CUATRO JORNADAS Y MEDIA DE CAMINATAS POR LOS GUADIS DEL TASSILI N'AJJER EN EL SAHARA ORIENTAL, AL SUR DE ARGELIA

 

 

 

 

 

 

JORNADA 1

salida de DJANET, 2 de diciembre de 2018, domingo

Elecciones autonómicas en Andalucía

A las diez de la mañana iniciábamos la incursión en el Tassili n'Ajjer. Tassili es la denominación genérica de las formaciones rocosas del Desierto del Sahara, tan grande como Estados Unidos. Recorre once países desde el Océano Atlántico al Mar Rojo, bordeando el macizo del Atlas, llegando hasta el Mediterráneo por el norte y delimitado al sur por el Sahel, transición entre el desierto y la sabana sudanesa, como bien nos apunta Tamayo. El grupo salía por la calle terriza del alberge que desemboca en menos de 50 metros en la carretera que recorre Djanet, paralela al palmeral, en dirección sur–norte y que se prolongará no más de cuatro kilómetros de nuestra posición para terminar en un último grupo de humildes casas, algo más alejadas al borde de los arenales y donde destaca su mezquita, aunque su prolongación fundamentalmente esté basada en hacer posible la llegada rápida de vehículos a las instalaciones militares que el ejército argelino tiene en el municipio, fundamentales para el control fronterizo de la cercana Libia, a tan sólo 70 kilómetros. No la recorreríamos entera, algo más de un cuarto de este último tramo, al pasar por los cuarteles, la carretera gira, nosotros continuamos rectos ya por arenas, estrenábamos el camino.

J1 18 el monte Timber

El grupo encabezado por Khami ya empezaba a estirarse, me quedaba con Manuel el canario, los últimos, fotografiando la bella silueta del Timber, sobre las casas de Azzelouaz penetradas por la carretera. Marchaba delante un grupo eminentemente femenino, en el que destacan sus diez mujeres, por tan sólo seis varones y ninguna pareja, en una primera impresión, todos singles, aunque con el transcurso de los días detecté que tres amigas son de Guernica y dos de ellas hermanas, de Vitoria. El guía, también es vasco, José Carlos, pero le gusta que lo llamemos por su apellido, Tamayo. En atención a la geografía de la península, la mayoría es del norte, predominando los vascos, seis a los que podremos añadirle el guía y la residente en Almería, ocho, más de la mitad; tres catalanes, más una aragonesa, otra de Cantabria de adopción, Renate la alemana y mi compañero de tienda, José, de Castilla León. Por el sur, Manuel el canario, Miguel de La Mancha, Marisol y yo, cuatro tan sólo, es más que evidente que la tradición viajera proviene del norte.

J1 dejábamos la carretera y Djanet

Comenzamos a adentrarnos en una naturaleza árida y desconocida hasta entonces. Las primeras miradas eran ávidas, intentando retener la mayor información posible. Ya caminábamos por la arena y, Djanet y la silueta del Timber se perdían definitivamente a nuestra espalda. El suelo arenoso entre formaciones rocosas comenzaba a ser habitual a nuestro paso. Lo primero que me llamaba la atención era la vegetación. Me acerqué a una planta rastrera parecida a una mata de nuestras sandias, pero su tamaño no era mayor del de una pelota de tenis, identificada inicialmente a la vuelta con la ayuda de Wikipedia como la «Citrullus colocynthis», de citrullus, diminutivo latino de Citrus, por su olor y sabor, y de colocynthis; del griego kolokunthis que significa “calabaza redondeada” y que se conoce comúnmente como coloquíntida o tuera. Es una planta nativa de las áreas secas del norte de África, siendo común para todo el Sahara, extendiéndose por la cuenca del mediterráneo, incluso llegando a la India y otras partes de la Asia tropical, hasta Sri Lanka. Aunque es trepadora, con tallo piloso y rugoso que se agarra con zarcillos aquí sólo la hemos encontrado en los arenales, seguramente frescos y con humedad en su interior, aunque soporta condiciones de fuerte sequía y un cierto grado de salinidad. Llama la atención los muchos nombres que recibe en castellano, entre ellos el de calabacilla salvaje, que encaja con el nombre de «calabaza del desierto» que me facilitó Tamayo. Me dijo que su fruto era venoso, aunque he leído que se utiliza como fuerte purgante, permitiendo liberar el intestino del estreñimiento y como un buen purificante de la sangre. También se emplea como antídoto en las mordeduras de serpiente y de escorpión. Han sido muchas las que hemos visto en estos días.

calabaza del desierto o sandia de burro

Días más tarde e insistiendo en la red ante la falta de información sobre la vegetación del desierto, tuve la suerte de toparme con la publicación de 2.007 «Sahara Occidental. Planta y Usos», realizada por el Vicerrectorado de Relaciones Institucionales y Cooperación al Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid y el Ministerio de Cultura de la República Saharaui, un estudio etnobotánico del Sahara Occidental, sobre los usos y costumbres del pueblo saharaui relacionados con los recursos vegetales. Y aunque etnográficamente está centrada en el pueblo que habita el extremo opuesto al Tassili, botánicamente es muy similar. Sandía por calabaza, quizás más acertado, aportando una extensa relación de usos medicinales de la planta que los transcribo a continuación: un trozo pequeño de fruta (sandía) tomado con un poco de pan o de carne es un purgante muy potente. El fruto bien calentado en el fuego, se parte por la mitad y cada parte se aplica sobre las articulaciones para aliviar dolores reumáticos. El vapor que se recibe agachándose a horcajadas sobre el fruto, cuando está bien caliente, se considera un remedio para aliviar las infecciones urinarias. Para combatir la gonorrea se calienta la sandía, se le hace un orificio, y se introduce el pene hasta que se enfría; se repite el procedimiento varias veces. La semilla, secada, triturada, mezclada con goma de talha (Acacia tortilis), y disuelta en agua, se toma contra la diabetes. Se usa para cicatrizar heridas infectadas de los animales.

