Misore – Savanavelagola – Hassan – Halebidu – Belur – Hospet – Hampi – Aihole – Pattadakal – Badami – Bijaipur
Partimos con algo de retraso cuando abandonamos el Parque de Mudumali en Tamil Nadu. Nos dirigirnos a Misore, en la provincia limítrofe del estado de Karnataka, donde el mismo Parque pasa a denominarse Badipur. Hemos vuelto a ver elefantes, tres y, una manada de ciervos. El cambio de Estado sólo se ha notado en el pago de las tasas, obviamente la jungla de esta abrupta naturaleza no entiende ni de aranceles administrativos, ni de políticas. Seguimos en la Meseta, a unos 600 metros de altitud, próximamente llegaremos a los campos de Karnataka, de tierras rojas y algo más áridas que las tamiles. La agricultura sigue siendo extensiva y muchas de las especies plantadas ni las reconozco, sí los inmensos arrozales, los cocoteros y las palmeras de betel, observo a gente sacando patatas y a rudimentarias yuntas tiradas por cebús arando la tierra. Cruzamos ríos caudalosos embarrados por los monzones. Manu, micrófono en mano va dándonos todo tipo de detalles. Los cruces por poblaciones distritos o poblaciones siguen la tónica de todos los anteriores, puestos de mercadillo en los polvorientos arcenes que venden de todo tipo, una intensa circulación de vehículos, edificios bajos, generalmente bien conservados y mucha gentes de un lado para otro en aparente desorden.
MISORE
Atento escucho los datos que aporta el guía de nuestro destino. El estado de Karnataka ocupa gran parte de la meseta del Deccán, su capital en Bangalore, ciudad que no visitaremos y muy cerca de Mysore, a unos 140 kilómetros, a la que si llegaremos, ésta quizás la más importante. Nos pasaremos nada más llegar por su espectacular Palacio y su vibrante Mercado, para a continuación, al día siguiente partir para Hampi, la ciudad más interesante desde el punto de vista arqueológico. Sobre el clima nos comenta, que en esta zona, en general, es más benigno que el de las dos provincias que hemos abandonado.
Karnataka y Mysore, la ciudad a la que nos acercamos tiene una dilatada historia. Resumiéndola brevemente diré, que el primer gran emperador de la India “Chandragupta Maurya” cuando abrazo el jainismo en el siglo III aC, hizo de estos territorios su refugio. Después, entre los siglos VI a XI gobernaron los Chalukah, los Cholas y los Ganga, que dieron paso a los Hoysala hasta el siglo XIV. Por último, en 1610 el Raja Wodeyar derrocó al gobernador Srirangapatna del reino de los Vijayanagara, sus gobernantes pertenecieron a esta dinastía hasta 1947. Después de la Independencia de la India, la ciudad se mantuvo como parte del Estado.
Misore, fue antaño importante por sus tradicionales industrias del tejido, sándalo, fundición de bronce o la producción de cal y sal. En el presente ha dado un paso importante con el crecimiento de las industrias en torno a la información, que la han convertido en el segundo exportador de software del estado de Karnataka. También cuenta con una importante Universidad, facultades de Ingeniería y Medicina y, el Instituto Central de Lenguas de la India. Así como el centro de formación privado de Infosys Mysore de tecnologías de información. O, por sus muchas escuelas de yoga, de gran atractivo para los occidentales. Pero si, por algo es importante, es como centro turístico. Conocida como la Ciudad de los Palacios, además del popularmente Palacio de Mysore, también son de interés, los palacios de Jaganmohana, convertido ahora en galería de arte, el Rajendra Vilas o Palacio de Verano en la colina de Chamundi, ahora hotel, el Lalitha Mahal y el Jayalakshmi Vilas, actual sede de la Universidad. Otros lugares de interés son el templo Chamundeshwari, el Zoológico fundado en 1892, sus lagos, Karanji y Kukkarahalli o sus varios e interesantes museos.
Antes de entrar en Mysore nos acercamos a la cima de la Colina de Chamundi, cerca de la ciudad, a unos tres kilómetros al Este, separada de ella por una estrecha, serpenteante y muy transitada carretera de unos 12 kilómetros. Este otero que se eleva unos 1000 metros sobre la urbe y unos 3500 sobre el nivel del mar, dispone de unas inmejorables vistas de la ciudad. Hoy el día está claro, lo que permite que a lo lejos divisemos los palacios de Mysore y Lalitha Mahal, el campo de regatas y los lagos. Hay una alternativa a la carretera, también se puede realizar andando, utilizando una larga escalinata de unos 1.200 pasos, es muy popular entre los lugareños quienes la utilizan para mantenerse en forma. Más o menos a mitad de camino pasamos al lado de la gran figura de Nandi, que veremos a la vuelta. El cerro debe su nombre a la diosa Chamundeshwari. Según la mitología hindú, los alrededores de Mysore fueron conocidos como Mahishuru y estuvieron gobernados por el demonio Mahisasura, que fue asesinado por la diosa, cuyo templo se erigió en la colina, coronando su cima, motivo por el cual es actualmente un importante centro de peregrinación.
El autobús quedó aparcado en las afueras, casi al final de la carretera. Lo primero que vimos, amen de los muchos macacos que por allí campan a sus anchas, fue la enorme y colorida figura del demonio Mahishasura portando una espada en su mano derecha y una cobra en su izquierda. Al fondo divisábamos el templo y otras construcciones religiosas menores; dejamos atrás el palacio Rajendra Vilas que antes solía ser un hotel de categoría media y que ahora está cerrado; recorrimos un enorme zoco, en el que sus comerciantes venden todo tipo de mercancías, que se mezclan con mendigos, visitantes y más macacos. Al final del recorrido llegamos al pequeño templo de la diosa, destaca el excelente gopuram que marca su entrada.
Con una clara estructura cuadrangular, el templo está dedicado a la forma feroz de la diosa Shakti, reverenciada durante siglos por los maharajás de Mysore, conocido como Chamundeshwari o Mahishasura Mardini. Se cree que fue construido en el siglo XII por los gobernantes Hoysala, mientras que el hermoso gopuram de siete pisos probablemente fuese terminado durante la época de Krishnaraja Wodeyar III, hacia 1827. El murti de la diosa se dice que es de oro y las puertas del templo de plata. Es tan importante Chamundeshwari para Mysore, que es el origen de su famoso festival de Dasara, cuya antigüedad se remonta a 1610. Cuentan que en su día cumbre, el décimo, una impresionante procesión de carrozas, elefantes, camellos y caballos engalanados, sale de Palacio. El elefante más majestuoso es cubierto con un paño bordado en oro con la imagen de la diosa, acompañado por danzarines y músicos, la llevan al lugar donde se encuentra el árbol banni o bannimantapa, allí se realizan los cultos. El festival celebra y conmemora la victoria de la diosa Durga sobre el demonio Mahishasura, simbolizando el triunfo del bien sobre el mal, según la mitología hindú. La ciudad recibe un gran número de turistas durante el festival. Sólo unos pocos accedimos al recinto religioso, el curioso rechazo lo encontraron en lo que parecía ser el abono de la ridícula entrada de 20 rupias (0,15€). El fluir de personas era intenso, realizaban ofrendas a estos dioses tan variados y salían satisfechos, en sus rostros se evidenciaba el deber cumplido. Por primera vez veía la figuras de las deidades hinduistas en bajorrelieve, repujadas en láminas de plata, eran muy delicadas y bonitas. Los pocos que lo visitamos, recorrimos el exterior, rodeamos el recinto y regresamos a nuestro vehículo.
En la bajada, nos paramos para contemplar la excelente escultura del gran Nandi. Me pareció majestuoso, una talla esplendida con sus más de cinco metros de altura tallado en una única roca de basalto negro en 1959. Destacan sus cuernos, dos magníficos senos femeninos y collares con campanas cuelgan en su cuello; en su trasera lucía dos perfectos testículos decorados con harina de arroz. Muchos eran los lugareños que ofrecían flores y frutas, aprovechando la ocasión para inmortalizarse ante tan impresionante vehículo de Shiva. Cerca, en el borde de la colina, excavada en la roca había una pequeña capillita‒cueva decorada exteriormente con franjas rojas y blancas y dedicada a la deidad. Mientras realizábamos la visita, Manu se entretenía en comprar unos cartuchos con fruta, piña espolvoreada con canela, la probé ansioso ante tan buena pinta, pero resultó que la canela era curri y picaba como sus muertos.
Continuamos la bajada hasta llegar al hotel, donde sin apenas respiro quedamos todos sobre las dos, en fila india seguíamos a Manu camino del “Mercado de Devajara”, bordeamos el parque Kurzon hasta alcanzar la avenida de Lokaranjan Mahai para finalizar en la enorme glorieta de Krishna Rajendra, dejando atrás el Palacio y la Estación de autobuses. El mercado ocupa una manzana rectangular de 270 x 55 metros, sus dos lados mayores dan fachada a las calles Kothwal Ramaiah y Sayaji Rao que desembocan en la plaza circular. Nos cuenta Manu que este zoco se remonta al reinado del sultán “Saheb Tipu” y aunque su estructura de puestos reticular, parece muy ordenada, se encuentra abigarrado por las muchas y variadas mercancías que ocupan e interrumpen sus calles. Combinan las especias con las harinas de arroz tintadas, los aromas de perfume de sándalo e incienso que flotan en el ambiente se mezclan con las fragancias de guirnaldas confeccionadas con caléndulas y otras flores. La venta de fruta y de muchos otros tipos de artículos, cacharros de todo tipo y bisutería del tipo souvenir para turistas rebosan en los expositores de este mar de puestecillos. De especial belleza son las pilas cónicas de “kumkum”, polvos coloreados utilizados en los bindi, señales que los brahmanes colocan en la frente, o en los dibujos geométricos o rangolis, que los fieles realizan en los templos o en las puertas de sus casas para atraer o expulsar a determinados espíritus. Hombres y mujeres engarzaban flores de jazmín y mientras otros solicitaban exasperadamente la presencia de los turistas. El grupo entró unido, pero entre que unos hacían fotos, otros que preguntaban precios, uno giraba a la derecha, otros al frente y otros en sentido opuesto, terminé solo. Salí a la plaza y entre los varios rickshaw que me ofrecían sus servicios, decidí ir al famoso Palacio del Marajá.
Me recuerda tremendamente a la sevillana Plaza de España por su aspecto de tarta, aunque que no deja de merecer un cierto valor los magníficos espacios y materiales empleados. Pero antes de acceder, será quizás conveniente ojear en la Lonely algunos datos de su ajetreada historia: el Palacio Amba Vilas, conocido como el Palacio de Mysore fue la residencia oficial de la dinastía Wodeyars, que gobernó desde el siglo XIV hasta la Independencia en 1947. Es considerado uno de los lugares de mayor interés turístico de toda la India, detrás del Taj Mahal, lamentablemente no se pueden tirar fotografías en su interior ‒previamente y con los zapatos nos han requisado las cámaras‒, ya que hay que entrar extrañamente descalzo, aún siendo un recinto civil. En su afán de ser el mejor del país, fue construido y demolido varias veces, el primer palacio fue promovido por los reyes Wodeyar en el siglo catorce. En 1638 fue dañado seriamente por un rayo, motivo por el que fue reconstruido y ampliado por Ranadhira Kanteerava Narasa Raja Wodeyar. Continuando con el hilo de la historia, cuando fue tomada la ciudad bajo el reinado de Hyder Ali en 1762, el palacio pierde su importancia y, cuando en 1787, la ciudad es tomada por el Sultan Tipu lo derriba para construir un nuevo Mysore en unos terrenos próximos, a los pocos años una nueva guerra pone fin a su reinado. Los ingleses restauran el Reino de Mysore y la antigua familia real hindú Krishna Raja Wodeyar III, construye un nuevo palacio en su lugar en 1803 que nuevamente fue destruido, en este caso por un incendio, en 1897. Inmediatamente el regente Maharani Vani Vilas Sannidhna, encarga al arquitecto británico Henry Irwin las trazas de un nuevo palacio, terminado en 1912, el edificio que visitamos. Su estilo indo‒sarraceno combina hábilmente elementos de las arquitecturas gótica, musulmana e hindú. Posteriormente, fue ampliado y digamos terminado, en 1940.
La entrada resultó un tanto singular, los policías querían que les abonase a ellos directamente, situación un tanto extraña que obviamente decliné. Comencé el recorrido por el exterior, que se encontraba cuajado de turistas, la mayoría nacionales. Todos mirábamos atónitos tal obra objeto de una política y dominio extravagantes. El exterior del Palacio responde al conocido estilo indo‒sarraceno que los arquitectos ingleses trajeron a estas colonias y que se desarrolló profusamente en Bombay, extrañamente en el interior se utilizó el estilo Hoysala. Su estructura principal de tres pisos es de piedra, con bóvedas de mármol y una torre central de cinco pisos. Todo el conjunto está rodeado por un gran jardín en el que se pueden ver algunos pequeños templos. La fachada cuenta con nueve arcos lobulados, dos más pequeños flanquean el arco central, apoyado en altas columnas y coronado por una cúpula vaída abierta, que aloja una impresionante figura de la diosa de la riqueza Gajalakshmi con sus elefantes, iluminada con cerca de 100.000 bombillas una tarde a la semana (no tuvimos la suerte de encontrarnos en el día indicado). En sus jardines se monta un gran escenario donde se celebra parte del festival Dasara que mencioné antes. Son varias las salas que merece la pena ver, como la de Durbar, para las audiencias privadas, donde el rey realizaba las consultas a sus ministros, en su entrada se encuentra una preciosa puerta de palo de rosa con incrustaciones de marfil. En su nave central destacan columnas doradas, el techo de cristal, rejas decorativas y candelabros con motivos florales finos que se reflejan en el suelo. El Durbar Público es la sala pública donde la población en general podría reunirse con el rey en tiempos prescritos para realizar sus peticiones. El palacio alberga una Sala de Armas del siglo 14, que contiene una colección de diferentes tipos, utilizadas por los miembros de la familia real (lanzas, espadas, etc.), así como otras que se utilizaron en el siglo XX (pistolas, etc.). El Mantapa Kalyana o sala del matrimonio es de planta octogonal y techo de cristal multicolores, teñidos con motivos de pavo real dispuestos en patrones geométricos. El suelo de la mandapa continúa el tema de pavo real con un mosaico diseñado con baldosas de Inglaterra. Las pinturas al óleo ilustran la comitiva real y las celebraciones del Dasara de antaño, hacen que las paredes parezcan más espléndidas. Todo esta ejecutado con ricos materiales, piedras, columnas de fundición, artesonados de maderas nobles y carpinterías de madera, a los que se suman sus muchas torres coronadas por cúpulas doradas de bronce, vidrieras, pinturas murales. Su decoración pomposa en colores llamativos, solerías de cerámica y piedra confeccionando todo tipo de mosaicos. El recorrido interior, aunque todo resultase opulento, no llegó a llamarme la atención. Por último, destacar como dos policías que se me acercaron en el interior del palacio, me pidieron rupias, no entendía aquello, los eludí como pude y terminé marchándome.
