconstrucciones recientes de dudosa rigurosidad).
En el extremo Norte se encuentra el Jardín Imperial, nuevamente atestado de gentes que se agolpan en los caminos haciéndolos casi intransitables. Siete mil metros cuadrados, donde el paisajismo muy cuidado, se completa con rocallas, senderos, vegetación y pabellones orquestados brillantemente, claro ejemplo de la tradición clásica china. Sobre la una acabamos la visita, me sentía frustrado, el tiempo me resultaba escaso, el recinto demandaba más tiempo en su contemplación, pero quizás fuese por la enorme multitud de visitantes, que llegaba a asfixiar, que no hubo tregua y, además debíamos cubrir el programa, que nos dimos por satisfechos. Me pregunto si alguna vez volveré.
Después de almorzar en el hotel –por cierto el mejor de todo el viaje– y tras una agitada discusión por la tardanza en la ocupación de las distintas habitaciones de la que pasé totalmente, para que irritarse, descansé un buen rato. La tarde era libre y cuando desperté de una prolongada siesta, me encontraba sólo. Al bajar me encontré con una compañera sentada en el recibidor, le pregunté que hacía, me dijo que no tenía planes, así que decidimos marchamos juntos.
Serían las siete cuando regresamos de nuevo a la calle, decidimos pasear y caminar hacia la zona olímpica, personalmente tenia muchas ganas de ver el Cubo de Agua y el estadio del Nido. Según el plano no había perdida, todo recto en dirección norte, no calibre bien el tamaño del recorrido, parecía que no llegaría nunca. A los veinte minutos divisamos al Nido y Cubo en la lejanía, ambos ya iluminados al anochecer. Nos equivocamos en un cruce y nos alejamos de la vía correcta, dejamos una ancha avenida peatonal que después a la vuelta nos evidencio el error, en una calle de servicio que nos alejaba sensiblemente, preguntamos como podríamos llegar a un viandante que nos dijo que debíamos retroceder. Avispado al apreciar nuestra pérdida se nos acercóo un carromato ofreciéndonos sus servicios por 10 yuanes, quien nos dejó frente al estadio.
Magnifica obra sin lugar a dudas, me sentía empequeñecido. Los autores, los arquitectos suizos Herzog y de Meuron. No se podía acceder, aunque a nivel del suelo, su estructura muy permeable, nos permitía ver el interior totalmente iluminado, algo es algo, ya era totalmente de noche. A continuación, después de medio circunvalarlo, cruzamos una plaza −situada justo al final del paseo peatonal que debimos coger para llegar−, y nos dirigimos al Cubo de Agua, Centro Acuático Nacional, obra del arquitecto australiano John Pauline, digno de admirar con sus burbujas azul celeste iluminadas. Conjuntamente con el Nido, son dos piezas arquitectónicas, fruto del renacer de la gran potencia china y de la necesidad de sus dirigentes de sacar pecho ante el capitalismo occidental, seguramente, no, ciertamente desde el punto de vista arquitectónico ya han pasado a la posteridad. Cumplimenté mis fotos, lo miré y remiré y gocé con ello, saciado mi prurito profesional, iniciamos el camino de regreso. Ya teníamos claro por donde hacerlo, por la alameda empedrada bastante ancha por la que debimos llegar, que ahora nos acercará al hotel. No tenía mucha iluminación, pero era suficiente para que mucha gente disfrutara de sus largos dos kilómetros, estaba muy animada, unos volaban cometas, había grupo que practicaban el tango y pasodobles, otros cantaban caraoke o simplemente paseaban. Un poco más adelante nos desviamos por una calle secundaria donde en unos chiringuitos con su veladores en terrazas al aire libre los pequineses comían y bebían. Igual que ellos, tomamos unas cervezas y un pato laqueado troceado, para regresar digamos que cenados al hotel.
Hoy domingo visitaremos por la mañana el Palacio de Verano, fastuoso refugio estival mandado construir en 1750 por Quiolong quinto emperador de la última dinastía la Qing. En un extenso parque con más de 300 hectáreas a orillas del lago Kunming que cubre sus tres cuartas partes de agua. Se divide en tres zonas, la de actividades políticas, centrada en el Salón de la Benevolencia y la Longevidad; otra con las residencias de la emperatriz madre y su hijo en los que destacan los salones de las Ondas de Jade y, de la Alegría y la Larga Vida. Por último, destacar los paisajes, siempre cambiantes, donde contrastan con las colinas y lagos sus magnificas construcciones, salas, pabellones, galerías y jardines esplendidos, renovados y reconstruidos bajo el mandato la emperatriz regente Cixi tras la destrucción sufrida, como la inmensa mayoría de la arquitectura china, después de la guerra del opio en la década de los 60 del siglo XIX por las tropas anglo−francesas. Una enorme galería de madera de más de 750 metros lo cruza de norte a sur −la princesa no quería que las inclemencias del tiempo le restaran nada en su disfrute−, destacan las hermosas pinturas de su techo con escenas de la mitología china. A mitad del corredor encontramos la Pagoda del Buda Fragante, en la cima de la Colina de la Longevidad Milenaria. En el Gran Lago destaca el majestuoso y sorprendente barco de mármol de un atípico estilo afrancesado, atracado en su orilla norte, construido según nos cuentan el guía para perpetuar la estabilidad del Imperio, fue el lugar preferido por la emperatriz, donde celebraba sus fastuosas fiestas, llegando a ser considerado por el pueblo como un símbolo de la corrupción. A lo lejos, muy cerca de la isla de Nanhu, divisamos el Puente de los Diecisiete Arcos, dicen que réplica del de Marco Polo que se encuentra al sudoeste de Beijing, con sus 150 metros de longitud y ocho de ancho, decorado con más de 500 leones tallados en diversas posturas. La visita, muy mal organizada me pareció insufrible y aunque me esforzaba por no culpar al joven guía, muchas veces me faltaban argumentos, además empezaba a detestar la gran cantidad de turistas por todos lados, lo que me provocaba un enorme desinterés por todo.