Calotropis procera

Otra planta que también me llamó la atención fueron unos arbustos con hojas muy carnosas de un verde claro. Tamayo la identificó in situ como la «Calotropis procera». De acuerdo con la información de la Wikipedia, y del documento de la «UCM», este arbusto de buen porte, de hojas lobuladas opuestas, grandes y carnosas es conocido en el Sahara Occidental como «turya» y aunque llegan hasta los 6m de altura, no las hemos encontrado tan altas. Su porte es erguido de copa más o menos redondeada, tronco recto, un poco tortuoso y bien definido. Las flores son pequeñas, con 5 pétalos que se abren perpendicularmente, por fuera blanquecinas, suele florecer después de las lluvias, fructificando uno o dos meses después, y como nos ha ocurrido, hemos visto ejemplares con flores y frutos casi maduros al mismo tiempo. Con respecto a su faceta etnológica —no sabría si deberíamos aplicar alguna reserva a estos datos, dado que la publicación de la universidad de Madrid que manejamos es para el extremo occidental del desierto, a unos 2.000 kilómetros en el mismo paralelo, quizás a aspectos de terminología, con respecto a los usos, los comentarios de los guías hacer presuponer que la utilización de las distintas especies es similar—, cuando está seca puede servir de pasto para el ganado; los tallos finos sirven para encender fuego; el polvo de las hojas machacadas se usa para oscurecer el color de la henna; la ceniza de quemar los tallos se usa como desinfectante local de heridas o, también mezclada con grasa de oveja se prepara una pomada para los dolores de pecho y costado en caso de bronquitis y enfriamientos. Incluso como textil, de los filamentos que hay en el interior de los frutos secos, hilan cordones, hilos para coser, telas, alfombras y tapices. Pero lo más llamativo es la precaución, de la cual ya Tamayo nos avisó, que hay que tener con su savia lechosa, muy cáustica.

J1 huellas de cuervo

La información sobre la fauna es muy escasa. A ello le añadimos que no es tanta la que observamos como la que intuimos. En los primeros kilómetros recorridos, tras dejar Djanet, observé en el limpio cielo azul la silueta planeadora de una rapaz, de color negro, que pienso, era un milano. En el resto del recorrido no he visto otra ave igual, sí muy parecida en tamaño, son muchos los cuervos que revolotean solos o en parejas y que en algunos casos hemos visto grupos.

en dirección oeste

Avanzamos en dirección oeste por estas formaciones rocosas que dejan grandes pasillos. El camino es variado, siempre muy suave, unas veces de una gravilla cubierta de arena que el viento acumula en crestas no muy altas de penosa superación. Al transitar estos arenales los pies se hunden, los no preparados debemos parar de vez en cuando a vaciar de arena las zapatillas. El sorprendente paisaje va presentando rocas que figuran como animales, casas, setas, o cualquier imagen que aporta la imaginación. El grupo se elonga como una carrera de maratón, las fotos y la observación diferencian a los últimos de los primeros cuyo afán es perseguir al guía local, el bereber «Khami», siempre a la cabeza, marcando la senda a seguir y tirando del grupo. Supongo que para él, el discurrir habitual por estos parajes tan familiares le provoque un único leitmotiv, llegar al lugar asignado por la organización; el conoce el camino, lo habrá recorrido infinidad de veces, ya nada le sorprende, no se para para observar, no mira, sólo le interesa llegar; algunos le siguen el juego y en lugar de frenar su marcha para poder disfrutar de lo que nos rodea, se asocian a su ritmo, lo que provoca la elongación del grupo, a veces en distancias que superan el kilómetro entre el primero y el último. Tamayo hace de enlace entre los más rápidos y los rezagados, me recuerda a un perro pastor que no permite que se pierda ninguna oveja.

J1 los caprichos de la erosión

Siempre al final, unas veces me acompaña Marisol, otra Carmen o, simplemente soy el último. Coincidimos Marisol y yo en la procedencia, aunque ella sea vasca, lleva tanto tiempo en el sur que es como una más. Nos preguntamos qué ocurrirá con las elecciones que se están celebrando hoy, somos pesimistas por el devenir de nuestros políticos en los últimos tiempos. Voté por correo antes de salir, pero ¿qué ocurrirá? También charlo con Carmen, a veces los tres juntos. Ellas son médicos en la sanidad pública, comparten experiencias, la zaragozana se relaciona con la salud mental, es siquiatra, coincide también con Manuel el canario, los escucho atentamente compartiendo experiencias. Es gratificante como personas de lugares tan distantes no tienen reparos en narrar sus historias personales con desconocidos, son pocas las horas que llevamos juntos, pero eso no es óbice para que siempre estemos dispuestos a dar lo mejor de cada uno.

J1 trasegando por arenales

Vamos acumulando kilómetros, miradas y lugares, parecidos o distintos, que siempre responden a esa conexión de elementos que dan cohesión al conjunto y que nos hace comprender por donde discurrimos. Es el pensamiento de Humboltd, el color, la temperatura, el clima, el suelo que pisamos, las formaciones rocosas que nos rodean, la flora y fauna colaboran en el entendimiento del Tassili. Todos los pasos son distintos y todos iguales, las dimensiones del espacio que alcanzan nuestras miradas son enormes, llevamos unas pocas horas de caminata y aunque el paisaje sea espectacular, las penalidades propias del cansancio e incluso, el penoso sufrimiento hacen mella. El asombro torna, en cierto modo, a monotonía, lo extraordinario se convierte cotidiano, miramos al suelo y vemos la sombra, nuestra presencia.

la sombra huella de presencia

Serían las dos cuando paramos para almorzar, para dar cuenta del picnic que nos fue entregado al salir. Al rebasar una de las crestas de arena que me impedía ver al resto de mis compañeros, divisé en la lejanía tres acacias. Bajo una de ellas, sentados en el suelo ocupando la totalidad de la sombra se encontraban todos. Cuando me iba acercando, me llamarón, estaban comiendo, me agobiaba tener que sentarme en el suelo, mire los otros árboles y decidí irme a uno que estaba cerca de unas piedras, un sitio ideal. Al poco, llegó Marisol y ocupó otra cercana.