A las cinco ya estaba en el hotel, descansado. Al llegar mi compañero le propuse ir a comer, me dijo que tenia el estómago mal y que no le apetecía. Salí sólo, primero al bar donde tomé una cerveza, por cierto, excesivamente cara, así que decidí buscar otro sitio. Me acerqué a un restaurante que detecté al lado del hotel, algo más humilde y más barato. He cenado bien, voy ya probando las comidas de esta tierra, picantes pero sabrosas, de postre he tomado helado frito, que incluso les he pedido que me explicasen como lo cocinan.
Esta mañana me he levantado congestionado, pienso que mucho he tardado en caer de nuevo, quizás provocado por las temperaturas cambiantes y los porcentajes de humedad tan altos, tan pronto sudamos como tenemos frío, aderezados con los medios artificiales, ventiladores y aires acondicionados, el constipado era de esperar, lo sobrellevaré como pueda. Lo peor de todo es que no dispongo de ningún tipo de medicamento para aliviarlo, pero he de seguir. Para colmo, hoy ya nos han puesto sobre aviso de que son más de once horas de autobús.
ALREDEDORES DE MISORE
El final del primer trayecto ha tenido como destino el pueblo de Kushalmagar, al que nos hemos acercado para visitar una de las comunidades tibetanas más numerosas de las recogidas por la India tras la ocupación china del Tíbet a mediados del siglo pasado.
Al partir de Mysore he podido comprobar como es una ciudad medianamente prospera, en su extrarradio se asienta una incipiente industria. En el resto del camino, como siempre observo una agricultura fértil en la que se dejan ver los primeros tractores y donde el caserío es de mayor calidad. Esto es sólo una momentánea apreciación, porqué los distritos situados a lo largo de las carreteras suelen responder a los mismos parámetros, núcleos desordenados y abigarrados, en sus gentes y pequeños comercios. Siguen los arados tirados por vacas y cebús. Las mujeres ayudan en las tareas del campo, se suceden los distintos cultivos, arroz, maíz, caña de azúcar, coco, betel, tapioca, mandioca, patata, tomate y otras muchas hortalizas, legumbres y cereales. Las tierras vuelven a ser rojas y los ladrillos cerámicos compiten con otros de barro fósil y de hormigón. De la arquitectura domestica y civil pocos testigos existen del pasado, pese a ello, continúo obsesionado en su rastreo. Sólo llego a identificar la choza de palma y la de adobe ¿Será qué este clima tropical tan lluvioso se ha encargado de borrar sus vestigios?
Siento cierta obsesión por los ladrillos desde que los vi por primera vez e intento analizar su uso, quizás sea producto de la deformación profesional. Se utilizan en los muros, tanto de carga como en los cerramientos de las estructuras de hormigón. Ya describí suficientemente el ladrillo producido en los tejares, ahora le toca a los de hormigón y a una extraña pieza de barro fósil o “laterita” de grandes dimensiones, que solo se encuentra en esta región de Kerala. Sus dimensiones medias son de 22x22x32cms, se extraen mediante el corte de un barro solidificado en el que se encuentran incrustados pequeños trozos de caliza amarilla a modo de fósiles; en hormigón he visto una piedra maciza de 20x30x10cms y otros bloques huecos de 15x40x20 y 15x35x20cms.
Después de muchos kilómetros de carretera llegamos a Kushalanagar, a unos 80 kilómetros de Mysore, al Este del distrito de Kodagu en Karnataka. Esta pequeña ciudad que sólo cruzaremos y que no alcanza los quince mil habitantes, se encuentra en uno de los meandros del Cauvery. Es conocida por encontrarse en sus proximidades el asentamiento de refugiados tibetanos de Bylakuppe, la represa de Harangi y el campamento de elefantes de Dubare. Aún nos quedarán otros 80 para el destino definitivo del día de hoy, Hassan, donde dormiremos. Siguiendo la ribera del Kaveri, a 6 kilómetros por la carretera estatal 88, llegamos a Bylakuppe. Este nombre reciben los terrenos que el gobierno de la India concedió generosamente a los exiliados tibetanos del régimen chino de 1959. Éstos construyeron los asentamientos de Samdupling Lugsum en 1961 y de Dickyi Larsoe en 1969, acompañados de una serie de monasterios budistas, ellos han hecho productivas estas tierras y han construido su pequeño Tíbet. Desde entonces y de acuerdo con un estudio demográfico realizado por la administración tibetana, en 1998, la población de refugiados era superior a los diez mil, que llega a alcanzar los cincuenta mil si contamos a monjes y población flotante. Lo que inicialmente fue un pequeño campamento agrícola, se han convertido hoy día en una ciudad, que por supuesto, dispone de todo. Una red de autobuses los conectan con las principales ciudades, con rickshaw y taxis realizan los desplazamientos interiores. Muy interesantes resultan las construcciones religiosas realizadas por los tibetanos en su propio estilo, monasterios, conventos y escuelas. En templos como el de Tashilunpo, el más pequeño, se sigue la tradición gelukpa. El dorado de Namrodoling, por cierto visitamos, uno de los mayores. En sus escuelas se ofrecen una excelente educación monástica en las tradiciones budistas de nyingma, kagyu, sakya y gelug.
Terminamos aparcando frente al monasterio de Nandroling, el mayor centro de enseñanza de Nyingmapa del budismo tibetano sangha en el mundo, establecido por Kyabje en 1963, después de su salida de 1959. Es el segundo en importancia después del de Palyul y en él reside una comunidad de más de cinco mil lamas. El complejo incluye un colegio religioso o shedra y un hospital. La primera edificación que se estableció en estos parajes fue un pequeño templo de bambú, que ha ido creciendo y ampliándose hasta configurar el gran complejo que visitamos. En 1978 se construyó el Colegio Shedra. En 1993, el convento Tsogyal Shedrup Dargyeling. De 1999 es el gran templo dorado, el "Padmasambhava Buddhist Vihara al que pueden asistir miles de monjes. En 2004 se levantó un santuario dedicado a la escuela antigua de Buda Nyingma. En el 2008, las instalaciones se ampliaron con la construcción de varios edificios para el alojamiento de jóvenes estudiantes, con más de 150 celdas. Sus alrededores se han convertido en un zoco con multitud de tiendas regentadas en su mayoría por chinos. Para acceder y visitar varias de sus capillas y biblioteca, nos tuvimos que descalzar, recorrimos sus instalaciones educativas, donde muchos jóvenes monjes pululaban de un sitio a otro. Las fotografías del Dalai Lama presiden todos los espacios. En el monasterio, he vuelto a ver gorriones, aquellos que antes únicamente y había visto en Cochin, a diferencia de los anteriores, aquí pudiera deberse su existencia a la prosperidad, ya que los cuervos domésticos son menos abundantes.
Volvimos al autobús, aun nos quedarían otros tantos kilómetros para acercarnos al campamento de elefantes de Dubare a orillas del Cauvery. En él se adiestraban elefantes para que ayudasen en las tareas forestales, ante la creciente disminución de estos trabajos, los paquidermos han quedado como atracción turística o complementando otras actividades, como trekking o rafting en el río, atraídos por la importante biodiversidad de estas riberas. Hoy lo único que podríamos ver serían los ejercicios y entrenamientos que éstos hacen en las orillas del río. Cuando llegamos, ya tarde, todo se había acabado, solo pudimos disfrutar con los baños de una veintena de jóvenes que retozaban en la ribera, jugaban como adolescentes, parecía una escena de una de las muchas películas de la factoría de Bolibud.
Manu, improvisando una alternativa, nos acercó a un resort metido en el corazón de la jungla. La carretera era infernal, estrecha y cuajada de curvas, discurría entre preciosos cafetales salpicados de enredaderas de pimienta. El establecimiento en el que nos agasajaron como millonarios turistas occidentales, era quizás de lo más lujoso que he visto por estos lares. Su nombre, por si alguna vez alguien quiere visitarlo es “Orange Country Kabini Resort”. Nos ofrecían un menú envidiable, pero muy caro, Manu con las dotes de negociador de las que siempre hace gala, acordó un precio de 150 rupias para los vegetarianos y 200 rupias para los carnívoros. Probé unas setas deliciosas, rematada con un excelente café de la zona. Ahora nos tocaba la vuelta, ya conocíamos el camino y pensábamos que llegaríamos casi de noche; no casi, arribamos a Mysore a las siete de la tarde, nos acercamos al Palacio del Marajá con la esperanza de verlo iluminado, pero no fue posible, sólo lo harían mañana y ya no estaremos aquí, una pena. El día no había resultado todo lo atractivo que esperábamos.
El malestar en el cuerpo y el cansancio hacen mella, lo sobrellevo como puedo, pero la congestión nasal aún me tortura, y además, siempre iniciamos la jornada con kilómetros. Hemos dejado Mysore, destino anunciado Hassan, en el camino y antes de llegar visitaremos el templo jainista de Savanavelagola, descansaremos algo en el hotel y aprovecharemos la tarde para visitar los templos hinduistas de Halbid y Belur. Cruzamos el estado de Karnataka dirección Norte, dejamos la influencia del Cauvery.
El paisaje lentamente se reseca, la agricultura ya no tiene a su disposición tanta agua y conviven, prados secos dedicados al maíz, azúcar, coco y arauca con los sempiternos arrozales. Es fácil ver páramos de arboleda escasa y matorral propio de la estepa y, algunos eucaliptos madereros. Eso sí, cuando hay agua y la presencia de ésta no es extraña en la época de monzones, aparecen los arrozales y con ellos mucha gente trabajando, arando, sembrando, recogiendo, denotando mucha hiperactividad. La patata aparece conjuntamente con otras hortalizas. El campo bulle, las vacas y cabras dominan el pastoreo, aunque comno singularidad, he visto un cerdo, sólo uno, gordo orondo y negro. Es una provincia rica. Dejando atrás el campo, cuando aparecen las aglomeraciones urbanas en la carretera, vuelve a repetirse el desorden, preferiría llamarlo micro economía india de subsistencia. Hombres y mujeres vende de todo, hortalizas y frutas, cacharros de zinc, fabrican ladrillos manualmente, es una sociedad activa. También he visto a lo largo de la carretera y cerca de los núcleos de población, varios asentamientos con tiendas de lonetas de plástico azul, Manu dice que son gitanos, que o se dedican a trabajar en la obra pública o que se encuentran de paso.
SAVANAVELAGOLA
Sobre las once de la mañana llegamos a la pequeña población de Shravana Belgola o Savanavelagola, a 75 kilómetros al norte de Mysore en el distrito de Hassan, conocida por la colosal estatua de Gomateshvara, el Ermitaño del Lago Blanco o Bahubali, hijo de Rishabha primer maestro y fundador del jainismo. Pasa por ser un importante centro religioso y de peregrinación para los seguidores de una de las religiones más antiguas de la India, pese a todo minoritaria. En el país sólo la profesan el 0,4% de la población, cuyo grueso se reparte entre las poblaciones de los estados de Gujarat y Mumbai. Su origen se remonta al siglo VI antes de Cristo, casi contemporáneo con la fundación del budismo; se interpreta como la reacción al sistema de castas y rituales del hinduismo, del que tampoco reconoce sus textos védicos. Fue fundada por el santo Mahavira, evolucionando como movimiento reformista opuesto al brahmanismo. Una de sus características más importantes nace del concepto del Anisa, que tiene como creencia fundamental la no violencia y la compasión por todos los seres vivos, que son inviolables. Son vegetarianos estrictos, incluso renuncian a los tubérculos, como cebollas y patatas, que consideran arrancados de la madre tierra. Se cuenta que el emperador Chandragupta Mauria se instaló en estos parajes en el siglo III aC y que tras renunciar a su reinado, murió de ayuno voluntario. Los jainistas lo imitan, incluso van desnudos, los vestidos son el símbolo de las posesiones mundanas. La escultura de Gomateshvara Savanavelagola es uno de los principales centros de peregrinación para los seguidores indios y, la verdad es que es preciosa. Es curioso como se identifican sus seguidores, los hombres visten de blanco y sus mujeres de rojos floreados.
En la lontananza, desde la meseta y antes de llegar al pueblo ya se divisan las dos pequeñas colinas rocosas que sobresalen en el horizonte, sus nombres, como tantos otros, provienen de la mitología védica, Chandragiri e Indragiri. Se elevan sobre la meseta 60 y 100 metros respectivamente, entre ambas se encuentra el pequeño pueblo de Savanavelagola y, como protegiendo su acceso desde la carretera, se encuentra el inmenso Estanque Blanco de la constelación Shravana, en referencia al nombre de la estatua. En la roca más baja, que no visitamos y que únicamente vimos desde el ascenso a la cima de su opuesta, se encuentra un monasterio con cinco templos dravidianos construidos entre los siglos VIII y XII. A la afloración granítica más alta se sube por una empinada escalera de 614 peldaños tallados en la roca, que el sol del esplendido día calentaba llegando a quemar nuestros pies descalzos.
En lo más alto de Indragiri se encuentra el santo ermitaño desnudo Jain Gomateshvara, la mayor estatua tallada en una sola piedra del mundo y cenit del arte de la dinastía occidental de Ganga Talakad, tallada entre los años 978 y 983 por Aristemeni, por encargo de Chavundaraya comandante al servicio del rey Rajamalla I, según queda datado en unas inscripciones que se pueden leer en su base, en las lenguas canarés y tamil. Representa el lujo del emperador Vriashabhadeva que llegó a ser el primer tirthankar jainí, ancestro y venerado Adinath, que pronto observó la futilidad de los beneficios materiales y renunció a su reino. Como ermitaño meditó en absoluta soledad en el bosque hasta alcanzar la iluminación. Su largo periodo meditativo queda representado en las enredaderas que cubren sus piernas y el hormiguero a sus pies. Entre otras de sus historias se cuenta que aquí meditó Bhadrabahu Acharya, maestro espiritual del emperador Chandragupta Maurya, unificador de la India en el siglo IV aC y autor de los textos más importante del jainismo. Todo el conjunto, roca, estatua y visión del paisaje son espectaculares.