A las doce más o menos ya habíamos concluido una tediosa visita, algo temprano para almorzar, ¿porqué no visitar la Colina de la Longevidad fuera de programa? No pareció del agrado de todos, como era previsible. Un grupo reducido en el que me encontraba decidimos ir y, valió la pena. La subida por unas enormes escaleras decoradas con cerámicas de amarillos y verdes intensos y acaramelados, dejaban contemplar el Lago en el horizonte a medida que ascendíamos. Al final de los primeros tramos desembocamos en la Sala de la Disipación de las Nubes o torre del Incienso Budista, una gigantesca pagoda octogonal de ocho pórticos y tres niveles, levantada en 1758 en sustitución de una anterior que no llegó a terminarse, en la línea axial, a su lado, el pabellón de la Fragancia de Buda y el pequeño templo de azulejos del Mar de la Sabiduría, su interior muy oscuro y lleno de multitud de abalorios, en el que se rinde culto al buda tibetano de los mil brazos Avalokiteśvara. Valió la pena por su puesto, Jaime nos acompañó en todo momento, perdiéndonos en dos ocasiones al llevarnos por caminos sin salida. Este niño, no tiene remedio, tanto es así, que antes de continuar quisiera reseñar algo que me ocurrió en este último trayecto y que me parece digno de una persona de gran honradez. En cierto momento me quedé a solas con él y aproveché la ocasión para preguntarle que cuantos yuanes tendría que reservar para sus propinas y la del conductor, que estábamos al fin del viaje y deseaba tener ese dinero reservado. Con cara de pena y tristeza me respondió que renunciaba a su propina, que no la merecía. Tenía la moral por los suelos y se encontraba bastante abatido. Lo cierto y verdad es que intenta hacerlo lo mejor que podía, no le faltan ganas, pero es muy poco en lo que acierta, no sabe, esta verde, pero es entregado y tiene una tremenda humanidad, aún recuerdo la búsqueda del libro de Lao Tsé en las calles de Xi-Àn. No sé como sacaremos adelante este asunto, esperemos que bien por la dignidad de este joven chino, ya antes otro salió mal parado.
Nuestro medio grupo nos reunimos para organizar la tarde, no es posible ir al Mercado de la Seda, alguien propone ir a otro mercado que ha localizado en su guía y que parece ser bastante interesante. Se llama Panjiayuan, en el plano parece bastante lejos, pero en el camino se pasa cerca de nuevo edificio de la televisión estatal CCAU construido con motivo de los Juegos por lo que me pareció muy buena idea. Después de almorzar el grupo quedó definitivamente dividido en dos, en el que iba, que partió el primero, salimos en dos taxis, cruzamos casi toda la ciudad, a lo lejos ya se divisaba el perfil del edificio diseñado por Ren Koolhas, lo más cerca que pudimos parar fue en una desviación de una de las autopistas de los anillos de circunvalación, el taxista no quería, había mucha policía y el tráfico era muy denso y temía que le pusiesen una multa, no lo pudimos contemplar muy de cerca, pero no teníamos otra opción, una ocasión perdida. Aún así, a regañadientes terminó parando, quizás lejos, pero como en otras ocasiones algo es algo. El edifico principal es esplendido, detrás hay otro totalmente calcinado que según nos enteramos, no llego ni siquiera a inaugurarse.
Continuamos la marcha y un poco más tarde llegamos al mercado, en un barrio de casas no muy altas, eran más o menos las cuatro y media. El otro taxi se perdió callejeando con tal suerte que llegaron hasta el edificio que tanto ansiaba ver, se bajaron, anduvieron cerca y siguieron a pie hasta una parada de metro cercano, que los dejo en otra desde la que tuvieron que andar un largo trecho hasta llegar al mercado, entre una cosa y otra nos reunimos una hora después, cuando todos los puestecillos y tenderetes se encontraban recogiendo.