arbustos de acacia albida

De estas especies de leguminosas, ya hace tiempo que nos habló el guía que encontraríamos de dos tipos, ambas son muy parecidas para mí quizás. Donde las distingo mejor es en sus semillas. En las dos, los tallos son leñosos, las hojas compuestas paripinnadas son muy pequeñas y sus ramas están cuajadas de espinas. Las hemos encontrado desde pequeños arbustos a ejemplares de buen porte, de hasta cuatro metros de altura, algunas aparasoladas, con copas de hasta 7 u 8 metros. En el Tassili identificamos por su semilla en forma de vaina marrón rojizo, ligeramente curvada de 8 o más semillas de color marrón oscuro, la «acacia albida o Faidherbia albida», conocida en el Sahara Occidental como Afarfar y de nombre común (Wikipedia) espina de invierno. Su madera se emplea en la construcción (cabañas, sombrajos, etc. y como leña para hacer el fuego. Con los troncos se tallan sillas y otros aparejos para los camellos, así como vigas de arado (Sahara Occidental. Plantas y Usos, p. 10).

acacia en el almuerzo en Tikobabuin

Por la forma de la vaina enroscada en forma de zarcillo y que aloja su hasta 30 semillas de color negruzco encontramos muchísimos ejemplares de «Acacia tortilis», conocida en el Sahara Occidental como Talha y de nombre común (Wikipedia) acacia de copa plana, por su aspecto más aparasolado que la anterior. La corteza se usa para curtir pieles, desecada y pulverizada como tinte rojo. La madera contigua, blanca y blanda, se usa para hacer cuerdas y pezoneras para camellas. De las raíces se hacen flautas y palos para el pastoreo. De espinas endurecidas, agujas para coser. De la madera de tallo y ramas se hacen arados y cabos para otras herramientas agrícolas, cabezales y poleas de pozos, sillas para montar en camello, armazones para la jaima, palos para manejar el molino de piedra y soportes para apoyar su base, bastones para el pastoreo, trillos y mayales para separar el grano de la cebada de la paja, tablas para escribir el Corán y, piezas de ajuar doméstico. Flor, fruto, espinas tiernas y savia son comestibles para saharauis, sirviendo como pasto para todo tipo de animales, así como la flor y hojas, igual que el fruto, para el engorde del ganado. Con sus troncos y ramas se construyen pozos y se refuerzan cuevas; además sus ramas son un abrigo contra el frío y el sol; sirven para hacer carbón y leña, del carbón, pulverizado y mezclado con agua, se hace tinta para escribir. Igualmente es utilizada en usos medicinales, en infusiones contra la gastritis igual que el fruto cocido y endulzado, machacado y contra hepatitis y diabetes; seco, molido y mezclado con harina de centeno y cocinado con grasa o con leche se toma contra la anemia y, multitud de usos más como en dolores de estómago, antiséptico para heridas infectadas, dermatitis y quemaduras, en enfermedades oculares, contra las alergias y las intoxicaciones, en hepatitis, en tratamientos de sepsis urinaria, insuficiencia y cólicos renales, hipertensión y gastritis. (Sahara Occidental. Plantas y Usos, p. 92).

acacia de semilla sarcillo en Tilelin

En la documentación de la agencia se nombra este lugar como «Tim-Ras». Como ya veremos en otros guadis, cualquier ubicación con algún tipo de interés toma el nombre del guadi, como es el caso de la cueva de Inmaduran que visitaremos mañana. Se acercó un pájaro, le tiré unas migas de pan y cuando otro lo vio, se unió al festín, incluso se llevaron en sus picos las cascaras de las naranjas que compartían con otros en una roca cercana. Estas aves se parecen a nuestras urracas en cuanto al colorido de su plumaje, totalmente negros, con cola y parte superior de la cabeza, blancos; en tamaño, similar a las lavanderas, las he visto en pareja. Le pregunte a Tamayo por su nombre y con seguridad me respondió: es el «mula mula».

el mula mula

A poco me supo el descanso, seguramente lo merezco, como en una ocasión me dijo el guía, “tú ya lo haces cuando coges la cámara y te paras a mirar”. Aún nos restaban otras tres horas más de marcha. El paisaje cambiaba lentamente en las formaciones rocosas. Reconocía como a medida que nos adentrábamos en el Tassili, éstas eran de mayor altura y su aspecto estriado evidenciaba su origen en la meteorización, la incidencia de la humedad nocturna y el calor diurno. Las paredes mas continuas y de alturas variables dibujan con mayor precisión los «Uadis», vocablo árabe con el que se nombran estas ramblas o cauces secos de los ríos, en este caso de las aguas de las lluvias estacionales que escurren las piedras y que se recogen en estas grandes sendas, que se estrechan y ensanchan de forma aparentemente caprichosa. En sus lechos encontramos desde fina arena que los vientos modelan, a otras también finas, pero mezclada con algún tipo de aglomerante, arcilla o caliza que se cuartea y aparece craquelada en superficies de gran belleza. En otros casos, satura unos pisos de gravilla compactándolas y haciéndolas muy agradables de transitar. Vocablo «Oued» en francés, que en castellano los pronunciamos como «Wadi o Guadi». Son tantos y tantos kilómetros los que conforman este territorio, el Tassili, lo que propicia el continuo cambio de los espacios que surcamos. Cuando la anchura del guadi, como ocurría en este caso, se dilataba hasta alcanzar los quinientos metros, la arena impulsada por suaves soplos de viento, modela esas sorprendentes crestas que oscilan meciéndose de un borde a otro en estos grandes corredores, como el par de grandes dunas que cruzamos, sinuosas ondulaciones de arena, crestas rizadas de no mucha altura, unos quince metros, superficie blanda, donde los pies llegan a enterrarse frenando el caminar, se percibe como el cuerpo se queda pegado al fino líquido cristalino, experiencias vitales que oscilan desde el sentido más físico hasta el más místico. Llegar arriba, descansar en la cresta y mirar las figuras de tamaño decreciente de los compañeros que avanzan en el guadi.

dunas en los anchos del guadi

Como los ciclistas hacen la goma, así recorríamos el camino. Los guías paraban estratégicamente para que no fuese demasiado la distancia entre la cabeza y la cola. Sentíamos como atardecía y no parábamos de caminar. En una ocasión le dije a Tamayo: ¿queda mucho para la acampada? A lo que respondió: cuando giremos por aquellas rocas, que señalaba con su brazo extendido. Me retrasaba, pero al contactar de nuevo y habiendo pasado ya seis grupos rocosos como los mencionados, con sus respectivos giros, le repliqué: ¡no quedaba una vuelta! Sonriendo me dijo: aún quedan tres. Caí desmoralizado, cansado ya después de un día interminable, pero… fue volver y encontrar el todoterreno, y un tenderete parecido al porche del albergue con las alfombras colocadas, las mesitas y sobre ellas un primer aperitivo, para calmarnos nada más llegar de una primera jornada de caminata agotadora, aperitivo consistente en frutos secos y galletas, más té y agua. Directamente me fui al agua, había hecho la jornada con un cálculo inicial escaso, así que cayó cerca de un litro del tirón. Las últimas revueltas habían supuesto el cambio de guadi y terminamos llegando al que después nos dirían que se llamaba «Inmaraudan».