Los cien metros de subida se realizan en dos tramos, el primero y más empinado fue rápido, unos 75 metros donde el trasiego de visitantes en ambas direcciones no cesa. Me quemaban las plantas de los pies y la única solución era aligerar, afortunadamente a la escalinata la acompaña una barandilla de hierro a la que es necesario y muy útil asirse. Al final, llegamos a una portada de piedra que da acceso a un recinto cerrado con un muro de piedra presidida por unos últimos escalones en los que parece, que todos queremos sentarnos, para descansar o simplemente para disfrutar de las vistas. Al pasar al interior encontramos varios restos, parecen pequeños templos, es una pena tener tan poca información de los que veo. En el suelo rocoso de esta explanada ligeramente inclinada se encuentran diversas inscripciones protegidas por vidrios, seguramente escritas en las lenguas más antiguas de Karnataka. Indagando posteriormente, he averiguado que algunas mencionan el nacimiento y crecimiento del poder de los imperios de Ganga, Rashtrakutas, Hoysala, Vijayanagar y Wodeyar, éstas han ayudado a los investigadores a comprender la naturaleza, el desarrollo y la literatura en la lengua canarés. Seguimos subiendo, pasamos por unas piedras con figuritas talladas que parecen budas, pero que son “tirthankar” (seres humanos que alcanzaron la trascendencia y liberación, el moksha), llegamos a otras escaleras que dan paso a una portada previa al recinto principal. También cercado por otro muro de piedra, en este caso pintado con las ya clásicas franjas verticales rojas y blancas. El patio interior está solado con grandes baldosas de granito que me recuerdan al templo de Meenaskshi en Madurai. Toda la arquitectura que nos rodea es de gran belleza y serenidad, pese a ello, cuando llegamos al pequeño patio nos quedamos, por qué no decirlo, con la boca abierta, la estatua tiene unas facciones de una delicada belleza, totalmente desnuda, domina un pequeño claustro en el que los fieles, la mayoría jóvenes rezan y elevan sus plegarias, conocidas como Gomateshwara o Dahuvali. No quisiera abandonar Savanavelagola, sin pensar en la posibilidad de volver el próximo 2018, ya que cada doce años, miles de devotos se congregan aquí para realizar la ceremonia de Mahamastakabhisheka, en la que ungen con libaciones la estatua, con leche, cuajada, azafrán, cúrcuma, pétalos y monedas de oro y plata. La última celebración fue el pasado 2006.
Después de la visita continuamos con la ruta prevista, a Hassan como destino, ciudad con relativamente poca historia que mencionar. Manu nos cuenta que fue fundada en el siglo XI por Channa Krishnappa Naik, jefe local de los Palegar con el consentimiento de los poderosos Hoysala, cuya capital residió en Halebidu hasta el siglo XIV. Quedamos acomodamos en el hotel Southern Star, que utilizaremos como base en nuestras próximas visitas, en él pudimos reponer fuerzas, almorzamos en el humilde restaurante de la primera planta. No tuvimos tiempo para mucho más, casi inmediatamente volvimos al autobús para continuar hacia Halebidu. Son unos 30 kilómetros los que nos separan. Esta pequeña población fue conocida como Dorasamudra o Dwarasamudra, literalmente traducible por la “Ciudad en Ruinas”, tal como la dejaron los musulmanes de las regiones del Norte, del sultanato de Malik Kufur, en el siglo catorce después de arrasarla. Fue la capital real del Imperio Hoysala en el siglo XII y es aquí donde encontraremos quizás, uno de los mejores ejemplos de su arquitectura. El templo de Hoysaleswara Kedareswara, las dos deidades a las que se consagra. Actualmente la ciudad deja mucho que desear, incluso expertos consideran que tienen abandonada tan importante joya arquitectónica.
HASSAN ─ HALEBIDU ─ BELUR
Pero antes de continuar he sentido la necesidad de recabar información sobre la arquitectura Hoysala, nombre con el que se conoce el estilo desarrollado bajo este imperio en Karnataka, entre los siglos once a catorce y que tuvo su apogeo en el XIII, cuando dominó en la Meseta del Deccán, ya que en estos próximos días veremos sus templos más importantes. He extraído valiosos datos en distintas webb, en wikipedia he encontrado información que he filtrado en relación a las fotos y en las notas tomadas en los distintos lugares visitados, también me ha sido muy útil aquella publicación que adquirí en Fort Cochin “les Temples de l´Inde du Sud”, de Salim Pushpanath.
El estilo hoysala tuvó influencias de la arquitectura de los Chalukya en su florecimiento, a los que superaron en el uso de una rica ornamentación. Combina hábilmente el mundo natural con los dioses del panteón hinduista, representados en sus esculturas y bajos relieves, admirable en la decoración escultórica de los frisos que recubren los paramentos exteriores de sus santuarios, templos que se dedican generalmente a Shiva, como Hoysaleswara en Halebidu o a Vishnú, como el de Chennakesava en Belur. La terminación de sus nombres con el sufijo “eshwara” significa «el señor de». En estos lugares concebidos para la comunión entre dioses y hombres, el elemento central es el santorum o capilla denominada "garbhagriha" o vientre de la cámara, lugar donde reside el "murti" o icono de la deidad, conceptos que ya he mencionado antes. La arquitectura se ordena en base a los recorridos que realizan los fieles para acercarse a este lugar sagrado desde el exterior. Una de las características fundamentales es la aparición del “jagati”, plataforma sobre elevada –un metro aproximadamente del suelo– sobre la que se construye el santuario y que permite circunvalarlo a su alrededor a modo de pradakshina, en el sentido de las agujas del reloj y en zigzag, siguiendo la forma de estrella de la propia edificación. El acceso se realiza por unas escaleras flanqueadas por unos pequeños templetes, cada uno con una deidad distinta. Es un concepto distinto a la de las construcciones que hasta ahora hemos visto, fundamentalmente las dravidianas; a diferencia de las anteriores, los distintos elementos se fusionan para formar un todo.
El santuario que reside la deidad principal es el “vimana”, también llamado cella, en referencia a la arquitectura occidental. Dependiendo de su número, los templos se clasifican en ekakuta (uno), dvikuta (dos), trikuta (tres), chatushkuta (cuatro) y panchakuta (cinco); en Hoysala los encontramos con uno, dos o tres capillas. Cuando existen varios, el diseño se realiza siguiendo trazados fractales, buscando ante todo el equilibrio. Generalmente estas piezas se encuentran rematadas por grandes cubiertas que en algunos casos han desaparecido, torres piramidales escalonadas, a veces de base estrellada y ricamente decoradas, apoyadas directamente sobre el techo horizontal de piedra. Se realizan con bloques y piezas talladas que provocan en su textura exterior un sinfín de sombras que llegan desvirtuar y hacer vibrar su perfil. El punto más alto es rematado con una piedra en forma de cebolla conocida como “kalasa”. Por debajo de esta superestructura aparecen “los aleros”, con diferentes esquemas decorativos. En los primeros templos, construidos antes del siglo XII, debajo de éstos aparecen torres decorativas en miniatura y un grupo de deidades, sus asistentes quedan por debajo. Generalmente son cinco los frisos que forman el basamento de la pared. En las construcciones posteriores aparece un segundo alero un metro por debajo del anterior, entre ambos se colocan otras torres en miniatura. Las deidades aparecen debajo del alero inferior, en ambos casos los diseños siguen trazados horizontales. Los frisos, que a veces llegan a tener hasta ocho franjas, se dividen en dos secciones, destacando el primero que contiene secuencias de animales y vegetación, el segundo, representaciones de textos védicos; por encima de estos aparecen bestias imaginarias como el yalli o león con colmillos de elefante y cola de serpiente, el makara o pez con cabeza de elefante, cocodrilos o ciervos y los hamsas o cisnes.
De igual importancia es la “mandapa”, la sala donde los fieles se reúnen durante las oraciones. Si es abierta, funciona como vestíbulo del vimana, como ocurre en los grandes templos de Hoysala. En estos casos suele disponer de muros calados con celosías que permiten tamizar la luz. En las hileras exteriores de columnas se pueden encontrar asientos de piedra que acompañan la forma escalonada del recinto. La estructura del techo se apoya en numerosos pilares en retícula, desde cuatro como mínimo hasta 64 como máximo, creando muchos vanos o intercolumnios, desde 13 hasta 81. Las columnas fácilmente de tallar en esteatita, son torneadas, presentando discos, volutas y hendiduras, algunos en forma de campana, su parte superior es decorada con esculturas, todas son distintas. Los techos de estos espacios se configuran en varios planos, distintos niveles formando nichos en los que aparecen representaciones escultóricas con motivos tanto mitológicos como florales, coincidentes con los vanos. El pórtico de entrada que aparece ricamente decorado, consta de un muro enmarcado por medias columnas bajo un vuelo. En el centro, la puerta, bajo un dintel tallado, el “makaratorana”, aparece una pequeña torre llamada “sukanasi” o nariz en la que se coloca el emblema Hoysala.
Pero si hay una característica importante en el estilo hoysala, éstas son sus detalladas y finas esculturas gracias a ser realizadas en esteatita, piedra blanda que facilita la filigrana. Representan escenas de textos védicos, ordenadas según en el sentido de las agujas del reloj, a partir de la entrada principal, la misma dirección tomada por los devotos en sus rituales. Otras escenas proceden de la vida cotidiana e incluso algunas tiene contenido erótico, que se incorporan disimuladas, generalmente de pequeño tamaño –las busqué y las encontré–. Son especialmente bellas las figuras de mujeres en las esquinas, cerca del techo, visibles en la circunvalación. En los frisos exteriores destacan escenas con series de caballos, leones y elefantes que se combinan con figuras de bailarines y músicos. En el dintel de la entrada principal aparece el “makaratorana” o bestia imaginaria, en las jambas de la puerta, las doncellas o “Salabhanjika”. Aparte de estas esculturas, aparecen secuencias enteras de la épica hindú tomadas del Ramayana y Mahabharata. Es usual que muchos de estos frisos fueron firmados por sus artesanos. Los Hoysalas contaron con los servicios de grandes arquitectos y escultores, algunos nombres destacan en su historia. Los artesanos eran de diversa procedencia geográfica, también locales, como el prolífico Amarashilpi Jakanachari, quien también construyó templos para los Chalukyas occidentales o, Ruvari Malithamma autor del templo de Kesava Somanathapura y los de Amruteshwara en Amruthapura o, Malithamma especializada en decoración o, Dasoja y su hijo de Chavana Balligavi que firmaron el templo Chennakesava en Belur o; por último, Kedaroja arquitecto del templo de Hoysaleswara en Halebidu.
El autobús nos dejó en una calle abierta, sin edificaciones, el templo de Hoysaleswara aparece a su derecha, en una gran parcela ajardinada. Se desarrolla en una doble cruz latina, a su izquierda hay un mandapa con un esplendido Nandi de basalto negro. Nos cuenta Manu que está dedicado a Shiva y que fue construido por Vishnuvardhana, rey Hoysala en el siglo doce. Existen testimonios escritos sobre su finalización hacia 1121 y, financiado por los ricos seguidores del dios hindú de la propia población. Cuando los musulmanes invadieron la ciudad el templo fue abandonado, deteriorándose hasta llegar a la ruina. Construido enteramente con esteatita, se compone de dos santuarios uno para cada deidad, dos vimana (dvikuta) elevados sobre un mismo jagati en forma de estrella. Cada uno de los santuarios dispone de un mandapa adyacente en sus accesos principales a modo de hall, que engrandecen la visión de sus capillas ocupadas por pequeños lingam. El interior es sencillo en relación al exterior profusamente decorado, lo único que destaca son sus hornacinas en las paredes con sus correspondientes deidades. Faltan las cubiertas piramidales que en su día cubrieron los vimana. Aunque tiene cuatro pórticos de entrada, el acceso utilizado por los visitantes es el de uno de sus laterales, el situado al Norte. Tiene un santuario dedicado al dios del sol Surya y un gran mandapa con el Nandi, todos comparten el mismo jagati del vimana principal; originariamente la mandapa estuvo abierta, pero posteriormente fue cerrada con un muro perforado con celosías. En el sencillo interior encontramos cuatro columnas frente a cada santuario, destacando las esculturas de mujeres madanikas en la parte superior de las esquinas. Pero quizás, lo más espectacular de este templo sean los bajos relieves de sus frisos en los paramentos exteriores, en total 240 imágenes diferentes. Parten con la danza Ganesha en la parte izquierda de la entrada Sur y terminan con la misma figura en la derecha en su lado Norte. En la realización de los paramentos exteriores encontramos las grandes innovaciones realizadas por sus arquitectos. Las paredes se rematan con dos aleros en todo el borde de la construcción, el superior es la prolongación del techo y el inferior se sitúa a un metro del anterior, en la franja intermedia se introducen pequeñas torres. Por debajo, los muros calados. Se desarrollan ocho frisos que aumentan la sensación de horizontalidad, rompiendo con la tradición de cinco utilizada anteriormente. En estos se desarrolla una gran variedad y profusa decoración, con elefantes en el más bajo, que simbolizan la fuerza y estabilidad, en los siguientes, leones, caballos, motivos florales, dioses, bailarines, hombres y mujeres en escenas propias del kamasutra o, escenas de guerra. En total más de 200 metros lineales donde no se repite ninguna figura. También son de interés, las pilastras con tallas de Garuda, guardaespaldas personales de reyes y reinas, que se suicidaban cuando estos morían.
A la salida nos acosaron los vendedores y mendigos, como ya comienza a ser habitual, pero que soportamos con estoicismo.
La próxima visita sería el templo de Chennakeshava, en la pequeña población de Belur, a tan sólo 16 kilómetros y conocida por ser la primera capital del Imperio Hoysala. La cercanía de ambas ciudades, declaradas por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, favorece la llegada masiva de turistas de todas partes, aunque la verdad, es que no nos hemos topado con ninguno. Aquí visitaremos el templo originalmente conocido por Vijayanarayana, dedicado a Chennakesava, avatar de Vishnú y que significa literalmente guapo, su principal atracción. Fue mandado a construir en las orillas del río Yagachi por el rey Vishnuvardhana en el año 1117, unos dicen que para celebrar sus éxitos militares contra los Cholas y otros, para que rivalizara en grandeza con las obras de sus vecinos los Chalukya. Una última versión la considera motivada por la conversión del rey al vaisnavismo, al abandonar el jainismo. Es considerado el primer gran templo Hoysala, conserva influencias de los chalukyas occidentales.
El complejo de unos 140x140 metros se encuentra cerrado por un muro no muy alto, a diferencia del templo de Halebidu que está rodeado de jardines. En el interior encontramos adosado en dos laterales del muro perimetral un claustro sobre un jagati propio, al parecer construido en el siglo dieciséis, está subdividido en numerosas y pequeñas capillitas, algunas tienen frescos de gran belleza en las paredes del fondo, otras son presididas por lingam que chorrean abundante aceite de mantequilla; es la misma solución que ya vimos en el templo de Airavateswara del siglo doce. La entrada principal se encuentra en el centro del muro del Este, coronada con un gran gopuram, no muy alto y sin colorear, que fue construido cuando gobernaban los reyes del Imperio Vijayanagar. Estas estructuras de claustro también me recuerdan a aquellas otras de la arquitectura dravidiana que hemos visto en algunos templos de Tamil Nandu, como el construido por los Chola en Tanjore, el de Brihadeshwara.