Panjiayuan, también conocido como el “Mercado de las pulgas”, se sitúa al sudeste de Beijing, cerca del tercer anillo, en el barrio de Dongsanhuan, considerado como el mayor en antigüedades de Asia, el más barato y el mejor de sus características. Sus miles de puestos atraen un flujo continuo de lugareños y algunos extranjeros ávidos de baratijas y, aún siendo difícil distinguir lo verdadero de lo falso, es lugar de visita obligada para los amantes de las chinerías. Su comienzo se remonta a 1980, en la clandestinidad, cuando los pequeños comerciantes se dedicaban revender las pertenencias de los más pobres para estos pudiesen sobrevivir, entonces se ubicaba al Este de la capital, hasta que en 1995 fue legalizado por la policía y trasladado a un lugar próximo a su enclave actual. Según las mercancías que ofrece, se divide en cuatro áreas. En la primera, en unos locales cercanos a la entrada, las piezas y objetos de artesanías para la decoración, de esmeralda, jade, o caligrafías y pinturas, se mezclan con los objetos de bambú. La sección más modesta, debajo de una gran nave metálica sin cerramiento, las baratijas de todo tipo se exponen directamente en el suelo, porcelana, monedas antiguas oxidadas y cachivaches viejos de todo tipo que hacen las delicias de los más adictos, es aquí donde los recuerdos me llevan a nuestro “Jueves de la calle Feria”. En la tercera predominan los artículos hechos a mano por las etnias minoritarias chinas, mientras que en la última aparecen artículos relacionados con el té y las piedras ornamentales, algunas de bastante dudoso gusto. Se organiza en torno a una gran explanada de unas cuatro hectáreas, donde los diversos tenderetes se ordenan de bajo de unas livianas estructuras metálicas cubiertas con chapa. Contrastan las tiendas de dos plantas en estilo tradicional chino que formalizan sus bordes, en estas, las mercancías suelen ser nuevas y con un marcado destino turístico, caligrafías, cristales, antigüedades más selectas, libros antiguos, etc., sus precios son más elevados, igual que calidad y valor estético. En su lateral oeste encontramos una gran tienda de dos pisos en donde se exponen muebles de madera, timbres, mapas, pinturas y otros objetos, algunos toman a Mao como figura predominante. En un extremo, colonizando una gran parcela, se encuentran figuras de piedra de todos los tamaños, fuentes, animales y muchas otras alusivas al budismo, muy propias de la decoración hortera.
Cada vez nos va quedando menos tiempo, y quizás el día de hoy sea uno de los más esperados, nos toca la visita a la Gran Muralla China. Lamentablemente el día nos es el mejor para nuestro propósito pero es el que tenemos, quien sabe si volveré a tener otra oportunidad, así que no pensaré en ello; se presenta gris y con el cielo cubierto, con una espesa niebla que por momentos se disipa, y como ya hiciera en la Patagonia e Indonesia, me he colocado la camiseta del centenario de mi Betis para que quede constancia de este nuevo lugar que piso con los colores de mi equipo en el mundo. De los más de 6.500 kilómetros con que cuenta, visitaremos uno de los tramos mejor conservados, el que está cerca de la localidad de Badalig, a unos 60 kilómetros de Beijíng.
Construida durante siglos, y aunque su valor defensivo haya sido puesto muchas veces en duda, si cumplió una importante misión, la de servir de comunicación entre los distintos pueblos a los que supuestamente protegía. El tramo que veremos fue construido durante la dinastía Ming, entre los siglos XIV a XVII y es una de las atracciones turísticas más importante del país y, posiblemente del mundo entero. La línea defensiva fue iniciada hace más de 2000 años, durante la dinastía Qin (221–207aC), en la primera unificación de China y una de las ideas básicas de sus promotores es que fuese interpretada como símbolo de unificación del País. Protegía la frontera norte del imperio de los ataques de los mogoles, más de 20.000 kilómetros, desde Corea al desierto del Gobi, de los que se conservan unos 8.850.
Patrimonio de la humanidad por la UNESCO desde 1987, mide de 6 a 7 metros de alto y de 2 a 5 metros de ancho y los materiales que se emplearon en su construcción eran aquellos disponibles en los alrededores en donde se edificaba, piedra caliza, granito o ladrillo. Básicamente es una larga tapia de arcilla y arena, cubierta con varias paredes de ladrillo o piedra, o en capas alternas de grava y cañas revocadas con arcilla para protegerlas de la erosión y de la escalabilidad, elemento defensivo muy resistente al asedio. Las torres de vigilancia, cuarteles y pasajes se disponían según las ventajas estratégicas en el territorio, eran construidos a lo largo de las paredes, o directamente integrados en estas, con un sistema de señales de humo utilizadas para impedir los ataques y lograr la llegada de refuerzos. Cada torre tiene escaleras únicas y de difícil acceso para confundir al enemigo. Los cuarteles y centros administrativos se disponían a mayores distancias. Los paños exteriores se protegían con almenas en su coronación.
Esperábamos en el extremo de un enorme aparcamiento asfaltado a que nuestro joven guía adquiriese las entradas. Cuando llegó y aunque se esforzaba en aportarnos algunos datos de tan importante legado de su pueblo, apenas nadie le prestaba atención, parecía como si nosotros también nos difuminásemos en la niebla. Nos dispusimos para iniciar el recorrido, nos expuso la posibilidad de dos alternativas, en dos direcciones opuestas, a la derecha un tramo algo más corto pero empinadísimo, y a la izquierda otro más suave y ancho. Sin ninguna explicación aparente optamos por el primero.