bordes rocosos del guadi

A continuación y antes de que cayera la noche Tamayo nos reunió a todos para repartirnos las tiendas. Podríamos haber sido parejas mixtas —reclamo la igualdad de género—, pero no fue así. Los más afines se iban emparejando, las niñas primero, después los varones. Maite con Cristina, Carmen y Marisol, Mercé y Renate, Idoya y Ane, Carmé y Ane. Nosotros quedamos así: Andoni y Joan, Miguel y Manuel, y los dos últimos como deshermanados, José y yo. Con el tiempo, poco a poco, congeniamos una brutalidad. Lo siguiente fue buscar un buen sitio para montarla, nuestro guía se acerca para supervisar, nos aclara el procedimiento y nos indica la conveniencia de poner la entrada contra la posible dirección del viento —en esos momentos no soplaba ni una gota—. Recogemos los equipajes y los acercamos a la tienda, cerca hay unas piedras que pueden resultar ideales para su apoyo.

corralillo primera acampada

Después de quitarme las zapatillas y dejar los pies al fresco con las chanclas, saqué de la bolsa de mi equipaje la sillita trípode. Como aún quedaba algo de luz, ya que el sol no se había aún ocultado, sí estaba escondido detrás de las paredes rocosas del guadi y por ello, todo estaba en sombra. Me puse a escribir en mi vieja moleskine unas notas sobre lo que más me había impresionado en esta dura jornada, la primera. Observé que el grueso del grupo estaba en «el comedor» tomando algunos aperitivos. Aunque no tenía muchas ganas, consideré acertado acercarme, unos y otros departían sobre las incidencias del trayecto, de la belleza del Tassili y de la dificultad de salvar los desniveles arenosos.

la belleza del Tassili

El circo de piedra donde acampamos, al que Tamayo llamó «Ililuku», al abrigo de las altas paredes rocosas, se iba oscureciendo poco a poco. La luz llegaba del infernillo de la cocina, donde Tajer y Dodo acababan la cena y de las brasas donde Khami y Abderramán volteaban la tetera en la jarra, la misma que antes habíamos utilizado para rellenar nuestras botellas de agua; algunos frontales se veían en la lejanía, cerca de las tiendas moverse como luciérnagas. La noche dio paso al frío y a un cielo estrellado como nunca antes lo había observado. Aún quedaba bastante tiempo hasta la cena, a las ocho, así que me acerque de nuevo a mis cosas, busqué y me coloqué el frontal y volví a la escritura. Oí que me llamaban, se iba a servir la cena preparada por los bereberes. Nuestra «primera cena» ha consistido en una sopa de primer plato, rojiza y de bastante buen sabor, básicamente de verduras y con alguna carne deshilachada en su fondo, incluso repetimos. El segundo plato, servido en el mismo bol de plástico ha sido cuscús regado con caldo y trozos de verduras. Son momentos de charla, de ir conociéndonos poco a poco ¿Cuánto habremos andado? Tamayo después de extraer la información de su GPS, aporta el primer dato, 26 kilómetros y algo. Larga distancia a la que a medida que le he ido sumando pasos, ha aparecido el cansancio e incluso un dolor de pies considerable.

L'Atmosphera de Camille Flammrion 1888

Después de la cena me acerqué a la tienda con la intención de continuar con el relato, cuando vi aparecer por la oscuridad a Carmen y Marisol acompañadas de Tamayo, al parecer experto en astronomía, que señala e identifica por sus nombres, Orión, los Carros, las Perseidas, el Arquero o la Polar, e infinidad de otras constelaciones para mí desconocidas. Terminaron retirándose y, aunque era aún temprano, decidí acostarme, aún no sabía cómo pasaría mi primera noche en tan inauditas condiciones. El grupo charlaba y tomaba té en el corralito, a éstos se habían unidos los bereberes, y con especial atención escuchaban la guitarra que tocaba y muy bien, el ayudante de cocina Dodo. Dormí casi del tirón, una vez me levanté a media noche a miccionar, oportunidad inmejorable para mirar hacia arriba, con el frio en los pies descalzos, una de las experiencias más gratificantes y apoteósicas que me ha aportado este viaje, la contemplación del cielo estrellado, la Vía Láctea como un pan de azúcar que sostiene a cientos de brillantes, vibrantes y parpadeantes estrellas más luminosas a los que compañeros expertos en la materia identifican con esos nombres mitológicos que me son tan familiares.

Jornada 2.

2 de diciembre de 2018, lunes

segundo día de caminata

Estoy despierto, la claridad levanta, traspasa el nylon de la tienda, en silencio espero que el movimiento comience a levantar el campamento. José se viste y sale fuera, es el primero. Me corresponde a mí ahora. Tamayo ha dormido cerca, en vivac, sobre unas piedras. Vestidos y calzados, desmontamos la tienda y la doblamos. Poco a poco se va sumando el resto. El fuego calienta los recipientes de agua para café y té. Los nativos han dormido también a la intemperie pero con sus sacos y colchonetas cerca del fuego. La luminosidad evidencia que el sol despierta y va subiendo lentamente sobre el horizonte en este circo de piedra que nos rodea y cobija. Aún no nos deja verlo, pero ya ilumina las coronaciones de las enormes paredes de piedra —dice Tamayo que su color rojo parduzco es debido a la humedad y al meteorizar la piedra caliza, mucho más clara, de un ocre oscuro, el que percibimos a través de sus muchas llagas horizontales—, termina iluminado la planicie de arena cuando partimos a las 08:15. Es admirable como en un medio aparentemente tan árido, en el encuentro de la roca de las paredes con las arenas de los suelos, aparece salpicado de matorral, diminutas hojas, flores y púas; verdes, blancos, amarillos y rojos; y abundancia de pequeñas acacias. Las piedras rajadas por su estratos rehundidos más calizos y ferrosos, ya arrojan sombras unas sobre otras.