En el recinto rectangular, el templo de Chennakesava es el principal, se sitúa en el centro. Entre las capillas secundarias, todas dedicadas al culto, encontramos a la derecha, la de Kappe Channigraya, la más pequeña, es un dvikuta de dos vimana, desnuda de decoración esculturórica, pero sin embargo, de gran valor arquitectónico. A su santuario original con planta de cruz se le añadirá posteriormente una de planta cuadrada. Otras capillas son las dedicadas a Sowmyanayaki, avatar de Lakshmi o, la de la santa Ranganayaki. Vestigios importantes son dos pilares o sthambhas situados frente al templo principal, el sthambha Garuda y el sthambha Deepa a su derecha, el primero data del período Vijayanagar y el segundo, posterior, de la época Hoysala. Nuevamente encontramos ruedas de piedra que giran sobre el paramento del mandapa principal.
Chennakesava se diferencia de Hoysaleswara por su mayor tamaño, aunque el esquema compositivo vuelve a ser el mismo. Dispone de un único vimana o ekakuta inicialmente estuvo rematado por una torre. Su planta en forma de cruz es de 10x10 metros se eleva sobre su correspondiente jagati al que se accede por tres tramos de escaleras. Consta de cinco secciones verticales, cada una tiene una hornacina situadas en estrella siguiendo la estructura del santuario, forma que sugiere que el remate de la cubierta hoy perdido habría sido del estilo Bhumija propios de los templos del Norte de la India en estilo Nagara y que se encuentran en los santuarios en miniatura a la entrada de la sala. En el interior hay un pequeño santuario de 2x2 metros en el que reside el murti de Kesava, avatar de Vishnú, su puerta está custodiada por guardianes o dvarapalakas. Eran las cinco y media cuando Manu nos aconsejó que esperásemos a que dos brahmanes abriesen la puerta para atender a los fieles que allí esperaban con sus ofrendas. Al fondo divisábamos la negra deidad de basalto de unos tres metros de altura, engalanada con guirnaldas de caléndulas amarillas, con dificultad distinguíamos en sus cuatro manos sus atributos, el chakra o disco, la gadha o maza, el padma o loto y el shanka o caracol.
Acabada la ceremonia salimos a el mandapa abierto a modo de vestíbulo, aunque contradictoriamente cerrado (posteriormente) con muros calados de celosías en forma de estrellas. Cuenta con 60 vanos en los que destacan sus variadas columnas de esteatita, unas talladas y otra torneadas. La más famosa es la conocida como Narasimha por la escultura que aparece en su parte superior, un hombre león, dicen que podía girar sobre unos cojinetes colocados en su base. Todos los vanos del techo, correspondiente a cada cuatro pilares, hasta 42, se encuentran decorados de forma distinta. Ya en el exterior, contemplamos unos preciosos vuelos curvados de piedra en el borde superior de las cubiertas planas. La base de sus paramentos y frisos horizontales están decorados con una gran variedad de tallas, los motivos empleados son similares a los del templo de Hosayleswara.
Pero no todo ha sido la visita de esta construcción cuya interesante arquitectura aún me cuesta asimilar, queda tan lejos de nuestras tradiciones, que a veces no alcanzo a comprender el porqué de tan variado repertorio, del que tan sólo admiro su envidiable belleza. Quizás y por casualidad tuvimos la suerte de participar de otro de sus acontecimientos. Al llegar, nos cruzamos por algunas calles de Belur con varias procesiones. Eran remolques tirados por tractores, montados sobre ellos aparecían unos coloridos altares, paseaban figuras del panteón hinduista igualmente engalanadas, en dos de estas curiosas calesas distinguí a Ghanesa y a Vishnú; acompañadas por una multitud de gentes y comparsas con tambores bastante ruidosos, presididas por grupos de jóvenes que danzaban y saltaban al ritmo de la música. Luchan, juegan, se divierten, se tiran y espolvorean “harina de arroz de colores”, aquello parecía más un carnaval que una comitiva religiosa. Cuando salimos del templo de Chennakesava, aún continuaban allí, muy cerca. Según Manu, celebraban la festividad de Ganesha, que por cierto, apareció montado en otro remolque con el mismo jolgorio de música, baile y colores anteriores. No perdí la ocasión, me acerqué al tumulto, me atreví a meterme entre ellos, estaban eufóricos, se arremolinaban a mi alrededor para aparecer en las fotos que intentaba captar, resultó emocionante.
Esperamos a que todo el grupo se reencontrase, nos montamos en el autobús y regresamos al hotel en Hassan. De vuelta allí nos esperaba otra sorpresa que el guía había gestionado por su cuenta. Un joven indio, al parecer, ilusionista ‒lo miré y me pareció que coincidía con el mismo individuo que vendía los pequeños violines o “ektara” en el hotel de Mysore‒. En el hall nos realizó una demostración de juegos de magia, ocultaba bolitas en vasitos, pasándolas de uno a otro, algún que otro juego con cartas, sorprendiéndonos al final de su actuación sacándose una enorme cantidad de puntillas de la boca. Resultó entretenido, terminó pasando la gorra, le obsequié con 50 rupias, por lo general otros compañeros le daban 20 o 30 cada uno, me resultaron un tanto rácanos. Finalizamos la jornada yéndonos a cenar al restaurante del hotel, el de la planta primera y, a dormir rápido. El día que nos espera mañana será especialmente duro, traslado de Hassan hasta Hospet. Dice Manu, que aunque el trayecto no es muy largo, las carreteras son malas y el tráfico intenso después del fin de semana. Antes de ir a la cama salí a la calle y di un pequeño paseo por las cercanías, encontré una de aquellas tiendas que parecen ilegales, aquí beber alcohol no es aún delito, pero lo parece; compré a buen precio una botellita de ron del que di merecida cuenta mientras escribia estas líneas en el diario.
Vuelvo a tener la congestión nasal a tope, me duele la cabeza y el estomago, espero que el día no sea muy duro.
A primera hora, a las siete y media de la mañana hemos partido de Hassan, pero hasta las cinco de la tarde, no hemos quedado alojados en Hospet. Todo el día metido en el maldito autobús, que si tiene el aire acondicionado conectado, nos congelamos y cuando lo quitan, nos asfixiamos de calor. De todas formas he intentado ser positivo, escuchar música y observar el paisaje, quiero llegar a comprender un poco más este país. Cruzamos Karnataka en dirección Sur Norte, nos volvemos a alejar de la influencia del Cauvery para acercarnos a la del río Tugabhadra, uno de los tres importantes cauces fluviales que cruzan la provincia, nos falta conocer el tercero, el río Krishna.
Como en otros tantos trayectos tomo notas de las impresiones que recibo a través de la ventanilla. A medida que nos alejamos, el cultivo cambia de regadío a secano, comienzan a predominar plantaciones de maíz y sorgo. Tierras a veces resecas, mojadas en ocasiones, la influencia de los monzones palia lo que en otras latitudes sería una pertinaz sequía, de hecho, ahora mismo el suelo está verde y húmedo y por doquier pueden verse charcas y pequeños embalses que recogen las aguas llovedizas que incluso permiten la siembra de arroz. También hay mucha plantación de patata y tan solo al final del trayecto desaparecen los cocoteros. El territorio es cambiante, sobre un suelo aparentemente rico en hierro, como una alfombra roja en la llanura, aparecen salpicadas afloraciones pétreas de granito. En los tramos finales los cultivos son adsorbidos por el predominante monte bajo, que se mezcla con otras zonas ralas de vegetación, me recuerda a la sabana africana. Paso los minutos observando el paisaje cambiante, y aunque a veces me absorbe y aturde, necesitaría una vida para comprenderlo, lo percibo como un todo identificable, intuyo que así es la India. Singular este territorio que queda manchado con la presencia del hombre, que rotura la tierra con sus vacas o tractores, que recoge patatas o cosecha arroz, todo a mano. Curiosas las costumbres heredadas de la precariedad económica, algunas veces trillan el arroz al borde de la carretera, esperando que el viento que origina el paso de los vehículos sople y separe la cascarilla del grano.
A las dos horas y media paramos en Hulegar, algunos compraron fruta, tan solo fue un cuarto de hora. Sobre las doce, nueva parada, en el restaurante de un hotel a las afueras de Chitradurga, donde almorzamos. En la calle contemplé como algunos de sus árboles, en las amplias aceras tenían en sus pies “cattas”, como se conoce en hindi esos basamentos que rodean a algunos de sus más hermosos ejemplares, generalmente grandes acacias o laureles de india y que utilizan como descansaderos. Los he visto circulares y cuadrados, de hasta 5 metros de lado o diámetro y 50-60 centímetros de altura. En este caso eran de perímetro circular, con un murete de piedra pintado de amarillo, relleno de tierra hasta su borde y hierba a modo de asiento. El tronco de la acacia aparecía decorado con lunares de colores, singular estampa.
La comida no estuvo mal, abundante y barata, mucho pollo, arroz y picante. Cuando volvimos al autobús sería para no bajarnos hasta llegar a Hospet. En este nuevo trayecto, el paisaje ha cambiado radicalmente, la agricultura es escasa, el terreno ondulado, pequeñas cadenas de colinas a ambos lados. Se divisaban en algunos lugares alineaciones de molinos de viento para generación eléctrica en las crestas de la topografía y explotaciones mineras para extracción de hierro, en esta zona y sus alrededores es un negocio bastante floreciente. A tan solo 33 kilómetros se encuentra la planta de acero de Jindal Vijayanagar, una de las grandes productoras de acero de la India y que ya divisábamos en la lejanía. El tráfico por una carretera estrecha y mal conservada es intenso, colas y colas de camiones, algunos restos de chatarra de esos vehículos en los márgenes son testigos mudos de accidentes. Un gran embalse que frena y engorda al río Tugabhadra antes de llegar nos da la bienvenida a una ciudad que aparentemente es un puro desastre, a pesar de sus casi 200 mil habitantes y el auge en el negocio de la minería. Todo viejo, sucio y desordenado, quizás uno de los lugares más añejos de los que hasta ahora hemos visitado. Y eso, que esta ciudad, que en tiempos antiguos la conocían como Nagalapura tiene unos fuertes ingresos por el turismo. Quizás ahora será únicamente conocida por su proximidad, a tan solo 12 kilómetros, de las ruinas medievales de Vijayanagar, además de alojamiento de los muchísimos turistas que a ellas se acercan. Después de callejear y tener la ocasión de ver el enorme bullicio que preside a las gentes de esta población, hemos llegado al hotel Malligi, sobre las cinco. Aunque cenamos temprano y más pronto nos hemos ido a la cama, aún he tenido tiempo para darme un baño en la piscina, corto, porque el agua templada no apetece y hacia bastante calor. Mañana será otro día.
HAMPI
Hoy es 20 de septiembre de 2010. El sol entra radiante por la ventana, pero ni eso me anima. Me he levantado con un malestar general horrible, me duelen los riñones y esta noche he estornudado bastante, espero poder sobre llevar bien este lunes. Es temprano, las 7,30 y salimos a para Hampi, una pequeña aldea a orillas del río Tungabhadra que se confunde con las ruinas de la que fuera capital del Imperio Vijayanagara entre los años 1336 a 1565, Patrimonio de la Humanidad, a tan solo 12 kilómetros al Sur de Hospet, lanzadera para estas visitas turísticas a sus alrededores. Sus gentes viven de la agricultura y últimamente del turismo, que acude en buen número a tan importante recinto arqueológico. El día se promete interesante, quizás son muchas las ruinas que podríamos ver en su antigua ciudad y no mucho tiempo para ello, habríamos necesitado por lo menos un par de días más. Prueba de ello es haber pasado de ver el templo de Virupaksha, origen de este lugar, lamentablemente por el cansancio.
Hemos tomado unos cuantos rickshaw, he tenido la suerte de quedarme con Manu (más que suerte, lo he vuelto a provocar), así que agradezco poder escuchar sus interesantes disertaciones al respecto de las insistentes preguntas con que lo saeteo. De camino nos hemos encontrado con dos hombres que llevaban una pequeña barcaza en forma de casquete esférico y que me ha llamado bastante la atención. Pidiéndole a Manu información sobre este singular objeto, me ha indicado ‒parece saberlo todo‒, que se llaman “coracas” y que son utilizadas para pescar en el río, las más antiguas y tradicionales son de caña y palma, pero actualmente han sido sustituidas por otras de chapa metálica, más fáciles y rápidas de construir. Tienen aproximadamente dos metros de diámetro por cincuenta centímetros de calado, afortunadamente hemos parado el motocarro y he aprovechado para hacerle unas fotos a una de estas balsas tradicionales.
En más o menos media hora nos encontrábamos en el conjunto arqueológico de la ciudad de Vijayanagara o “Ciudad de la Victoria”, nombre que procede de los términos Vijaya (victoria) y Nagara (ciudad), y aunque fue la capital de uno de los mayores estados que gobernaron la India, hoy día se encuentra en ruinas. El paisaje de la llanura que vuelve a salpicarse de afloraciones de granito rosáceo se completa con las ruinas de templos en el borde del río Tugabhadra. El día que nos acompaña favorece el espectáculo, el cielo totalmente despejado y un sol y calor de justicia, verdaderamente agotador para nuestros cuerpos ya cansados y que rápidamente sudan empapando las camisas.
Hampi, capital del Imperio Vijayanagar fue fundada por Harihara, Bukka y los hermanos Sangama. Se consolida durante el reinado Harihara I, llegando a su máximo esplendor con su hermano Bukka Raya, quien estableció la capital en este lugar en 1336 por sus buenas cualidades defensivas. La ciudad y el Imperio tuvieron su mayor apogeo entre los siglos XIV a XVI, periodo en el que se libraron innumerables guerras con los sultanatos del Norte del Deccán, los musulmanes descendientes del Gengis Kan. En 1565 tomaron la ciudad, la arrasaron, destruyeron su población y riquezas religiosas y civiles, jamás volvió a levantar cabeza. No obstante, la historia que cuenta el Ramayana es mucho más epopeyica, en 1336 el príncipe telegu Harihararaya se estableció en Vijayanagara, conocida como Kishkinda, bajo el dominio de los dioses monos o Hánuman. La capital se desarrolló durante los dos siglos siguientes hasta convertirse en uno de los mayores imperios hinduistas de la India. El origen de su primer asentamiento se centra en los alrededores del templo Virupaksha. Se cuenta que la ciudad que al final del siglo quince tiene una población de 500.000 habitantes, en sus bulliciosos bazares, en cuyos importantes vestigios nos hemos sumergido, penetraba el comercio de mucho más allá de sus fronteras, destacando el de las piedras preciosas. Apuntan a que fue la mayor urbe de la India y la segunda más grande del mundo, proyectando una gran atracción para las gentes que llegaban de todas partes.
Lo que visitaremos corresponde sólo a la Ciudad Real, ésta se asienta en éste privilegiado enclave, entre colinas y el Tungabhadra, de inmejorable protección natural para el reino. La capital llegó a desarrollase en un territorio próximo a los 42 kilómetros cuadrados.