Había tal cantidad de gente –la mayoría nacionales como siempre– que cuando se intentaba hacer una foto solo había personas siempre aparecía una cabecilla con una sonrisa, de esas de oreja a oreja, siendo difícil incluso, hasta identificar la Gran Muralla, a todo esto, añadir las propias del día que nos había tocado en suerte. El tramo que empecé a recorrer, se encuentra, no se si lo correcto sería decir restaurado o reconstruido, en cualquiera de los casos resulta lamentable el uso de mortero de cemento y de piedras pequeñas o de menor tamaño que las originales que se podían observar en algunos paños, desvirtuado la apariencia que debió tener. El recorrido se desintegra a cierta distancia, terminando bruscamente en un punto final, desde donde te asomas y ves la continuación de su trazado en ruinas y medio desaparecido.
El camino de vigilancia visitado data de la dinastía Ming (1368–1644) y han sufrido sucesivas destrucciones y reconstrucciones en periodos de guerras, la última y la que le confiere el aspecto actual es de los años 50 a 80 del pasado siglo. Salpicados de “dilou” o torres de vigilancia, el ancho mayor que presenta es de 6 metros, pero a medida que se fuerza la pendiente en tramos escarpados y rocosos por donde discurre, se estrecha hasta los 2 metros. La base inferior y defensiva es de piedra del lugar labrada en mampuesto, usando el mortero de cal como conglomerante y su interior, intuyo que será de tapial. Los muros que flanquean el camino son de fábrica de ladrillo, de color marrón oscuro, casi negro, rematado con almenas, la altura máxima es de 1,40m en el exterior y más bajo en el interior, donde no llega a alcanzar los 60cm, el piso se encuentra solado con baldosas de piedra. Las atalayas son unas pequeñas construcciones donde se resguardaban las tropas, de unos 8 metros cuadrados y de una o dos plantas, están ejecutadas totalmente en ladrillo, con gruesos muros y bóvedas de cañón, las ventanas abocinadas se enmarcan con arcos de medio punto y a las cubiertas, generalmente planas y rodeadas de un pretil almenado se acceden por empinadas escaleras. En una de estas, cuando la niebla se espesaba y la bruma se colaba por uno de los huecos de la pared, la sensación era fantástica, además por suerte, arriba llegábamos muy pocos.
Serían las 10,00 cuando al llegar a aquel lugar, acordamos que recorreríamos la muralla a nuestro aire y, que nos reencontraríamos a la 1,00 en el mismo lugar, tiempo más que suficiente para disfrutarla. Comenzamos a caminar todos en grupo y en la misma dirección, se subía constantemente, la muralla simulaba el espinazo de la montaña, como un dragón dormido, era un continuo traqueteo de escalones. Los había dulces, de unos 15 centímetros, pero otros, quizás los mas se acercaban hasta los 40cm, verdaderos rompe piernas. A partir de la segunda torre vigía, nos quedamos solo los “intrépidos”, ante tanta subida, el resto decidía que era suficiente y daba media vuelta. A medida que subíamos, la niebla era más y más espesa, el camino, a cada paso se encontraba más vació, por fin se podía disfrutar. Aunque no se parecía a nada a lo que había ojeado en la red o en la miles de imágenes que nos han enseñado casi desde niños. La Muralla era escarpada, estrecha, castigadora y seguramente que inaccesible para el enemigo. En los tramos más estrechos, su ancho oscilaría entre 1,20 y 1,80 metros, con peldaños de basalto negro, cada cinco o seis aparecía en estos una media caña en su arista interior para desaguar las escorrentías de la lluvia hacia el interior, al terreno propio.
Seguía en mi empeño en llegar al final, pensaba que con el avance del día el tiempo mejoraría, o que al cambiar de ladera estuviese claro al otro lado, pero nada de eso ocurrió. Cuando me creía sólo, cual fue mi sorpresa cuando me encontré con mi compañero, decidimos avanzar juntos en busca de la próxima atalaya, así nos daríamos ánimo, ya que el final parecía que nunca llegaría. La niebla iba espesándose y hasta hacia frío, chorreábamos de sudor, pero, por el contrario, la subida resultaba emocionante. Nos asomábamos por las almenas hacia tierras enemigas y, no se divisaba absolutamente nada, aunque imaginábamos como podrían aparecer por entre las brumas los mongoles cubiertos de pieles y cascos con cuernos, hachas en ristre y vociferando en un idioma ininteligible para estas gentes de ojos rasgados. Y otra nueva atalaya, ya menos gente, y tenderetes con venta de subvenir, refrescos, agua, y recuerdos. Juan quería volver, pero le incitaba a seguir, le pedía que no me dejase sólo, que una más, que seguro que llegábamos al cambio de pendiente. Y por fin, por fin nos encontramos ante el que fue el último dilou. En éste, un grupo de chavales, chicos y chicas, posiblemente un curso de un instituto en viaje de estudios, atendía a su profesora. Después de cruzar este último refugio, restaba un pequeño tramo que se cerraba, como indicando, hasta aquí llego el dinero.