grietas en las paredes de rocas

Después del desayuno arrimamos al vehículo los equipajes y las tiendas y, rellenas nuestras cantimploras y botellas del agua del bidón, partimos. Inicialmente, todos juntos, aprovecho para acercarme a los más veloces e ir conociendo a mis nuevos compañeros. Aunque ya anoche en la tienda, charlé con José y me permití interrogarle. Me informó que es natural de Salamanca pero residente en Ávila, donde había trabajado toda la vida como profesor de química en un instituto (le dije como mi padre, también fue químico), ahora está prejubilado —tiene 62 años— y es celiaco desde hace tres años, cuando comenzó a sentirse extrañamente mal. Incluso trae su propia comida. La primera impresión, agradable, aunque se queja en demasía de las condiciones duras de la acampada, cuestión que por otra parte es conocida por todos de antemano; dice que ronco, pero soportable. Argumenta que duerme poco, aunque la verdad es que cada vez que me he despertado a media noche él dormía. Manuel, el canario de Lanzarote, con el que compartí unas primeras impresiones en el Prat, en Barcelona, es muy aficionado a la fotografía, al igual que José, quizás hayan sido los que más fotos han tomado en el periplo. Es amable, pero reservado, me da la impresión de que no le gusto, no lo importunaré. También coincidí con Miguel en el aeropuerto, el manchego que se dedica al mantenimiento exclusivo de sistemas de control en farmacias, sigue luciendo el turbante bereber que tan bien le queda, junto a sus gafas de sol y perfil de marcados caracteres masculinos, avezado viajero, es forofo de Decatlón, trae (otros también) al equipo perfecto para hacer trekking por el desierto, botas y pantalones con cierres para que no se introduzca arena; por supuesto sus camisas, sudaderas y mochila de la tan afamada marca «the north face».

José y Miguel foto de Kris Arzadun

El recorrido es similar al de ayer por la tarde, cuando nos íbamos adentrando en el interior del Tassili, corredores de arena flanqueados por formaciones rocosas de arenisca roja que se dilatan y se estrechan sinuosamente. Muchas son las veces que las zonas bajas de las grandes rocas aparecen recubiertas de rocas pequeñas, como procedentes de su derrumbamiento. Me pregunto si habrán caído una a una o todas de golpe a causa de algún seísmo, tendré que esperar a contar Juan Ojeda.

derrame de rocas sueltas

La jornada de hoy ha sido excitante. A los extraordinarios paisajes que van siendo incorporados y asimilados por nuestras mentes y que nos parecen extraordinariamente habituales, les he añadido la visión fugaz de un ave nueva, cuando nos adentrábamos en el «guadi de Inmaduran». Vimos —me acompañaban Manuel y Marisol—, revoloteando por unas piedras cercanas un grupo de pájaros, unos seis ejemplares, de parecido tamaño al mula mula, pero de un color uniforme verde claro. Más tarde y rebuscando en la red, éste, parece coincidir con la especie paseriforme de la «curruca sahariana». Una o dos horas más tarde, fueron los primeros dromedarios, dos ejemplares adultos de color claro, casi blanco, huidizos a nuestra presencia. Evidencian el contacto con la especie humana (sus pastores), las fotos únicamente las podíamos realizar con zoom; cerca de ellos dos osamentas de un blanco absoluto debido al tiempo, posiblemente su pelado sea provocado por el sol abrasador. De la mejor conservada arranqué dos dientes muy cascados, que aún conservo.

curruca sahariana dos ejmplares

Aunque las huellas de los vehículos en la arena y los camellos en pseudo libertad, nos indica la continua presencia del hombre por estos áridos parajes. Ha sido hoy cuando hemos entrado en contacto con los antiguos pobladores del Tassili. La oportunidad de visitar dos lugares singulares, nos aportan nuevos conocimientos sobre estos territorios que seguro, antaño disfrutaron de un clima mucho más benevolente. Dos pequeñas cavidades en la roca de pequeña profundidad son el vivo testimonio de historias, una más reciente corresponde a los bereberes, la otra se adentra en nuestra prehistoria.

huellas de vehículos y camellos

Serían las diez de la mañana, apenas llevaríamos dos horas de marcha cuando el guía deja el centro del guadi para arrimarse a una de sus paredes. A su derecha existe una cavidad casi esférica a la que se accede por una pequeña rampa de arena. Los compañeros se agolpan a su alrededor para escuchar sus explicaciones. Khami dice que se llama la «cueva de Inmaduran». Nos cuenta la emotiva historia de un niño al que se le muere su madre, al parecer de una extraña enfermedad, y como éste sobrevivió amamantándose de la leche de su cadáver, levantándose a hurtadillas de noche; en las paredes interiores de la cueva hay unas inscripciones al parecer en caracteres bereberes que atestiguan estos hechos. Un grupo de ellas rodean lo que pudiera parecer una abolladura en la pared. En el exterior, en el arenal delantero, a unos veinte metros, en una explanada cercana al acceso, una instalación propia de los «mandalas de piedra land» con los que tanto se ha experimentado en las últimas décadas en el land art, como los «Sahara Circle», instalación que uno de sus artistas más importantes «Richard Long» realizó por estas tierras; son unos óvalos dibujados con pequeñas piedras puestas en pie, y que el guía nos cuenta pertenecen a los enterramientos de los familiares que construyeron esta historia, seguro que más mítica que real.

cueva de Inmaduram

Algo más de una hora tardaríamos en llegar al otro lugar, que ya nos apuntaban era tan singular como el anterior. En este caso, más que una cueva se trataba de un arco abovedado, abierto por dos caras opuestas. Desde la lejanía su silueta parecía como esculpida y Khami nos lo presentaba con el nombre bereber de «Hullelwi». Supuso nuestro primer encuentro con las pinturas rupestres, las que Tamayo databa en el paleolítico superior —la verdad, como es un campo que no domino, ignoro la fiabilidad de la información— y añade que sus cuatro pequeñas figuras, están realizadas en un único color, el más utilizado, el pigmento rojo. Nos indica que la base del mismo lo constituyen las tierras ricas en hierro del lugar, las que molturan piedra sobre piedra, aglomerando sus polvos con líquidos tan dispares como leche, sangre o agua, incluso a veces combinados. Las figuras sueltas parecen de tampones, dos son humanas, una representa claramente a un cazador, sostiene su arco, las otras dos, que no tienen ninguna relación aparente con las anteriores y que incluso podríamos fecharla como anteriores, se trata de un escorpión y el sol. Con anterioridad ya había visto algunas de estas pinturas en Andalucía, pero estas escenas son las primeras que me han resultado más definidas, me han parecido verdaderamente bellas, tan simples y explícitas. Nos avisan que veremos más.