A las ruinas accedimos por el Este, muy cerca del río. Nos reunimos todos con la idea de iniciar la visita primeramente los recintos sagrados, como se conoce por los historiadores el área que se extiende entre colinas al Sur del río. Primeramente tendríamos que recorrer el kilómetro largo de Villlage Rd, el que se inicia en el pequeño templo de Gejjela Mantapa y que corresponde con la estructura de un gran zoco, que en atención a los restos de piedra que quedan, pudieron ser miles de tenderetes que albergaran comerciantes de todo tipo, a ambos lados. Se configura un gran corredor central, posiblemente para desfiles procesionales focalizado en el gran templo de Vittala que divisamos al fondo, tuvo que ser grandioso. A medio camino unos caballos pastan cerca del gran estanque, por fin averiguo el nombre de estos aljibes que salpican todas las ciudades, son los “pushkarani”. Restos de pequeños templetes salpican este espacio que discurre entre dos pequeñas colinas embellecidas por afloraciones rocosas.
La visita la comenzamos en el monumento mejor conservado de todo el conjunto arqueológico. El templo de Vittala, avatar de Vishnú, es uno de los principales restos arqueológicos de la ciudad, curiosamente nunca llegó a consagrarse. Según reza en un panel informativo, cerca del control donde abonamos los tiques para la visita, se construyó entre 1509 y 1529 y es considerado como la obra cumbre de todo el conjunto. Se encuentra en un recinto rectangular de 95x60 metros orientado Este‒Oeste, rodeado por un muro en cuyo interior se apoya un claustro, como sucede en tantas ocasiones en este tipo de santuarios. Su entrada, a espaldas del río está coronada por un bonito gopuram orientado al amanecer. En el interior, además del santuario principal, hay otros cuatro menores. Pero sin duda, lo que más destaca en este patio es el pequeño templo en miniatura, “el carro de piedra tallada o ratha” frente al acceso principal que preside el conjunto y del que dicen, giraban sus ruedas y que es considerado todo un símbolo para Karnataka. Otras de sus singularidades son los pilares musicales del santuario principal, dicen que cada uno representa un instrumento musical. Consiste en siete finas columnas talladas en la misma piedra del pilar soporte, que al ser golpeadas, emanan las notas de un instrumento. Llegan a matizar, según el sonido que emiten, el viento, la cuerda o la percusión. También destacan sus frisos alusivos al mercado de caballos. Pero si algo me valió la pena la visita, fue, por fin, el llegar a entender el gran tamaño del vimana o capilla y su relación con el santuario y el garbagriha. Al no estar el templo dedicado al culto pude acceder a su interior y recorrer la galería oscura y llena de murciélagos que rodea al santorum, era la clave para comprender el tamaño de estas piezas arquitectónicas. Las cubiertas desaguan por unos tragaluces a través de un canal que circunda la capilla por su interior, éstas también recogerían el caldo procedente de las muchas ofrendas que sus fieles realizarían a estas deidades y cuya base es el aceite de mantequilla o ghee.
A partir de aquí el grupo se dividió, unos optaron por recorrer el recinto en rickshaw y otros andando al que me incorporé. Manu nos acompañó en el inicio de una senda que partía a la izquierda del templo de Víttala y que nos llevaría, después de un buen trayecto que no nos intimido, al templo de Krishna. Comenzamos por una pista terriza, aún no habíamos dado unos pasos cuando nos topamos con unos vendedores de guías turísticas, la mayoría niños y que nos acompañaron un rato. Tras dejarlos, estuvimos fotografiando unos lotos y jacintos en el Tungabhadra cuyas orillas de roca viva permitían tocar el agua. Más adelante, en un gran ficus vimos a un grupo de jóvenes que se situaban debajo de unos colgajos, el guía nos explicó que contenían las placentas de sus animales domésticos, de aquellas hembras recién paridas, los cuelgan a modo de ofrenda para ahuyentar a los malos espíritus. En el borde del camino encontrábamos restos arqueológicos a cada paso, de los templos de Narasimha, Ranganatha, Vahara y Kondandaramentre entre los identificables, también algunos mandapa. Al llegar a la Calle de las Cortesanas, su estructura es similar a la del primer bazar, nuestro grupo se vuelve a dividir. Unos, cambian de parecer y optan por rickshaw, regresando en busca de un vehículo. La pareja de catalanes deciden subir al cerro de Matanga, donde opinan que seguramente las vistas de las ruinas serán inmejorables. El resto, decidimos continuar por el camino aconsejado. Después de un cambio de impresiones recorrimos la Calle de las Cortesanas, en su inicio había otro pushkarani, un gran estanque rodeado por una galería la mayoría derruida, en el agua verdosa un indio se mojaba los pies, al intentar hacerle unas fotos se nos acerco pidiéndonos limosna, que generosamente le dimos, pese a todo insistía e insistía.
Al final de esta calle se encuentran las ruinas del templo de Achutaraya, aunque bastante deteriorado, su situación en la falda de la pequeña colina, la vegetación y las rocas que salpican todo el páramo lo hacen bastante atractivo, parece una bella imagen romántica. Este atractivo paisaje nos invitaba a seguir a pesar del tórrido calor. Las ruinas se encuentran en un doble recinto cerrado por dos muros, al exterior se accede por un gopuram bastante desmoronado pero algo diferente a los que he visto anteriormente. El cuerpo bajo es de piedra, con tres pórticos, en el centro la puerta, enmarcada por dos preciosas columnas cuyos leones con colmillos de elefante y cola de serpiente o yalli me recordaban a los hoysalas, uno a cada lado y dos hornacinas rematadas superiormente por esos voladizos de piedra ondulados y que en su día seguramente alojaron a sendas deidades, la parte superior es de ladrillo, tres cuerpos más pequeños y bastante erosionados. Al cruzar la puerta y antes de entrar en el recinto principal, se encuentra a la derecha un gran mandapa presidiendo una capilla. Pasamos por un segundo gopuram más alto que el anterior en el centro de este patio. El templo, que está dedicado a Achutaraya ha perdido bastantes piedras, en algunas zonas de su mandapa se ve el cielo. Terminamos saliendo por uno de sus puertas laterales al espacio entre muros y reiniciamos la marcha.
Multitud de restos seguían salpicando el camino, entre estos una gran roca con una línea de taladros prepara para su corte y despiece que nunca llegó. A la espalda del templo, el camino comenzó a desdibujarse, adentrándonos en la espesura de la vegetación. Bordeando el cerro de Matanga como única orientación, anduvimos perdidos por momentos, un tanto nerviosos íbamos y volvíamos, pero al fin conseguimos ver a lo lejos otros restos.
Llegamos a un espacio alargado invadido por la hierba y que focalizaba lo que resultó ser el templo Krishna. Morfológicamente se repetía el esquema de los espacios procesionales de Vítala, Achutaraya y Virupraksha. En su lateral derecho según avanzábamos, detrás de los pocos restos de la galería de lo que en su día pudo haber sido un concurrido bazar, se encontraba otro gran estanque o pushkarani. Aquellas ruinas abandonadas volvían a tener un aire encantador, propio del Romanticismo, recorrimos los espacios porticados que rodean el gran aljibe, en el que una serpiente se zambullía despavorida en su huida. Montones de cestas con fiambreras de hojalata que recuerdan a las dabbas de Mumbay, esperaban la hora del almuerzo de los trabajadores al servicio de la arqueología, aunque tan sólo vimos a unas mujeres y no precisamente laborando.
Por fin llegamos a una estrecha carretera que pasa justo por delante del templo de Krishna y que cruza impertinentemente el espacio entre muros. En este santuario se repite el modelo anterior de doble recinto, incluso en la configuración de tres pórticos en piedra en su entrada o gopuram. En este caso destaca en el cuerpo superior de ladrillo, terminado con estuco rojo de cal, escenas religiosas hacia el exterior y batallas hacia el interior, posiblemente conmemorando las campañas militares en Orissa del emperador Krishna devaraya, que lo mando a construir. Su estado de conservación no es muy alto, ya no queda ninguna figura en su interior, si las columnas de su mandapa y claustro interior del recinto principal.
Después de la visita y a casi dos horas desde que salimos, en lo que Manu anticipó como veinte minutos, nos lo encontramos en un rickshaw. Paró rápidamente al vernos, estaba nervioso, angustiado y preocupado, pensando que nos podría haber pasado algo, cuando nos dejó, se marcho algo más tranquilo, no sin antes indicarnos, que siguiendo por la carretera y no muy lejos, encontraríamos el Centro Real, en una pequeña meseta al Sureste que se extiende hasta las proximidades del pueblo de Kamalapuram. Comenta que allí encontraríamos las ruinas de las construcciones civiles de la realeza. Andando nos tropezamos con los templos de Chandikeswara y Uddhana Veerabhadra, que pasamos de largo y a los que únicamente le hicimos unas fotos casi andando. Íbamos ya algo apurados de tiempo para todo lo que nos quedaba y pensamos que eran construcciones menos interesantes. Al final, después de cruzar un pequeño valle, en el que destacaban plantaciones agrícolas y canales de riego que se surten del Tungabhadra, llegamos al templo Subterráneo.
Dedicado a Shiva, como su propio nombre indica, está semi enterrado, lo que provoca que inunde con frecuencia en época de monzones y sea prácticamente inaccesible. Hoy podemos entrar, aunque su suelo esta encharcado. En él destaca su santuario o garbagriha, por tener entre éste y el mandapa un una antesala conocida como “antarala”. A la subida de la rampa de acceso unos rickshaw nos ofrecían sus servicios. Había valido la pena los seis kilómetros más o menos que anduvimos, pero ahora, el peso del cansancio y el calor, provocó que lo tomásemos.
Nos dejaron frente a un recinto en el que se encuentran unos restos muy deteriorados de influencia morisca, posiblemente pertenecientes a los invasores de los sultanatos del Norte. Entre ellos, una mezquita, la torre de Mohammadam y unos baños, sólo nos asomamos. Los conductores nos indicaron donde se encontraba el templo de Hazara Rama o de Ramachandra y, allí nos dirigimos caminando. Según consta en el panel informativo de la entrada (traducido del inglés), el templo se sitúa en el centro de la zona real, entre el área residencial y los recintos ceremoniales, está dedicado a Vishnú en su avatar de Rama (Hazara, por la etnia de sus constructores). Construido en el siglo quince uno de los mejores ejemplos dravidianos en los que el vimana es compacto. Se compone de un santuario, un vestíbulo, y un mandapa hipóstila abiertos a Norte y al Sur. El pórtico oriental se prolonga en un pabellón con elegantes columnas. Al Norte y en una capilla independiente, se encuentra la diosa Devi, elegantemente esculpida. Es conocido por sus frisos en tres niveles alrededor de la capilla principal, en los que se representan escenas del Ramayana y las narrativas de la historia de Lava-Kusha en el santuario de Devi. También destacan las esculturas de la Bhagavata, especialmente de Bala Krishna y uno de los pilares tallados de la "mahamantapa" o sala principal. Es sin duda, el santuario privado de los reyes. Lo que me pareció más atractivo de todo el conjunto fue el muro perimetral del recinto, grandes piedras cúbicas de granito gris colocadas a hueso y que contrastan con las construcciones en color siena.
A la salida, marchamos hacia una gran explanada al Sureste del templo, divisábamos restos de cimientos y basamentos de palacios, según otro panel pertenecian a construcciones de madera y obviamente han desaparecido. Me subí en uno de essos altos pedestales, se divisaba perfectamente la planimetría de aquella ciudad real, torpemente no me percaté de la cercanía del gran estanque real, marché sin verlo.
El sol apretaba, en su cenit marcaba el mediodía y, aún nos quedaban cosas que ver, aparentemente cansados, nos dábamos ánimo y nos pedíamos un último esfuerzo a los pocos que quedábamos. Nos dirigimos a los Establos de los Elefantes, un conjunto de grandes cuadras para los paquidermos al servicio de la corte real. Celdas alineadas e individuales, dan frente a un gran patio donde probablemente los animales realizarían sus ejercicios y serían adiestrados. En estos habitáculos es donde he encontrado una de las escasas bóvedas del Sur de la India, de ladrillo, encalada y muy humilde, pero agradable de ver después de tanta construcción arquitrábica. En el lateral contiguo al patio se encuentra otra construcción algo más compleja. Las dependencias de los guardias, distintas habitaciones que se vuelcan a una galería, algo elevada y ésta a un pequeño patio alargado. Las estructuras que vemos muestran una clara influencia de la arquitectura traída por los musulmanes, lo evidencian el uso de cúpulas y arquerías.
Ya buscábamos la salida, nos dábamos por satisfecho, el resto de las construcciones que vimos fue al paso, la única y última en la que nos detuvimos fue en el Lotus Mahal, un pequeño palacete de piedra estucada para disfrute de la reina, dicen que incluso disponía de agua corriente; vuelve a tener claras y marcadas influencias de la arquitectura islámica, en el diseño general de sus arquerías y en el uso de la bóveda. Buscábamos a los dos rickshaw anteriores con la intención de que nos devolvieran al punto de encuentro con el grupo.
Después de mucho andar y hacer cientos de fotos llegamos bordeando la colina de Hemakuta al punto de encuentro al “the mango tree” en el extremo Norte del Hampi Bazar. Casi por casualidad pude contemplar desde el exterior el esplendido gopuram de casi 50 metros de altura que preside la entrada al templo de Virupaksha y el bonito diálogo que se produce entre éste y otro más pequeño en medio de la avenida y un elegante Nandi que se focaliza su extremo opuesto. Mucha gente entraba y salía del recinto religioso aún dedicado al culto, aún me pregunto por que no entre. El grupo que partió primero ya había almorzado, aproveché que Vale y Carme, que los volvía a ver, regresaban a Hospet, para parir con ellos. A las 2,30 tomaba una cerveza y comía pollo, afortunadamente la salsa no picaba en exceso. A las tres me bañaba en la piscina y a las cuatro comencé una merecida siesta de la que no desperté hasta las siete, ya de noche. Algo de cena, internet, cambio de impresiones con los compañeros y poner al día el diario. Ya me marchó a dormir, esperando el día de mañana, que saldremos temprano como siempre. Destino Badami.
Aunque estoy mejor, aún me queda resto de tos. Seguimos nuestra marcha imparable hacía el Norte de Karnataka, el destino hoy es el pequeño pueblo de Badami, de tan solo 15.000 habitantes. Antes de llegar visitaremos en la zona dos restos arqueológicos muy importantes, Aihole y Pattadakal, ambos del reinado de los Chalukia y cercanos al río Krishna. Atrás hemos dejado Hampi a orillas del Tungabhadra. Continían los paisajes espacios abiertos y secos, llanuras donde predominan las plantaciones de maíz, sorgo y mijo, y en menor medida cacahuetes. Quedan atrás las de arroz y los cocoteros. En la planicie asoman formaciones graníticas dispersas que se asemejan a grandes cantos rodados, explotación en mayor o menor medida realizada por los lugareños, las canteras empiezan a aparecer, e incluso las serrerías de un granito rosáceo de bastante buena apariencia. Al acercarnos a Badami van desapareciendo estas afloraciones, que terminan metamorfoseándose con caliza roja de bastante calidad. De hecho, los restos arqueológicos que veremos se encuentran realizados con este tipo de material más blando, aunque en algunos casos, erosionado y disgregado. También es utilizado en las construcciones domésticas, antes de la aparición del ladrillo, el hormigón e el bloque. Entrando en las poblaciones he visto muros de piedra ejecutados con dos hojas de más o menos 40-50 centímetros, revestidos con lo que me ha parecido barro y encalados. La travesía por carretera resulta deliciosa, un bullir de gentes por los campos y pequeñas aglomeraciones urbanas con las mismas características en las que tanto he abundado. Los cultivos a veces demandan mucha mano de obra y en los menos casos, se utiliza maquinaria, aún así, se ven tractores, gente sulfatando, abonando y en otras tareas como en la recogida y trillado de grano, en el que se utiliza maquinaria rudimentaria o anticuada, según queramos interpretarlo.