Habíamos cubierto nuestro objetivo. En la bajada Juan me propuso contar los escalones, a lo que accedí encantado, pensé, otro miembro del club de los obsesivos compulsivos. Él los iría apuntando en su móvil y yo los contaría por tramos, en total 3.179. La bajada fue rápida y segura, y en el tiempo previsto nos reencontramos en el punto acordado. Llegamos a las 12,58 cronometrado, nos esperaban ya que fuimos los últimos, e iniciamos el camino al autobús para dirigirnos al lugar previsto para almorzar. El guía preguntó que quien había completado el recorrido de la muralla, tan solo los dos levantamos la mano, según un proverbio chino que, “quienes terminan el recorrido de la muralla son héroes”.
Cumplimentado el programa del día nos regresaron al hotel. Teníamos la tarde libre, quería ir a visitar el zoo, pensaba que irme de China sin ver los pandas no era de recibo. Me refresque un poco y a la calle de nuevo, y una tarjeta del hotel con la dirección del zoo en caracteres chinos que amablemente me facilito nuestro guía. Tome un taxi y me puse en camino. Aguante un insoportable atasco que obligó a que en un trayecto de no más de 10 minutos, emplease más de media hora y 30 yuanes. En la entrada al recinto emplee otros 20.
El objeto principal era por supuesto ver los osos panda, en sus tres especies, gigante, panda y rojo. El gigante es el emblema nacional y se encuentra en un lujoso pabellón de construcción reciente, seguramente debido a los Juegos Olímpicos, sus instalaciones son muy confortables, aunque se encuentren cautividad. Lo menciono, porqué otros animales menos afortunados viven en condiciones deplorables, pero ya llegará. Igualmente bien están los otros pandas, sus cuidadores les atienden con mimo, tienen a su disposición todo el bambú que quieren, sus habitáculos no tienen rejas, sino cristales, todo un lujo. El resto, el resto es lamentable, para denunciarlo. Especialmente cruel fue cuando me encontré en una pequeña jaula –con vidrios únicamente en el lateral donde mira el público–, se acercó un lémur gris de cola anillada en franjas blancas y negras, larga y tupida, un animal endémico de Madagascar, esbelto, muy bonito, su cabeza es blanca con manchones negros alrededor de los ojos y hocico negro parecido al de un zorro, sus extremidades traseras son más largas que las delanteras, sus delgados dedos tienen uñas planas y afiladas, convertido en garra en el segundo de sus patas traseras, que usa para acicalarse. Agarrado al filo del cristal, me fijaba aquellos tremendos ojos amarillos y llorosos, parecía suplicar libertad, no tuve más remedio que desviar la mirada.
Seguí el recorrido y fui a topar con los grandes felinos, en una nave oscura, sucia y mal oliente, aquellos magníficos gatos, ejemplares de tigre blanco siberiano, también leones, una pantera negra, varios leopardos y una pareja de tigres de bengala, daban repetidas vueltas en unas jaulas de reducidas dimensiones, el espectáculo resultaba dantesco, repito, denunciable. A la salida no me quedaban muchas más ganas de seguir, algunos pájaros y monos al paso. Unos elefantes en unas pequeñas, terrizas y resecas jaulas, se espolvorean arena al paso, buscando la salida. Aunque disponía de dos horas para la visita, no dude en no agotarlas.
Y llegó el último día y el final de las visitas previstas en esta hermosa ciudad. El programa es bastante intenso y el joven guía intenta recuperar las incidencias de los preparativos del aniversario de la República. Para primera hora nos ha preparado una visita a la casa particular de una familia que vive de uno de los pocos barrios antiguos que aún quedan en Beijíng, los llamados Hutong. Después nos acercaremos al templo del Cielo para terminar cerca del mediodía en el Templo de los Lamas. A las 8,30, ya desayunados, habíamos dejado el hotel y nuestro autobús nos acerco a la periferia de este singular barrio. Nos acoplaron en unos típicos triciclos turísticos para llegar dando un paseo a la susodicha casa, callejeando por unas calles estrechas, la mayoría en obras y bajo una llovizna molesta.
Los Hutong son curiosos, los restos arcaicos de una ciudad quiere aspira a ser una gran metrópoli. Sus callejuelas son estrechas, sus edificaciones bajas y sus particulares moradores, recuerdan la ferocidad de los especuladores que acechan y que utilizan la mejor de las tácticas de nuestro “mataviejas” especuladores, para acorralarlos en la miseria. Él que visitamos dicen que había sido reconstruido después de la destrucción de la ciudad durante la invasión de Gengis Kan, haya por el siglo XIII y reconstruido por la dinastía mogola de Yuan, –muy lejos creo que lo han puesto creo–. La mezcolanza de lo antiguo y lo nuevo resulta atractiva, durante la dinastía Qin se construyen anexos en ladrillo en unos patios modestamente ajardinados donde los muchos árboles dan una agradable sombra. Aunque ya por último, con la Reforma Socialista son ensombrecidos literalmente por los modernos rascacielos, que avanzan inexorablemente, que son construidos en parcelas que sucumben una tras otra.