pinturas en la cueva de Hullelwi

Justo en la visita, estando bajo el arco, han llegado tres jóvenes turistas nacionales. Recorren el Tassili en un todoterreno. Su guía y chofer, también bereberes han charlado amigablemente con el nuestro; mientras, una de ellas, al parecer periodista de un medio escrito de la zona, ha entrevistado a Tamayo, quería conocer las características del viaje de nuestro grupo, mientras las otras dos cambiaban impresiones con nuestras compañeras sobre las vestimentas, las suyas y las de las otras.

guía de las turistas locales en Hullelwi

La visita a Hullelwi se había dilatado y lo que supuso un buen descanso, derivó en una marcha pedestre. Nuevamente el grupo se alargaba y, no pudiendo resistir las capturas fotográficas de unos arenales tan amplios, quedaba irremediablemente entre los últimos. Durante un rato acompañé a Mercè, charlamos un poco de todo, incluso del «procés», aunque muy superficialmente obviamente. Afortunadamente teníamos casi concluida la jornada de por la mañana, cuando casi sin esperarlo llegamos a un lugar que los bereberes llaman «Agzel» bastante recogido donde la sombra de una alta pared permitía una buena acampada. Cumplíamos con la habitual rutina de recargar el agua en nuestros recipientes de la garrafa comunitaria. Recogía de mi equipaje la sillita, y almorzábamos. Hoy le ha entregado mi compañero José a Tamayo un paquete de pasta sin gluten, para que le explique al cocinero sus especiales circunstancias y, cuando sea oportuno que se la preparen, algunas veces prueba el rancho general, incluso si es necesario el segundo plato automáticamente se convierte en primero, pero en otras, si no fuese por sus propias provisiones, se quedaría sin comer. La sopa del almuerzo ha estado como la de ayer, muy rica, aunque ha sido distinta. De segundo, un bol con lentejas, guisos muy simples pero de agradables sabores. José ha tenido que acudir a su avituallamiento. El postre, una naranja que acompañamos con exquisitos dátiles de los palmerales de la zona, más las tres habituales rondas de té, a las que ya nos estamos haciendo adictos.

dibujo tras el almuerzo

Antes de caminar y después del té, disponemos de una media hora de descanso, la que estoy aprovechado o bien para anotar incidencias en mi moleskine o dibujar, como este medio día, la zona de acampada. Éste ha sido el primero y, aunque estaba bastante retirado se acercaron Marisol y Manuel para curiosear lo que hacía y se quedaron bastante sorprendidos, incluso el canario valoró mucho que utilizará la moleskine, quizás tenga esta libreta italiana un halo de exclusividad, desde que la popularizara el novelista y viajero inglés «Bruce Chatwin», que no me acaba de gustar del todo. Aún recuerdo, hasta con placer, cuando en el viaje que hice al sur de la India en 2.010, el primer día me di cuenta que había olvidado mi moleskine, ¡qué horror! Le dije a Manu, nuestro guía, el problema que tenía, así que nada más bajarnos del bus en Mahabalipuram, nos fuimos a buscar una tienda, de las del tipo «vendo de todo». Allí compré, no recuerdo lo que me costó, una humilde libreta de «Swamiar, Special Moments» traída desde Chennai y que aún la conservo, en la que llegué a escribir 114 páginas.

por el guadi de Inmaduran

Después del descanso reanudamos la marcha, agradeciendo la noticia de que la caminata de la tarde sería más corta. Por las sombras, que por minutos se alargaba, comprobaba que nos movíamos en el cuadrante sur-este, en el que realizábamos suaves giros sobre la dirección predominante sudeste, la misma que seguía el cauce bastante seco y arenoso de Inmaduran. Unas veces discurríamos por anchas llanuras de gravilla cebadas con arenilla, muy cómodas de transitar, otras, las más, subíamos remontes de fina arena, de un amarillo luminoso y homogéneo que era únicamente violado por nuestras pisadas, pero que la brisa ya se encargaría de restaurar. Las paredes embudaban y el curso se estrechaba creando pasadizos estrechos donde se introducían las sombras sinuosas que provocaban las crestas de arena que invitaban a seguir. Siempre era la próxima revuelta, por fin, llegábamos al campamento donde repetíamos el protocolo de agua, tiendas, equipajes, calzado. Generalmente las acampadas coincidían en lugares estratégicos, en aquellos que suponían el cambio de guadi. Apenas lo percibíamos, pero girábamos lentamente en los últimos trayectos y llegábamos a mediodía o de noche para partir después del almuerzo o cena en una dirección distinta. Esta noche hemos enlazado con el «Oued de Tilelin» en uno de sus espacios más dilatados.

crestas de arena en Inmaduran

Ya es de noche, las tiendas montadas y se prepara la cena, aprovecho la lejanía de la tienda para ir avanzando en las líneas de este relato. Dijeron que hoy habíamos recorrido veintidós kilómetros. Aunque es menos que ayer, ya comienzo a acumular cansancio y los pies se resienten, pese al frio, nada más llegar los descalzo, el frescor me alivia.

dibujo desde mi tienda segunda acampada

Aún sin saber si llegaré a conocer mínimamente a todos mis compañeros, lo intentó al menos. Sobre los guías ya he apuntado algo. José Carlos «Tamayo», coordina el viaje desde España por la agencia Banoa, es de Bilbao, cincuenta y tantos, me dijo que era ingeniero industrial, pero son muchos los años que lleva de guía. Después he descubierto en la red que es un reputado montañero y alpinista, valorada su participación en «Al filo de los imposible» emitido en «la 2», así como presentador de un programa-concurso de aventuras de la televisión vasca, euskal telebista, quizás recuerde hasta haberle visto en alguno de esos programas de zapping que ponen recortes de todas las televisiones. En otro corrillo dijo que la desaparición del programa le hizo volver a Banoa, donde había prestado sus servicios años antes; aunque cumple bien su trabajo, parece no sentirse a gusto del todo. El guía local es el bereber «Khami», bastante más joven, alrededor de los cuarenta, siempre lleva el turbante tapándole la boca, es de piel oscura, camina sin ni siquiera volver la cabeza atrás; se ha aprendido mi nombre y casi seguro que le resulto distinto al resto del pelotón, aunque solo sea por la equipación, cuando me ve dice «Víctorr, amigó» con una pronunciación exagerada.