AIHOLE – PATTADAKAL
Estos dos próximos días nos moveremos en los reinos de las antiguas dinastías Chalukyas, pueblos que gobernaron gran parte del Sur y Centro de la India entre los siglos VI y XII. Durante ese largo período, más de seis siglos, hubo tres dinastías, relacionadas entre ellas, pero individuales. Los Chalukyas Badami, en Vatapi, actual Badami, desde el siglo sexto al octavo, donde dormiremos esta noche. Los Chalukyas de Kalyani o Chalukyas Occidental, en el Este del Deccán, un reino independiente, entre los siglos 10 a 12. Y, los Chalukyas de Vengi o Chalukyas del Este, en Andhra Pradesh durante los siglos siete a doce. En el periodo comprendido entre los años 543 a 753, los reyes Chalukyas de Badami gobernaron Karnataka, ellos ejecutaron las obras más relevantes en el Norte, en Pattadakal, Aihole y Badami.
Sobre las doce llegamos a Aihole, pequeño núcleo de población al Este de Pattadakal, a lo largo del río Malparaba. Badami, a la que llegaremos a la tarde, se encuentra al Oeste de ambos. Aihole era una ciudad importante para los Chalukyas Badami cuyo apogeo lo tuvieron durante los siglos IV al VI, su primera capital. Se mantiene del turismo que visita sus importantes restos arqueológicos, en su entorno se contabilizan 125 templos distribuidos en 22 grupos. Es considerada como un verdadero laboratorio de la arquitectura de piedra de los Chalukyas y germen tipológico de las posteriores construcciones religiosas hinduistas de todo el Sur de la India, donde sus artesanos experimentaron con diferentes estilos, desde los primeros y sencillos templos como los de Kontigudi y Lad Khan, hasta los más complejos, como los de Meguti. Se crearon los primeros santuarios excavados en la roca, consagrando un estilo propio, una de las cunas de la arquitectura religiosa hindú en el siglo sexto, base en su desarrollo posterior, en Pattadakal el siglo doce. El estado de conservación, es admirable, máxime desde un punto de vista romántico, si tenemos en cuenta, la arenisca roja con que se encuentran construidos. Esta arquitectura se compone de elementos heredados de la influencia de sus vecinos, tanto del Norte, en las torres de líneas curvas, como los del Sur, en los cerramientos con celosías; del Deccán toman el uso de los asientos de piedra, los remates de cubiertas inclinados, los aleros y las tallas de columnas y techos. Las distribuciones de las plantas son de proporciones longitudinales y en la decoración escultórica sobresalen las figuras individuales, que se realizan en relieves más abultados. Los Chalukyas aportan a su arquitectura, la realización de la sillería sin mortero.
Aquí en Aihole el templo más importante es el de Durga, dicen que es el más conocido y fotografiado del Sur de la India y uno de los mejores ejemplos de la arquitectura drávida. Según una inscripción de Vikramaditya II que podemos ver en el muro Sureste, fue construido entre los años 733 a 746. Su nombre parece derivar de la fortificación Maratha de Durga, no como a veces se piensa, que estaba consagrado a la diosa Durga. Sus características son muy sofisticadas en cuanto a concepción arquitectónica y tallas escultóricas. Aquí aparece el basamento que sobre eleva al templo y que permite el recorrido en circunvalación que siglos más tarde fuese tomado como base en la arquitectura hoysala, en sus jagati y pradakshina. Los chalukyas, quizás inspirados en la chaitya budista, proyectan una planta sobre una plataforma modulada que se denomina "upapitha", en la que destaca el vimana y las galerías posteriores en forma de ábside semicircular, de una singularidad sin precedentes, al frente la mandapa. El acceso a la misma se realiza por dos escaleras enfrentadas en los laterales, se configura como una seudo basílica. Todo el perímetro del templo está cerrado por una columnata paralela a ésta. En el interior existe otra galería que gira en torno al ábside, denominadas ambas, mukhamantapa y sabhamantapa. Los muros interiores están cubiertos con relieves y figuras colocadas en nichos. Hornacinas, pilastras, frisos y dinteles se encuentran decorados con diversas divinidades de la mitología hinduista. El remate sobre la cubierta es una estructura piramidal, posterior al parecer, de finales del siglo VIII.
En este recinto arqueológico declarado patrimonio universal por la UNESCO se encuentran otras edificaciones del mismo valor. Detrás, hacia el Sur encontramos un grupo de tres templos del tipo pabellón, con techumbres levemente inclinadas, conocidos como el grupo de Kontigudi. Destaca el templo Lad Khan, que además de ser el más antiguo de Aihole, del siglo V, tiene un impresionante mandapa al frente del santuario con un conjunto de 12 columnas bellamente esculpidas, los otros dos son Huchiappayyagudi y Huchiappayya, datados en el siglo décimo, con añadidos posteriores. Además de destacar las fabulosas torres de los vimana barrocamente talladas, existen frisos y relieves de otras deidades de gran belleza. Todos fueron inicialmente consagrados a Vishnú y re consagrados posteriormente a Shiva. También encontramos varios Nandi, uno de ellos en piedra de calconita que destaca por su color gris oscuro, frente al rojizo predominante, varios lingam, muchos de basalto negro que aportan mucha calidad al conjunto.
A la salida, cuando dábamos por acabada la visita, después de una hora y cuando nos disponíamos a subir al bús, me percaté que justo frente, al otro lado de la calle se encontraba otro grupo, aunque Manu nos dijo que era menos importante, le pedí que nos diera unos minutos para verlo. Se trataba, tal y como rezaba en el panel informativo en su acceso, el complejo de Ambigera Gudi, nombre que deriva de ambiger, la comunidad de barqueros que se estableció cerca de él. Consta de tres santuarios. El más importante, es el de Nagara Shikhara, que se encuentra sobre una plataforma elevada y que parece datarse en el siglo décimo; dispone de un vimana sobre la puerta de acceso cuyo marco está barrocamente decorado. La mandapa tiene tallado un loto en el techo interior, a la que se accede desde dos entradas a derecha e izquierda. El segundo templo es una estructura común, en el que destaca una imagen algo deteriorada de Surya o Vishnú, muy hermosa y dos figuras femeninas. El tercero, orientado al Oeste es una construcción menor. Creo que valió la pena, máxime si me pregunto ¿volveré quizás por aquí alguna vez?
Retomamos la ruta prevista con destino a Pattadakal, pequeña aldea como Aihole, a orillas del Malparaba y a 10 kilómetros de ésta. También importante centro turístico declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad dada la enorme calidad de su recinto arqueológico. Salvo unos cuantos restos que datan del siglo III, el grueso y más importantes fueron ejecutados entre los siglos VII y VIII, mientras la ciudad era la segunda capital del reino Chalukya de Badami. Manu no se cansa de recordarnos la importancia de estos restos, ya que suponen el germen de toda la arquitectura posterior, aquellos que contemplamos en Mahabalipuran y Kanchipuran. En estas construcciones se culminan los primeros experimentos del híbrido estilo conocido como Vesara, mezcla del Dravidiano del Sur y del Nagara del Norte. Aquí encontramos diez magníficos templos, todos dedicados a Shiva, excepto uno jainista, el de Rashtrakuta del siglo noveno. Cuatro están realizados en el estilo dravidiano, otros cuatro en estilo nagara y dos en estilo mixto. En el complejo, aparecen salpicados restos menores de santuarios y templetes con sus correspondientes lingam y pequeños Nandi.
Sin duda el más importante de todos, además de ser el más grande, es el templo de Virupaksha. Según reza en una inscripción que se puede ver en una columna de la victoria, fue construido durante los años 733 a 745 por Lokamahadevi, para conmemorar la victoria de su marido el rey Vikramaditya II sobre los Pallavas. Sirvió de base y modelo en la construcción del gran templo de Kailasanatha que veremos en Ellora. Su santuario contiene un lingam negro sobre un pedestal cuadrado, a su alrededor e interiormente dispone de un pasaje y una gran prakara a modo de porche con pilares decorados con figuras en relieve. Dispone de tres entradas, Norte, Sur y Este, esta última, la principal, con doble puerta. Su decoración es rica en esculturas, como las de Lingodbhava, Nataraja, Ravananugraha y Ugranarasimha. Virupaksha. También tiene un mandapa en su lateral con cuatro columnas en cuyo interior hay un bonito Nandi, una magnifica escultura de basalto negro, como la mayoría de los lingam, de unos tres metros de alto. Coincidiendo con la visita, un brahmán les colocaba ofrendas de flores y recogía las dadivas de los fieles que se acercaban a tocarlo.
También son dignos de admirar: el templo de Mallikarjuna, estructura similar al de Virupaksha, aunque más pequeño; tiene un vimana de cuatro pisos, una griva circular y un sikhara en estilos dravidiano; fue construido en el año 745 por Trilokyamahadevi para celebrar su victoria sobre los Pallavas. El templo Kasivisvesvara y su gemelo, el Jambulinga ambos de estilo Nagara fue construido en el siglo séptimo por la dinastía de los Rashtrakutas; el primero tiene una escultura de Shiva con un tridente en sus manos. El templo Galaganatha, al Norte del de Virupaksha, se construyó en el siglo octavo en el mismo estilo, tiene un navaranga shukanasa en el que se realiza el recorrido procesional alrededor del santuario presidido por un lingam; en los nichos de sus paredes podemos ver varias figuras entre las que destacan las de Kubera y Gajalakshmi, en otra hornacina en el exterior hay una escultura de Shiva matando al demonio Andhakasura. El bello remate curvilíneo exterior del santuario es de estilo rekhanagara. Por último, al Norte se encuentra el templo Mallikarjuna, conocido antes como Trailokeshvara; su diseño presenta muchas similitudes con el templo Sanghameshvara, aunque es de menor tamaño; el porche tiene una bella imagen de Narasimha matando a Hiranyakashipu y dos ídolos femeninos; dos grandes imágenes presiden ambos quicios de la entrada del navaranga; sus dieciocho pilares presentan escenas del Ramayana y Mahabharata relativas a las condiciones sociales de aquellos días; en el techo hay hermosas figuras de Shiva y Parvati Gajalakshmi con Nandi. En las paredes exteriores, esculturas de Shiva, Nandi, Lakulisha, Nataraja, etc.; este santuario fue construido por Trailokya Mahadevi, la reina de Vikramaditya II.
En general, lo mas llamativo son los remates exteriores de los santuarios, las grandes cubiertas‒torre, de dos tipos, las curvilíneas como en los templos de Galaganatha y las escalonadas usados en los de Mallikarjuna, Kasivisvesvara y Virupaksha. Ambos son muy inclinados y están ejecutados con grandes piedras talladas en arenisca roja. En las esquinas de los aleros aparecen unas medias columnas de cumbreras que cuando menos le confieren un carácter singular.
La visita resultó bastante interesante, esta arquitectura es distinta a todo lo que conozco y he visto hasta ahora. Salimos del recinto dando un paseo por unos jardines aledaños donde una familia almorzaba sentada en el césped, más adelante unas mujeres cargaban con sacos la hierva procedente del segado de la hierva, reían cuando se percataban de nuestra presencia y de las fotos que les hacíamos. A la salida, el autobús ya en marcha esperaba impaciente, chofer y ayudante, deseaban ya dar por terminada la jornada. Mientras llegaba el resto, en uno de esos descansaderos al píe de una vieja acacia, se nos acercó un muchacho ofreciéndonos guías del monumento, muy cerca una mujer mayor nos pedía limosna, le di una rupias, no paraba de darme las gracias, con sus incansables namasté y con las palmas unidas sobre la frente inclinaba la cabeza, pese a su humildad son amabilísimos. Subimos al coche, precedido del preceptivo recuento reiniciamos la ruta, dirección a Badami. El trayecto duro más o menos una hora, la carretera discurría entre sembrados de sorgo, mijo y algunos girasoles un tanto endebles, por fin llegamos a nuestro destino. Sin apenas tiempo, nos acomodamos en las respectivas habitaciones del pequeño hotel Badami Court. Cuando nos percatamos de una pequeña y deseada piscina en sus jardines ‒hace días que el calor aprieta y no hay ni rastro de nubes‒ optamos por un chapuzón antes del almuerzo, que el grupo al completo realizó en su pequeño comedor. Sin más tregua, a las cuatro tomamos tres rickshaw que parecían esperarnos en el aparcamiento para acercarnos al pueblo. El pequeño hotel donde nos alojamos queda en la carretera de acceso, en las afueras, a algo más de dos kilómetros.
BADAMI
La población de Badami, con más de 25 mil habitantes, mayoritariamente musulmanes. No obstante, en el núcleo de población principal, que no creo que alcance los cinco mil residentes, el resto vive en las muchas y pequeñas aldeas próximas. Se sitúa al Sur de Bijaipur, fue conocida como Vatapi, nombre procedente de la mitología del Ramayana. Su actual nombre se dice que procede del color de la piedra, similar al rojo de las almendras, en hindi, badam significa almendra. Su caserío ocupa una quebrada al pie un barranco de arenisca roja, al borde de una pequeña meseta de roca volcánica que se sobre eleva algo más de cien metros sobre la base, en su interior queda al embalse natural de Agastya. Esta excelente configuración natural crea una zona de abrigo, colonizada desde tiempos remotos por el hombre y los macacos de cara roja.
Capital del reino de los Chalukyas Badami en los siglos sexto a octavo de nuestra era, fue fundada en el año 540 por el rey Pulakesi I. Fueron su hermano Mangalesha I e hijos Kirthivarman y Pulakesi II los que construyeron los famosos templos‒cuevas excavados al píe de los cortados situados al Sur. Al final de este periodo gobernaron los Pallavas, que cayeron a manos de los Rashtrakutas. Hasta el siglo XII que fue ocupada por los Hoysalas. De aquí en adelante se repite lo que ocurrió en estos territorios de Karnataka, llegaron los Vijayanagara que gobiernan hasta ser derrotados por los sultanatos del Norte. Por último, los colonizadores británicos previos a la Independencia. El Badami que hoy vemos es todo un espectáculo. Mis compañeros que ya conocen India del Norte comentan que esto es igual. Parece mentira que en sus días de gloria entre los siglos VI y VIII en esta zona se encontrara la capital del gran reino de los Chalukias, en Aihole y como satélite de Pattadakal.