El patio generalmente tapiado y cerrado hacia el exterior se convierte en el núcleo de la vivienda, es en este particular mundo, donde varias generaciones han participado de la vida en común. Sus puertas, grandes y gruesas componen unos singulares pórticos de entrada presididos por pares de leones o tambores chinos. Son muchas las casas aún habitadas que bullen de actividad, contrastando con otras en ruinas que esperan a las palas. La vida comunitaria en sus calles e interiores recuerdan a nuestras costumbres vecinales propias de los pueblos del Sur. Sin embargo, destacar que hay falta de salubridad y el envejecimiento de la población es palpable. Desde los triciclos observamos la gran cantidad de aseos públicos que salpicaban las fachadas, el pavimento es terrizo, salpicado de charcos y lunares de escombros, como si a los políticos no les interesase para nada la herencia y el pasado de sus ciudades.
Como un grupo de borregos cámaras en ristre, accedimos a uno de estas casas típicas, escogida según acuerdo previo entre el guía y un señor de traje gris oscuro, intermediario imagino y, que en ningún momento se nos llego a presentar. Se cumplen a rajatabla los cánones anteriormente descrito para este tipo de construcciones, orientación Norte-Sur, queriendo imitar el trazado de los palacios imperiales, aunque más bien parece un corral de vecinos por su singular su estructura familiar, común a todos. La casa de los padres, al Sur, preside el patio, éstos, muy mayores, no quieren ser visitados. El pabellón del hijo mayor, varón, al Este, quizás la mejor de las unidades habitables, bien ventilada e iluminada. Las otras dos construcciones pertenecen a las hijas, una de ellas es la que nos recibe, una mujer ya mayor, de algo más de setenta años, delgada y macerada por la vida. Nos sentamos todos en el salón como pudimos, nos ofreció té y mientras el guía traducía las preguntas que le hacíamos, nos mostraba las fotos de su vida, seguía un rito que probablemente repetiría muchas veces al año. A la pregunta sobre su experiencia con la dictadura de Mao, respondió entre amarga y excitadamente que le requisaron todas sus pertenencias, entre ellas un preciado lingote de oro que jamás volvió a ver y, para colmo, le obligaron a compartir su casa con personas ajenas a la familia, y poco más que contar.
Sobre las diez ya nos encontrábamos en la entrada del Templo del Cielo, al noroeste de la ciudad, en un inmenso parque de casi trescientas hectáreas, que lleva su nombre y que es también conocido como Tiantan Gongyuan. El templo es todo un símbolo para la ciudad y excelente ejemplo de la arquitectura Ming. El parque, hoy domingo, se encuentra muy concurrido, las gentes lo disfrutan en grupos, alguno de ellos muy numerosos, curiosos los coros cuyos componentes, de todas las edades y sexo cantan piezas populares, otros, hacen ejercicios con unos llamativos abanicos rojos, y en otros puntos encontramos a dos, tres o cuatro personas que juegan con una pelotita de plumas a la que dan patadas con una habilidad digna de nuestros mejores futbolistas. Así nos distraíamos mientras llegaban los tiques que nos facilitarían la entrada a un espectacular recinto, rectangular y cercado con un alto muro rojo que impide totalmente su visión hacia el interior. El cerramiento de la cara norte es semicircular y el sur recto, reforzando la creencia china de que el cielo es redondo y la tierra cuadrada. Este recinto fue de uso exclusivo de emperadores y gobernantes, prohibido para el pueblo, el límite rojo separa claramente estos dos mundos. Construido en el siglo XV, fue utilizado por las dinastías Ming y Quin, el emperador o hijo del cielo rogaba en primavera por sus cosechas y en otoño daban gracias al cielo por los frutos obtenidos, también pedía por la absolución divina y el perdón de los pecados de su pueblo.
Es extraño, pero la visita está organizada al revés, el recorrido se realiza al contrario de cómo lo utilizaban los emperadores, que se realizaba según el eje norte-sur, accediendo desde el Altar Circular al Sur, para pasar a continuación a la Bóveda Imperial del Cielo y finalizar al Norte en el Salón de la Oración por la Buena Cosecha.
Comenzamos la visita a la inversa, por la Sala de las Plegarias por la Buena Cosecha. Construido e 1420, ardió en 1899 y fue reconstruido en 1900 y ahora, remozado para los Juegos, se encuentra odiosamente impecable. Es la mayor construcción del conjunto, el más conocido y uno de los más representativos de la ciudad, mitad palacete, mitad templo. Su planta es circular, de unos 30 metros diámetro y de 38 altura, se eleva sobre tres terrazas circulares con bellas balaustradas de pulcro mármol blanco. El Salón, construido todo en madera policromada, verdes rojos, azules y dorados, quizás sea lo más hermoso visto hasta ahora en todo el viaje. Su estructura la componen anillos de columnas que adquieren gran simbología en su número. Las cuatro centrales, las más bellamente decoradas con dragones dorados, simbolizan las estaciones del año, realzan en su centro el trono del emperador, ligeramente sobre elevado en una tarima de madera. El siguiente anillo se compone de otras 12 totalmente rojas, los meses del año o las horas del día. Por último, otras 28 en el perímetro e incorporadas en el cerramiento, simbolizan las constelaciones. La cubierta es un triple tejado cónico, con tres bellos aleros donde destacan las piezas de cerámica de color azul y el remate con una esfera dorada. Es una arquitectura arquitrábica muy rudimentaria, pero a la vez de una ejecución brillante, las vigas curvas de madera que sostienen el anillo intermedio de la cubierta son interesantísimas, siguen la configuración de la techumbre. No llego a entender como un pueblo que realizo tantos hallazgos importantes, les dejo el honor de la bóveda a los romanos. Continuamos la visita repasando otros pabellones menores, en uno se exponen utensilios, libros y otras reliquias de la época, destacando una maqueta en madera de 1900, en la que se aprecia claramente el sistema constructivo esbozado.