cena segunda acampada

Aquella noche cenamos sopa, espaguetis o macarrones con salsa y de postre turrón y las tres rondas del magnífico té bereber. Posiblemente fuese el primero que se metió en el saco, el frío en los pies me obligaba a ello, a José no le gustaba nada y me recriminaba que dormía mucho, eso sí antes de meterme en la tienda dedicaba unos minutos a mirar el firmamento, espectacular aunque no identificara ninguna constelación, y todas las noches fuese lo mismo. A media noche, cuando obligatoriamente me tenía que levantar, aunque fuese descalzo y pasase un tremendo frio, otro ratito siempre me quedaba.

3 de diciembre de 2018, martes

TERCERA JORNADA

Ya es de día en n'Ajjer. La mañana ha despertado y el sol comienza a iluminar la senda arenosa del «Tilelin»; durante toda la mañana, las cinco horas que emplearemos en la caminata, seguiremos el curso de este guadi. Recogemos el campamento, desayunamos, acercamos nuestros bultos al jeep, nos aprovisionamos de agua y nos preparamos para iniciar la que supondrá nuestra tercera jornada. Igual que ayer el recorrido lo realizamos por espacios de arena fina y amarilla tostada que en los lugares que más bate el viento estas se remontan en suaves montículos que cambian sus pendientes en sinuosas crestas y a los que podríamos llamar dunas, las que provocan que los pasos sean cortos y el ritmo de la travesía, cansino.

el guadi de Tilelin

Es inevitable que el grupo se estire como el blandidu negro de Delia, por muchos reagrupamientos que provoque el bueno de Tamayo. A lo largo de la mañana se han producido los encuentros en dos nuevos grupos de pinturas rupestres. En ambos casos, la abundancia de figuras es mucho mayor, según nos informa el guía, en estos casos se mezclan pinturas de varias épocas, argumento que sostiene por la actitud de sus distintas figuras humanas, solitarias o en grupo y, la aparición de determinados animales, salvajes o domésticos, cuestión que favorece la datación de estas pinturas, desde los diez mil a los seis mil años antes de Cristo. El primer grupo, por sus animales salvajes, entre ellos grandes jirafas, corresponde a las más antiguas. En el segundo grupo las figuras humanas están dibujadas en grupo, son siluetas repetitivas, las que podríamos imaginar ejecutan una danza, parecen a todas luces más evolucionadas. En los pigmentos utilizados predomina el rojo, aunque algunas figuras son blancas. La base de las pinturas blancas podría realizarse con huesos molturados. Tamayo tuvo el acierto de enseñarnos, en el segundo grupo, en un estrato horizontal de piedra una especie de abolladura, cóncava y esférica sobre la que argumentaba, y a todas luces acertaba, era el lugar donde esos pintores trituraban la piedra ferrosa o el hueso, incluso podría ser utilizado como un recipiente idóneo, a modo de paleta o pocillo, para el preparado de la pintura. Otro apunte interesante fue el señalarnos como las pinturas aparecían en unos lugares protegidos de las inclemencias, aquellos pobladores del Tassili buscaban paredes verticales bajo grandes voladizos de piedra para su protección.

pinturas rupestres en el Tilelin

Quisiera interrumpir el relato con un excurso dedicado a los recuerdos que solemos recoger en estos lugares y su consideración o no de expolio. Esta apreciación viene a colación por los abundantes restos de cerámica que se encuentran esparcidos por el suelo pedregoso delantero al primer grupo de pinturas que visitamos. En este espacio, más o menos al centro, había lo que en una primera interpretación podría pensarse que era una sepultura bereber. No era así, nuestro guía nos informó que en aquella zona hubo posiblemente un importante asentamiento de pobladores, seguramente vivían organizados en una estructura social importante, prueba de ello era los muchos restos de cerámica que habían aparecido y que se habían acumulado en aquel círculo de piedras. Solicitaba que no nos llevásemos ninguna, hecho que no ocurrió. Mi compañero José me amenazaba —no sé si en broma o en serio— de que me denunciaría a la Prefectura Francesa en Djanet por haber cogido un puñado de arena y unas pequeñas piedras. Yo le sostenía que el desierto tenía tantas piedras y tanta arena que por muchos puñaditos que se llevara la gente sería inagotable. Sin embargo, no es lo mismo con los restos de civilizaciones pasadas, aquí o en cualquier lugar. Supongamos que en cualquier momento se detecta que es vital para comprender la historia de aquellos territorios que hay que reconstruir la cerámica. Cualquier pieza sustraída lo impediría. Es tan solo mi opinión.

museo al aire libre en Tilelin

El trayecto del guadi tras las últimas pinturas iba cambiando poco a poco a medida que avanzábamos al encuentro con el almuerzo. El cauce, cuyos grandes arenales, en algunos momentos llegaban a alcanzar el kilómetro, por momentos se estrechaba y las suaves arenas difíciles de transitar daban paso a la gravilla, la que a su vez favorecía una vegetación que nos transportaba a lugares más húmedos, incluso sorteábamos desniveles bastante más pedregosos. Qué lástima que no volveré jamás a estos lugares y no disponga más tiempo para entender con más precisión todos estos cambios. Pero el grupo no daba tregua, tiraba ¡quizás deseando descansar, siguiendo el ritmo de Khami, o simplemente es que esto es así y soy yo el que no lo comprende!

grandes anchuras en el cauce del Tilelin

A veces me sentía desorientado, otras era tanto mi retraso con el grueso de la columna que me quedaba sólo, no aislado y tenía que aligerar el paso para por lo menos sentir el contacto visual, aunque en el fondo sentía la tranquilidad de que no dejarían que me perdiese. Lo cierto es que milimétricamente, a la hora prevista, a la una, después del mediodía llegábamos al lugar previsto para el almuerzo y descanso, las alfombras, colchonetas, mesillas alargadas y corralillo preparado, humeando las teteras y removiendo la sopa en la gran cacerola sobre el fuego. Unos últimos recodos nos anunciaban el cambio de guadi, paramos en «Tikoubeouline», también pronunciado Tikobabuin.