El grupo casi al completo llegó a los templos‒cueva tallados y excavados en la roca. Ya vimos algo similar en el templo del gran Nandi en la colina de Chamundi, en Mysore. Todas se abren al cortado mediante un porche abierto en el paramento vertical exterior de la pared de piedra, éste da paso a una capilla o santuario interior, a los que se accede por un único hueco, actualmente ninguna de ellas está dedicada al culto. Se encuentran separadas unas de otras por escasos metros y secuenciadas a lo largo de una escalinata, que hace de cordón umbilical entre las cuatro. Se sitúan en el extremo opuesto del pueblo con respecto al hotel, al Este de la población, colindantes con el gran estanque de Agastyatirtha, que en medio de este cañón rojo parece derramarse en un mar de pequeñas casitas desordenadas hasta la carretera, rebosando vida por los cuatro costados. Encima de ellas se sitúa el Fuerte Sur, que no llegamos a visitar. Frente queda el Fuerte Norte, que lo recorreremos mañana. Es una ciudad que embruja este Badami, me quedo absorto mitrando cada lugar, a sus gentes, costumbres y animales, la vida fluye imparable.
De las cuevas, la numerada como 1 es la más antigua de las cuatro. Data de la segunda mitad del siglo VI y es la primera que vemos en sentido ascendente. Está dedicada a Shiva, en ella destaca una figura de Nataraja o Shiva danzante y otra de Ardhanarishwara a ambos lados del porche de acceso. Al fondo encontramos una gran talla de Harihara cuya media parte derecha representa Siva y la otra izquierda a Vishnú. Tiene un vestíbulo con numerosos pilares y un santuario en forma de cuadrado hueco en la pared posterior. Tiene pinturas de parejas amorosas en el techo.
A Vishnú en su primer avatar de Trivikrama o Vamana, se consagrada la cueva 2. Destaca la viga superior que conforma el porche de entrada, tiene forma de Yali, criatura mítica parecida al león. En el techo están grabados Ananthashayana, Brahma, Vishnu, Shiva y Asthadikpalakas. En las hornacinas laterales encontramos la figura de Varaha, emblema del imperio Chalukya, con cabeza de jabalí y, frente a ella, Naga, una cobra con rostro humano. Los paneles del techo contienen imágenes de Vishnú cabalgando a Garuda, cruces gamadas y dieciséis peces girando en una rueda; en su frente hay dos guardias o dvarapalakas.
La tercera cueva datada en 578 está dedicada a Shiva, la mejor y más grande. Tiene espléndidas y grandes figuras talladas con mucho detalle en su acceso, la más importante es la de Vishnú sentado sobre una serpiente. La fachada es de casi 70 metros de ancho y dispone de tres cuerpos de pilares, los interiores están tallados con figuras de Yali. Hay algunas pinturas en el techo interior, imágenes de Indra a lomos de un elefante, un Shiva sobre Nandi y un Brahma sobre un cisne, sus vehículos; también tallas de alto relieve de Vishnú en el avatar de Narasimha con cabeza de león y una serpiente, Harihara deidad que aúna a Shiva y Vishnú, Varaha y Trivikrama. En su zócalo exterior destacan las tallas de asistentes “ganas”, imágenes de enanos rechonchos en diversas posturas.
La cueva 4, situada al Este de la tres anteriores es la más pequeña de todas. Estuvo consagrada al jainismo y fue excavada entre los siglos séptimo y octavo. Sobresalen las imágenes desnudas de Suparshvanatha, séptimo tirthankara e iluminado jainí, la mayor de éstas la encontramos en uno de los nichos laterales, tiene una gran cobra detrás de su cabeza; en la hornacina opuesta hay una imagen del sabio Mahavira sentado en su pedestal. Existe una antigua inscripción del siglo doce que registra la muerte de un jakkave. En los pilares y paredes del porche previo a la capilla hay innumerable figuras en pequeño tamaño de Thirthankara y de otros ídolos como Bahubali y Yakshas. En el interior encontramos una imagen de Adinath, primer tirthankar jainí.
Durante todo el trayecto nos han acompañado innumerables macacos, nos miraban, atentos a que pueden echarle mano y robar, alguno que otro se abalanzó sobre una compañera buscando o atraídos simplemente por las botellas de plástico de agua. Acabada la visita y cuando bajábamos por las escalinatas, buscando la cancela que cierra y protege el recinto arqueológico, multitud de niños nos esperaban. Se nos arremolinaban, primero preguntaban nuestros nombres “how is your name?” y después, de donde veníamos “how is your country?” para terminar pidiéndonos rupias, me desprendí de todas las que llevaba encima, mis compañeros también, pero seguían llegando y pidiendo más y más, no se saciaban, nuestra recompensa era disfrutar de aquellas caras angelicales tan deliciosas.
Frente a la cancela de las cuevas estaba la mezquita Markaj Jumma Masjid y Dargah Sufi, construida por Hyder Ali cuando capturaron la fortaleza sus soldados del sultanato musulmán Se encontraba cerrada y no pudimos acceder, describiré sucintamente la construcción. El cuerpo principal era un cubo de aparejo de piedra roja rematado por una cúpula en forma de cebolla que recuerda a la del Mausoleo de Gol Gumbaz que veremos en Bijaipur.
El grupo reinició la vuelta al hotel, los únicos que se separaron fue la pareja catalana, el resto continuamos juntos. El camino de regreso fue todo un tour fotográfico, niños, niñas, jóvenes, mujeres. Todo el que se sentía enfocado dejaba la tarea que estuviese haciendo para aportar su mejor sonrisa, a veces era imposible dar un paso, ya que llegaban de todas partes y aunque alguna vez pidiesen algunas rupias, la sensación de amabilidad y cordialidad era tremenda. A estas sensaciones se le unían las propias del lugar, las viviendas humildes pintadas en vivos colores, ropas tendidas en las puertas y los animales por las calles. A las numerosas vacas se les unían ahora los cerdos. Uno de los catalanes, veterinario, comenta que los utilizan como limpiadores de cloacas, éstas se encuentran a cielo abierto y por ellas, retozan estos animales seguidos de sus respectivas proles; como son omnívoros, eliminan todo lo comestible, desperdicios, ratas, restos de alimentos, todo, la verdad es que es un argumento de peso. Esta idea se refuerza al saber que la mayoría de la población es musulmana tiene prohibido comer carne de cerdo, y las minorías hinduistas son vegetarianos. También era digno de contemplar el caos generalizado de tráfico rodado, autobuses, motos, rickshaw, carros tirados por cebús blancos con sus cuernos decorados, coloreados en azul o rojo o en ambos y sus puntas rematadas con dedales plateados; miles de pequeños comercios, la ciudad entera convertida en un zoco, incluso nos desviamos y callejeamos por un mercado, la fruta en el suelo compartía espacio con especias y flores. Mujeres y hombres sentados al frente de sus máquinas de coser interpretaban la moda de esta Karnataka tan singular.
Callejeando se nos hizo de noche, y aunque varios rickshaw nos invitaban a acercarnos a nuestro destino, llegamos andando hasta el hotel. Incluso recorrimos los dos kilómetros de la carretera flanqueada por enormes acacias de noche, transitada por muchos vehículos irreconocibles en la oscuridad y deslumbrados por sus destellos luminosos. Llegamos a punto para la cena. Esta noche he decidido degustar platos de la tierra, ya en Mysore probé unos rollitos “dragón roll” de pollo y helado frito, bastante deliciosos, ahora le ha tocado al pollo al “estilo masala” (especias preparadas al estilo indio), también he picado algo de “arroz brillani”, jamás había comido algo que picase tanto, ni la cerveza era suficiente para apagar semejante fuego (dicen que con leche), ¿pero cuando volveré a degustar estos manjares? Poco más que contar de este día tan intenso y aunque mis avezados compañeros, aconsejan que antes de venir a la India del Sur, hay que conocer el Norte, pero claro, este nos es mi caso. Pero a lo que iba, dicen que este pueblo es como las ciudades del Norte, que todo lo visto con anterioridad no tienen punto de comparación. Y lo que no alcanzo a entender es porqué, después de todo el mundo dicen que han recorrido, opinan que esto es una porquería, una mierda. Personalmente me siento muy afortunado de poder y haber visitado este lugar.
Hoy Manu nos tiene preparada una mañana un tanto especial, después de desayunar nos acercaremos en autobús al grupo de templos de Mahakura, cercanos a la pequeña población del mismo nombre, en el distrito vecino de Bagalkot donde visitaremos el templo de Samudaya Bhavana, también conocido como Harishchamdra Treta y famoso por su estanque o piscina de agua sagrada. Cuando finalicemos, saldremos caminando hacia Badami por una senda que suelen utilizar los lugareños para desplazarse entre la población y el templo, finaliza en el Fuerte Norte, así que aprovecharemos para visitarlo. A partir de aquí cada uno podrá hacer lo que quiera, el resto del día libre.
Antes de las ocho ya estábamos a las afueras del templo de Mahakura, le huíamos al calor. El día amanece claro, pero el sol, inmaculado en el horizonte anuncia una fuerte y próxima calima. Sin más dilación entramos el recinto. Lo cierra un muro no muy alto en el que destacan las tallas de rasgos fantásticos de sus puertas. Se trata de un importante lugar de culto para los hindúes, aquí se ubicó el monasterio Shaiva del mismo nombre, construido por los primeros reyes de la dinastía de Chalukya de Badami, en los siglos sexto o séptimo. Su estilo arquitectónico nagara se inspira en la cercana Aihole. Tiene un gran tanque de abluciones llamado Papavinasha Tirtha alimentado por un manantial natural subterráneo de agua dulce, en su interior hay un lingam sumergido conocido como Panchamukha o lingam de agua. En el recinto hay otros santuarios menores como los de Mahakutesvara y Mallikarjuna, construidos en el estilo dravidiano. De especial importancia son las inscripciones en canarés encontradas aquí y que datan del siglo séptimo, ya que han proporcionado a arqueólogos una información muy válida sobre las dinastías Chalukyan, dando a conocer sus expediciones militares, conquistas y cultura.
Pequeños pedestales con lingam por doquier y templetes con inmensos Nandi salpican el recinto. Uno de estos, frente a la capilla principal tiene su mano delantera en una posición muy grácil y una cara dotada de una expresión tan afeminada, que me acerqué a su trasera para ver si tenia testículos o era una vaca, resultó ser un toro muy elegante. El estanque tiene el agua extrañamente cristalina, Manu nos contó que debido a la presencia de una sustancia venenosa que actúa como cualquier cloro depurador de piscinas. El recinto resulta un tanto singular, la presencia de esta piscina tan limpia le confería un carácter especial, era una imagen novedosa. El brahmán principal salió a darnos la bienvenida, varios jóvenes disfrutaban aseándose, lavándose o ¿purificándose? El compañero de la pareja solitaria le preguntó a Manu que si nosotros podríamos bañarnos, el apostillo que por supuesto. Él fue el único que se atrevió, en calzoncillos, todos mirábamos, me imagino, que alguno más que yo, con cierta envidia. Después de repasar el templo y fotografiar lo infotografiable, el brahmán nos dijo que asistiéramos a la bendición del lingam que se encuentra en la capilla, frente al Nandi afeminado, se tocaron campanas, se oyeron rezos y se nos marcaron tres líneas horizontales en nuestras frentes con harina de arroz blanca, era la bendición de Shiva. Salimos del recinto, purificados, preparados para la caminata de unos cinco kilómetros que nos esperaba hasta Badami.
Costó un poco encontrar el rastro del camino, diría que incluso dimos unas vueltas sin rumbo, pero enseguida nos encontrábamos en la llanura, en esta especie de sabana india. La senda en algunos tramos se estaba pavimentada y en otros, se remataba la ejecución de una estrecha calzada ejecutada con lajas de caliza roja del lugar, lo que da una idea de lo transitado que es por los lugareños, que se desplazan a píe del pueblo al templo, y lo importante que es éste para los vecinos de Badami. El paseo resultó bastante agradable hasta llegar a las inmediaciones de Badami, discurríamos por la pequeña meseta en cuyo borde Suroeste se encuentra nuestro destino. Los suelos de los primeros tramos eran arenosos y carentes de arbolado, únicamente arbustos espinosos y algunos ejemplares sueltos de acacias, en una de estas colgaban tres nidos de tejedor, también identifiqué las huellas de un felino, un gran gato, desde luego no un tigre. De aquí, pasamos a un explanada de origen claramente volcánico, la roca madre de estas areniscas rojas, que seguro, inicialmente afloraban en el suelo arenoso. Al llegar al borde de la meseta terminamos dominando el paisaje en la lontananza, que cambió de forma súbita en las proximidades del cañón. Siempre marchaba al final del grupo del que Manu tiraba quizás excesivamente rápido, necesitaba tiempo para mirar, escudriñar todo lo que pasaba a mi alrededor, la vegetación, las piedras, el horizonte, aquella situación inconexa en el tiempo, en la que me sentía inmerso. Alcancé al vasco y al amigo de mi compañero, parecían ser de la misma opinión, criticamos la excesiva celeridad con que el guía nos hacia llegar al pueblo sin ninguna necesidad aparente por cumplir un horario prefijado. Nos cruzamos con varias mujeres que se dirigirían a Mahakura, nos saludamos y las vimos marchar perdiéndolas de vista.
Al poco llegamos al Fuerte Norte. Lo primero que divisamos fue el templo abandonado de Malegitti-Shivalaya ocupado por una jauría de monos. De los tres que hay en la colina, es quizás el santuario más antiguo y de los mejores de toda la ciudad, su silueta la domina una torre en estilo dravidiano. El segundo es el de Mallikarjuna, del siglo once, se eleva sobre un jagati o plataforma en forma de estrella. Y por último, el menor tiene una bonita torre Shivalaya dravidiana, sus orígenes se remontan al siglo séptimo.
Seguíamos el trayecto que nos marcaba la visión remota de nuestros compañeros, cuando descendíamos por la cresta del cañón hasta llegar al Fuerte. La entrada quedaba marcada por tres torreones, posiblemente construidos más tarde, quizás por los británicos como nido de ametralladoras. Más adelante, una gran plaza circular en lo alto de un risco rojo dominaba todo la llanura a los píes de la meseta, abajo queda el pueblo, más allá todos los fértiles campos, las sabanas de los alrededores completaban una imagen perfecta. A partir de aquí, el descenso se pronunciaba encerrado entre riscos y grietas. Tomamos una desviación que nos acercó al templo de Malagatti Sivalaya, sus ruinas se situaban cerca del Fuerte, en el mismo borde de la cornisa de piedra, allí volvíamos a disfrutar del paisaje desde las alturas. Por fin llegamos a las cotas inferiores, al pueblo, cerca del museo Arqueológico y estanque de Agastyatirha. Grupos de mujeres con sus faldas de paño recogidas entre las piernas a modo de dodotis, se afanan en limpiar y lavar grandes barreños cargados de ropa, apartaban con sus manos la espesa piel de verdina del agua, enjabonaban y golpeaban contra los escalones de piedra su colada. Como era de rigor sacamos innumerables fotos, quizás deberíamos haber recorrido el estanque hacía el templo de Bhutanatha, del que solo vimos su silueta desde lo alto; pero era obvio, estábamos cansados de la caminata y sobre nuestras cabezas rondaba un buen baño en la piscina, en los kilómetros recorridos habíamos soportado un sol de justicia.