Nos volvimos a reagrupar en el siguiente patio, el que preside la construcción de mayor importancia del conjunto, la Bóveda Imperial del Cielo. Este palacete construido hacia 1530 tiene una disposición parecida al anterior, aunque es de menores dimensiones, su tejado de un único alero, es de 19 metros de alto por 16 de diámetro. Aquí, los emperadores homenajeaban a sus antepasados, entre sus reliquias contiene unas tablillas de madera que eran usadas en la ceremonia del solsticio de invierno. Está rodeado por el muro del eco, de unos 60 metros de espesor, desde cualquier punto nuestra voz puede oírse claramente en el lugar opuesto, dicen que el sonido se transmite recorriendo la pared.
De aquí pasamos al último patio, donde encontramos el Altar Circular o altar del cielo, construcción abierta que enlaza con el Salón de la Oración por la Buena Cosecha mediante un camino de piedra y ladrillo de más de 350 metros de largo. Consta de tres terrazas concéntricas sobreelevadas, rodeadas de balaustradas de mármol blanco. Su geometría gira en torno al “9”, el número imperial por excelencia. En el nivel superior –al que se sube por escaleras de 9 peldaños– se encuentra un enorme mosaico de nueve anillos, ejecutados con grupos de teselas, también múltiplos de nueve, su centro queda presidido por una piedra semiesférica a modo de altar. La acústica del lugar es especialmente buena, permite que si alguien habla desde el centro del altar, el sonido aumente y se escuche desde todos los ángulos.
Parecía como si tuviésemos prisa, finalizada la visita tomamos el autobús camino del último destino programado, el Templo de los Lamas. Estos recintos religiosos ya me resultan familiares, siempre responden a la misma estructura de todos los anteriormente visitados, aunque en éste en particular, en su arquitectura y decoración resaltaban los frescos de sus paredes, además de dos magníficos leones de bronce que le dan un carácter especial.
El templo santuario budista de Yonghegong, conocido popularmente como la Lamasería de Yonghe o templo Lamaísta, es el templo budista más importante fuera del Tíbet. Se ubica al noreste de la ciudad. Combina elementos tibetanos con otros de influencia mogol y del propio país, data de 1694, durante la dinastía Qing, residencia oficial de los poderosos eunucos de la corte imperial manchú. Hoy día está ocupado por un grupo de monjes mogoles seguidores de la escuela de los Secretos o Mizong, culto del siglo VIII dedicado a la astronomía y medicina. Flanquean la entrada principal las torres de la Campana y del Tambor, al fondo del patio vemos la Puerta de la Sala de la Armonía de Yong, de columnas y paneles multicolor, da paso a la Sala de los Reyes Celestiales, lugar de descanso de Maitreya. También encontramos estatuas ecuestres y una colección de pintura tibetana. En el centro están los budas de las tres edades, Sakyamuni, Kasyapa y Maitreya, pasado, presente y futuro. En la Sala de la Protección o Yongyou Dian está el Buda de la Longevidad y obras de arte tántrico. En la Sala de la Rueda de la Ley se encuentra lo más fastuoso del monasterio, la enorme talla de Tsongkapa de 6 metros de alto de madera de sándalo y, una maqueta de una montaña con 500 Louhan. En la Sala del Pequeño Potala está el Trono del Dalai Lama y el Trono del Panchen Lama. En la sala hay volúmenes de sutras budistas. En el Pabellón de las Mil Felicidades hay una gran estatua de Buda en madera de sándalo tallada en un tronco gigantesco, regalo del emperador al Dalai Lama por su ayuda en una revuelta del Tíbet. Quizás sea este el mejor exponente de toda la cultura budista china, una lastima que el cansancio, hastió y las ganas de regresar provoque una visita acelerada.