El regreso lo hice andando. El resto de compañeros, a los que perdí adrede volvieron en rickshaw, me los crucé al final, ya muy cerca del hotel. Pero es que necesitaba recorrer de nuevo Badami, quizás el lugar que más me ha embrujado por ahora en el viaje. Deseaba tirar algunas fotos más, aquellas que ayer no pude captar al caer la noche. Llegue sobre las doce, casi todos ya disfrutaban de la piscina, aproveché para ordenar mi equipaje y realizar una nueva colada, después un buen baño hasta la hora del almuerzo. La tarde quizás halla sido más anodina, la he dedicado a descansar. Horas y horas recordando y anotando mis impresiones sobre esta ciudad, mañana marcharemos a Bijapur.
No se quien ha dicho que hoy es viernes 24, amanece un nuevo día y como siempre que cambiamos de ciudad, cogemos el autobús temprano. Cruzamos el estado de Karnataka, discurrimos próximos a su límite Norte, pronto llegaremos a Bijapur, seguimos moviéndonos por el Deccán.
Aunque siempre hemos notado la influencia de las aguas de los afluentes del río Krishna, esta etapa está resultando más bien seca, se nota en las plantaciones. Han desaparecido los últimos cocotales y arrozales, el cultivo del maíz es mecanizado, posiblemente asociado a grandes propietarios, más poderosos y con mayores medios para exprimir la tierra seca que a los pequeños propietarios que trabajan el campo para su subsistencia, si no hay agua, difícil lo tienen, como ha ocurrido. Después de dejar la apasionante ciudad de Badami, estoy ansioso por conocer Bijapur, ¿seguirá en su misma línea?, allí estaremos únicamente un día.
BIJAIPUR
Durante toda la mañana nos ha acompañado la lluvia, los campos se encontraban encharcados y por los pequeños distritos o aglomeraciones urbanas próximas a la carretera que hemos ido cruzando, todo era barro. Hemos llegado sobre las 11,30 y sobre la marcha ha habido que cambiar los planes.
Bijapur fue la gran capital islámica del Deccán, instaurada por los Sultanatos del Norte después de derrotar a los reinos hinduistas de Hampi, carácter se aprecia por sus cuatro costados, en sus monumentos y la forma de vestir de sus gentes. La ciudad fundada en los siglos diez y once por los Chalukyas Kalyani es conocida por sus excelentes monumentos, construidos durante el dominio de Adil Shahi entre los años 1.490 a1.686, conocida entonces como Vijayapura o “Ciudad de la Victoria”, estuvo bajo la influencia de Khilji de Delhi, hasta finales del siglo XIII, cuando en 1347 fue conquistada por Gulbarga de Bahmani pasó a ser conocida como Bijapur. En 1518 se dividió en cinco estados disidentes, los Sultanatos de Deccan, uno de ellos era Bijapur, gobernado por la dinastía Shahi, a la que debe su máximo esplendor. En 1686 fue conquistada por el emperador mogol Aurangzeb, derrotado en 1818 por los británicos, que gobernaron hasta la Independencia del país en 1947.
Se compone de tres partes bien diferenciadas: la Ciudadela, el fuerte y lo que podemos considerar como el resto. La ciudadela, construida por Yusuf Adil Shah es un recinto amurallado de un kilómetro y medio cuadrado situado en el centro del caserío, rodeado por un ancho foso. Fue mejorada por Au Adil Shah en 1566, con otro muro más alto y un buen número de bastiones almenados. Fuera quedan los restos de una gran ciudad, ahora muy deteriorada, pero donde aún destacan sus magníficos restos arqueológicos, que evidencian el esplendor de su pasado y que han resistido dignamente el paso del tiempo.
Antes del hotel nos dirigimos al mausoleo de Gol Gumbaz, su monumento más famoso. Dicen que está mal proporcionado, a mí en absoluto me lo parece, si bien, su tamaño y monumentalidad sobresalen en exceso de una ciudad pasada de ritmo y de historia. Se construyó para alojar la tumba del emperador Mohammed Adil Shah, sultán de Bijapur, su gobernante desde 1627 a 1657, para sus dos esposas, una de sus hijas y un nieto, más su concubina predilecta Rambla. Fue terminado en 1656 y a pesar de su gran tamaño su diseño es sencillo y elegante, la obra fue proyectada por el arquitecto Yaqut de Kabul. La estructura se compone de un cubo de 48 metros de lado, coronada por una cúpula de 44 metros de diámetro externo que se eleva sobre sus gruesos muros mediante cuatro impresionantes pechinas. Era la segunda de mayor tamaño en el mundo cuando se construyó, por tan solo cinco metros, superada por la que cubre la basílica de San Pedro en el Vaticano, en Roma. Esta construida con hojas superpuestas de ladrillos fabricados con yemas de huevo, boñigas de vaca, paja de arroz y cal, que le confieren una ligereza especial, ni siquiera necesita tirantes ni contrafuertes, se encuentra revestida por ambas caras con un mortero de cal a modo de estucado. En cada una de sus cuatro esquinas destaca una torre de planta octogonal y siete pisos de altura con una escalera interior, que sirve de acceso al exterior, a una galería perimetral de la cúpula y otra interior conocida como la Galería de los Suspiros, de tres metros de ancho. Se dice que si una persona susurra en un punto, el eco se repite hasta tres veces. Hoy y ahora, el continuo vocerío de los visitantes origina una sinfonía minimalista en el interior de la bóveda, muy propia de compositores contemporáneos, harto desagradable. Exteriormente, sus colores son pardos oscuros y amarillos.
En toda la visita nos acompañó la lluvia, lo que no deslució el que me pareciera un edificio bastante interesante. Pese a su gran tamaño de 1.700 m2, se disfruta perfectamente de su completa visión, su situación sobre una despejada explanada de césped y algunos árboles realzan todo el conjunto. El mausoleo se alza sobre un podio cuadrado, en el centro hay un cenotafio o tumba vacía, bajo una losa se encuentran las sepulturas reales, la cripta o cámara que las cobija es de las más grandes del mundo. El complejo incluye una mezquita y una Sala para los trompetistas o Khana Naqqar, ahora museo, que en su colección cuenta con varios objetos curiosos como inscripciones, esculturas, pinturas, manuscritos y armas. Completa el conjunto las ruinas de las casas de huéspedes, todo dentro un recinto amurallado que ha perdido uno de sus lienzos, el del jardín de acceso.
De aquí partimos hacia la mezquita de Jama Masjid. Utilizamos unos rickshaw, que nos cruzaron por una zona de la ciudad bastante deprimida, el barro de las calles, los extraños cerdos de los musulmanes y el desorden general imperante, daba a la travesía un carácter cuando menos peculiar. Cuando accedimos estaban orando en la nave principal, o quizá el imán acabada de dar un sermón a sus fieles, al percatarse de nuestra presencia se nos acercaron para avisarnos de que no podíamos hacer fotos. La visita fue muy agradable, por primera vez me encontraba en el interior de un templo musulmán en la plena celebración de sus cultos, situación extraordinaria, ya que generalmente no transigen con los infieles. Los fieles, con sus topis y vestidos mayormente de color blanco, tendían sus alfombras en el suelo de mármol, muchos niños nos volvían a rodear y pedir fotos, me fui encantado.
Visitábamos la mezquita más grande y antigua de todo el Deccán, construida por el sultán Ali Adil Shah I a mediados del siglo dieciséis para celebrar su victoria sobre el imperio de los Vijayanagara. Su planta es rectangular, de 120x85 metros, dicen que su mihrab orientado al Este, en el centro de su cerramiento exterior, está forrado de pan de oro, en el que se dibujan miles de inscripciones arábigas con láminas de oro. El acceso principal se realiza a través de un pequeño jardín que da a una gran puerta en el centro de su lado Norte y que comunica con el patio principal, en su centro hay una fuente o pileta donde los fieles realizan las abluciones previas a la oración. Este gran patio queda flanqueado por el edificio principal, en el que destaca su gran cúpula a eje del mihrab y que se vuelve a elevar sobre hojas de loto, ya la divisábamos desde el Gol Gumbaz, es la más hermosa de este edificio. El espacio columnar o sala hipóstila se cubre con más de 20 bóvedas menores, todas encaladas, el aforo es superior a 2000 fieles. Acompañando los lados mayores del recinto, salen dos alas, que no llegan a cerrar el patio por su cara Oeste, lateral donde encontramos la otra entrada, marcada por un pequeño pabellón. La mezquita ocupa una parcela de 10.800m2, la mayor de todo Bijapur.
Al salir nos dirigimos al hotel Shashinag, en las afueras, a cinco kilómetros del centro de la ciudad. Sin duda el peor de todos, cucarachas, mosquitos y bien criadas salamanquesas, tan abundante fauna adornaban paredes, techos y suelos. Fuimos a almorzar y poco tiempo más el que nos dejó Manu, a las 3:30 ya estábamos de nuevo en marcha.
Quizás el mausoleo y la mezquita Ibrahim Rouza sean uno de los conjuntos arquitectónicos más bellos de los que hallamos visto en el viaje. De un refinamiento arquitectónico exquisito, nada tiene que envidiar al que mandó construir el emperador mogol Shaj Jahan para su esposa favorita, el famoso Taj Mahal de Agra, en el Norte, del que se dice, fue su fuente de inspiración. El del Sur, fue mandado a construir por el emperador Ibrahim Adil Sha II (1580-1627) para su reina, dando la circunstancia de que él murió antes, y por ello, el primero en ser enterrado en el mausoleo, en el que después descansaron sus tres hijos y su madre. Una inscripción en persa, registra su construcción en 1626. Se compone de dos edificios independientes uno frente al otro, el mausoleo y la mezquita, entre ambos, una fuente. Se caracterizan por una estricta simetría, los dos son rematados con cúpulas en forma de grandes cebollas bulbosas que se alzan apoyadas en un tambor de pétalos de loto, sus esquinas quedan rematadas por elegantes minaretes de 24 metros de altura. Ambos se levantan sobre terrazas sostenidas por arcadas. En el recinto rectangular se cierra con un muro al que se adosa interiormente una galería a modo de claustro. Algo más alejado de las construcciones principales, en el centro de su cara Norte, destaca el alto pabellón de entrada igualmente rematado por minaretes. Aquí encontramos un gran jardín con grandes praderas de césped, setos, arbustos y árboles, acequias, fuentes y estanques, sin duda tradición traída por los musulmanes del jardín del paraíso persa. A la salida, hicimos miles de fotos a los muchos niños que se arremolinaban nuevamente a nuestro alrededor preguntándonos nuestros nombres y procedencia.
Acabada la visita el autobús nos acercó a la Ciudadela. Como mencioné en la reseña histórica, data de la dinastía del Sultanato de Adil Shahi, quienes gobernaron Bijaipur durante casi 200 años. Sería Ibrahim Adil Shah, hijo de Yusuf Adil Shah quien sucedió a su padre tras su muerte en 1510, jugando un papel decisivo en la mejora de la fortaleza y también, en la construcción de la mezquita Jami dentro de ella. Lo sucedió Ali Shah Adil I, venció y saqueo el imperio de Vijayanagara, con el botín construyó varias y nuevas estructuras en el baluarte. Su sobrino Ibrahim II, coronado quinto rey, tolerante e intelectual, gobernó durante 46 años, durante su reinado, se ubicó el cañón Mallik-E-Maidan conocido como el Monarca de las Llanuras, en el recinto del fuerte, al norte de Phatka. Esta enorme pieza de bronce, pasa por ser el cañón más grande del mundo medieval; tiene cuatro metros de largo, 1,50 de diámetro y un peso estimado de 55 toneladas. Fue fundido a la cera perdida en Ahmadnagar en 1549 y teóricamente llegó a Bijapur en el siglo diecisiete como trofeo de guerra, gracias al esfuerzo de diez elefantes, cuatrocientos búfalos y cientos de hombres. Es preciosa su embocadura, en la que destaca el bajo relieve de un tigre con las fauces abiertas devorando entre sus colmillos a un elefante. Lo encontramos en el Burj Sherza, la Puerta del León, en una plataforma especialmente construida para él. Al terminar la visita, veíamos desde la muralla un colegio, los niños salían de clase y al percatarse de nuestra presencia nos saludaban efusivamente desde abajo.
Para rematar un día bastante completo nos acercaríamos al Mercado. Bajamos de las murallas por unas escaleras interiores, al llegar al autobús Manu le indicó al conductor que nos esperase en otro lugar, que iríamos al mercado andando; cogimos por la calle Upli Buró hasta el cruce con MG Rd por la que giramos a la izquierda. Ya no me llamaban la atención estas calles, caóticas y sucias, repletas de gentes que pululaban de un sitio a otro o que simplemente parados, nos observaban. Nos detuvimos en una pequeña plaza o glorieta donde se ordenaba el abundante tráfico y en la que confluían no menos de cinco calles. Al frente, ya lo divisamos, aún atardeciendo y permanecía abarrotado, una delicia para los fotógrafos. Vendedores de especias, harinas de colores, sándalo, mirra, telas, cacharros, calzado, disfrute de vendedores, compradores y curiosos en general. Nuevamente me ha parecido encontrarme en aquella India de la que tanto me han hablado. Más, cuando al abandonar el edificio principal y acudir a las calles traseras, observamos como se encuentran repletas de tenderetes de venta de verduras, frutas, pescado fresco y seco y algunas carnicerías. Ocupan toda la calle y es difícil avanzar entre tanto tumulto. Nos cruzamos con un joven y simpático "hijra". Manu, que todo lo sabe nos informa. Pertenece al tercer sexo, la mayoría de éstos son varones homosexuales, aunque hay alguna mujer, se consideran femeninas y visten como ellas, a falta de censo, se estima que en la India podrían contarse entre 50.000 y los 5 millones. Después de un buen rato, volvimos caminando al bus para regresar al hotel. Nos teníamos que preparar para mañana, otro duro día de traslado y el último trayecto que realizaremos en este medio de transporte. Kilómetros y kilómetros en dirección Sur‒Norte, con el único aliciente de contemplar lo que pasa a nuestro alrededor, paisajes, ciudades, gentes, como en un cine exin, las distintas viñetas las componen las ventanillas del bus, en los momentos en que se fija la mirada en algo que llame la atención.