Poco tiempo nos quedaba ya en China, siguiendo las indicaciones y apuntes del guía me acerqué a la calle peatonal de Guanfigin St o la “calle de a pie” como aquí son conocidos las áreas peatonales. Con la dirección en un papel y el plano de la ciudad, no tuve perdida, tomando la dirección perpendicular a la calle del mercado llegaría. Observé que la distancia era demasiado larga como para hacerla andando, así que decidí acercarme en un taxi que me dejó en uno de sus extremos. Una calle bastante ancha, comercial y muy concurrida, la recorrí de un extremo al otro, ya casi al final exclamé “eureka”, cuando al fondo divisé en una bocacalle que giraba a la izquierda un buen montón de chiringuitos, de aquellos que ofrecen los famosos pinchos exóticos de insectos y otras muchas delicatessen más, pulpo, cerdo, gambas, riñones, huevos, ciempiés, escorpiones, serpientes, orugas, grillos, erizos, todo un espectáculo. Echándole arrojo decidí que no me podía ir de este país sin probar un pincho de estos, por ejemplo, de escorpiones. 15 yuanes pagué por el delicioso bocado, cuatro unidades recién fritas en soja adornaban un fino estoque. Se apreciaban perfectamente las patitas, su pinzas y como no, su aguijón. Ahora me tocaba a mí la parte más difícil, me cruce con dos turistas occidentales que me miraron perplejos y sonrieron, fueron los que me hicieron un par de fotos que guardo como una gran hazaña, inmortalizando aquel momento que de alguna forma debía después de testificar ante mis incrédulos amigos. El primer bicho entro con repeluco en una boca que resistía a abrirse, al fin entro y cual fue mi sorpresa, al saborearlo me pareció delicioso, los tres siguientes los devoré como si fuesen gambas fritas, me lo terminé y repliqué “lo has superado”. Continué contemplando el espectáculo y haciendo fotos de todo aquello que me resultaba tan sorprendente.
Ya anochecía, cuando miré el mapa para orientarme y pensé, aún me queda tiempo para una última visita, porqué no, el Gran Teatro Nacional o “el Huevo” como le conoce comúnmente, no quedaba muy lejos, al menos aparentemente para ir andando, parecía que cerca quedaba la Ciudad Prohibida y detrás de la Plaza de Tiananmen y a espaldas del Gran Salón del Pueblo. Tracé mentalmente una ruta, debía dirigirme hacia el muro Este de la Ciudad Prohibida, cruzar sus jardines y llegar al lado Norte de la Plaza. Fue una gran caminata, ya de noche cerrada, la verdad es que a veces me sentía intranquilo ante tanto desconocido, chinos todos por supuesto; pero le eche arrojo y llegué. Quizás la oportunidad de pasar por la Ciudad Prohibida, de noche, sin gentes, sin turistas, que no podía perder. Y cual fue el resultado, inesperadamente pude contemplar la plaza iluminada, repleta de gente, pequineses, parecían estar tan impresionados como yo, se hacían innumerables fotos, resultó un momento muy especial, ver de nuevo la gran foto de Mao coronando el arco de entrada del muro rojo del recinto prohibido. La avenida de Xichang’An St que separa la ciudad prohibida de la plaza soportaba un tráfico intenso, la cruce por un paso subterráneo y por fin llegué al enorme y Gran Teatro moderno de la Ópera de Pekín.
Representa la apuesta del gobierno chino por la arquitectura moderna, en una ciudad que aspira a ser cosmopolita, fue inaugurado en 2007. Obra del arquitecto francés Paul Andreu, conocido por haber diseñado varios aeropuertos alrededor del mundo, entre estos, el Charles de Gaulle en Paris, que ya admiré el primer día del viaje o, el Arco de la Defensa, también en la capital gala. Es enorme, cuenta con unos 200.000 metros cuadrados y puede acoger hasta 6.500 espectadores. El enorme y espectacular huevo cascado por el centro aparece iluminado por el centro un embaucador firmamento, y de nuevo muchos chinos haciendo fotos, extraña obra de la arquitectura moderna en el corazón del Imperio y de los emblemas maoístas, la plaza del pueblo. Imitando a los lugareños, también inmortalicé el momento, al observar que entraba y salía gente del teatro, intenté acceder al interior pero me pararon en seco, me pude aproximar al estanque que rodea a la gran cúpula, la noche hacía aún más espectacular su contemplación.
Satisfecho decidí que ya era la hora del regreso. La alternativa más cómoda era el metro, que por cierto aún no lo conocía. Consulté el mapa y comprobé que cerca de Tian‘anmen se encontraba una parada de la línea 1, allí vería que trasbordo me interesaría para llegar lo mas cerca posible del hotel. Consultado los directorios, debía coger en dirección Este, hacía Tuquiao Stn y a la tercera parada, en la estación de Dongdan, trasbordo a la línea 5, en dirección Norte, hacia Tiantongyuan N., bajándome en lo que sería la quinta parada, en la estación de Hepinglie Bejie. El metro iba abarrotado, mucha gente esperando en los andenes y apretados, muy apretados, casi todos de pie, muchos jóvenes escuchando sus mp3, ensimismados, más parecía esto occidente que aquella China comunista, de la que tantos ríos de tinta se han escrito. Al bajar suspiré pensando que ya había llegado, pero no, aún estando muy cerca de la 3ª ronda de circunvalación, a tiro de piedra, me quedaba todavía media hora andando. Con la mochila cargada de presentes accedía al hall del hotel, en aquellos momentos sentí que ponía fin al viaje. Lleguéa eso de las nueve, reventado pero satisfecho, preparé las maletas para la partida y a dormir, que bien poco trabajo me costó.
Los colores en la CHINA IMPERIAL. VERDES, ROJOS, AZULES Y DORADO
Víctor Díaz López
Diciembre de 2010