el beso de Brancusi en Tikobabuin

Almuerzo, descanso y reposición del agua, como otras veces. En esta ocasión, la presencia de una acacia solitaria de muy buen porte arrimada a una de las paredes de piedra fue el dibujo que recogí en mi moleskine. Partiríamos sobre las dos pasadas, continuábamos por tramos de extensos arenales como había sido la tónica en trayectos caminados, multitud de rodadas evidenciaban algún tipo de explotación humana que no se acababa de presenciar, tal vez el simple turismo, la explotación de los camellos o el cruce para ir a no sé dónde; huellas que se mezclan, las de la fauna, cuervos, muflones, cérvidos y reptiles con patas, e incluso de nosotros. Las huellas son rastros que me fascinan, tanto por lo que representan de la existencia y la no presencia de esos seres, nos preguntamos, pero no sabemos, dónde se encontrarán, pero sí de la certeza de que estuvieron allí; inevitablemente me recordaba las reflexiones que realizó Heidegger en su publicación «el arte y el espacio», sobre la ocupación de éste. Aparecían en cualquier lugar y únicamente las podía observar al paso, nuestra marcha apenas tenía paradas, como la que sí se produjo en uno de los giros realizados, nuestros guías nos acercaron hasta una espectacular formación rocosa, un arco cuyo gálibo alcanzaría los quince metros y que personalmente me recordaba a aquel otro arco en forma de trompa de elefante que vi en la ciudad china de Guilin allá por septiembre del año 2.009. Procedimos a la tan deseada foto de grupo en un marco inigualable, una obligación o puro fetichismo.

foto de grupo en el arco Tikobabuin

Cumplido el protocolo fotográfico reanudamos la marcha. Cuando realizamos unos giros el paisaje cambio sensiblemente, la creencia de que había pasado de un guadi a otro me la confirmaría Tamayo, recorríamos «Tuia». La arena del suelo se mezclaba con otro aglomerante que no me atrevería a afirmar que fuese arcilla o un fino polvo de caliza, o por qué no la mezcla de ambos. Lo cierto es que las huellas de las escorrentías en el centro de un sendero mucho más estrecho, evidenciaba el cauce de abundante agua, que había, no sé cuándo, ni con que caudal o estacionalidad, corrido por allí, quedaban marcadas en este suelo que aparecía bellamente craquelado. La vegetación aparecía en abundancia respondiendo a estas condiciones tan favorables, acacias en arbustos, y muchas más de otras especies que me resultaban habituales en el Mediterráneo. Fotografiaba cualquier planta con el afán de que el biólogo amigo «Javier Andrada» me informara detalladamente de las mismas y después de consultar la publicación «Sahara Occidental. Plantas y Usos», realizada por la Universidad Complutense de Madrid y la República Saharaui, estudio etnobotánico del Sahara Occidental, sobre usos y costumbres del pueblo saharaui relacionados con los recursos vegetales y, las muchas fotografías realizadas podría acertar ahora algunas de esas especies, como: Anabasis articulata, Cassia itálica, Dichantium foveolatum, Ephedra alata, Euphorbia granulata, Heliotropium ramosissimum, Panicum turgidum, Salsola imbricata, Stipagrostis acutiflora, plumosa y pungens, Tamarix amplexicaulis, aphylla, y gallica, Traganum nudatum, Tribulus macropterum o, Zygophyllum gaetulum.

cauce del guadi de Tuia

Cuando volvía a quedarme atrás, unos instantes a solas, me recomponía al ver a los menos últimos del grupo que se perdían detrás de unas calizas. Las extensiones de suelo cuarteado, cada vez mayores hacían presagiar lo que apareció detrás de unas rocas, ¡una chaca de agua! Habíamos llegado a la «guelta de Tuya» como se pronuncia el nombre del guadi en el que se encuentra. Este término árabe es muy genérico y significa espejos de agua, es utilizado en el norte de África para cualquier acumulación de agua natural, temporal o permanente; su tamaño puede ser variable, desde una pequeña poza a un lago, el mayor de todos. En nuestro caso lo encontramos en una de las cotas más bajas del cauce, aunque el guía nos dice que también puede aparecer en superficies cóncavas de la propia roca. En estos casos, al estar expuestas a la radiación solar suelen evaporarse con mayor rapidez. Estas bolsas o reservas de agua suelen alimentarse de las escorrentías de las lluvias, favorecidas en nuestro caso por la superficie más o menos impermeable de las rocas de arenisca —formaciones que podríamos denominar como cársticas—, desaguando hacia otras gueltas o simplemente siendo absorbidas por las arenas de la cuenca, lo cierto es que su existencia suele favorecer la aparición de corrientes subterráneas. Tuya, aunque ahora con una superficie muy reducida por la falta de lluvias, circunstancia evidenciada por la reducción y retroceso de su perímetro, es muy apreciada por los pastores y camelleros, que incluso la utilizan para el consumo doméstico, lo que provoco el rechazo de Khami a la idea de algún que otro compañero que ya se desvestía para bañarse.

guelta de Tuya

Después de esta fabulosa visita reemprendimos el camino, dejábamos el Oued de Tuia y nos adentrábamos en un nuevo guadi, conocido como «Iualalat». La vegetación seguía siendo exuberante, compréndase, dentro de estos paisajes áridos; en un piso misceláneo se mezclaban las arenas cuarteadas con zonas pedregosas e incluso, cantos rodados. Las paredes dibujaban un perfecto cañón de altas paredes a ambos lados. Mucho no nos informan, todo se intuye, pero las superficies ayudan y nos dejan leer su historia. Y es que estos cauces secos, los más importantes presentan bastante vegetación, principalmente abundante de matorral bajo de un verde intenso que acompaña los bordes de los cursos secos por los que caminamos y que refleja claramente todo el proceso que sucede en el Tassili. Sobresalen las acacias salpicadas, de diverso tamaño, desde arbustos a árboles perfectamente aparasolados. Incluso me sorprendió cuando vi un grupo de adelfas en flor, la planta más característica de los cursos de agua de todo el Mediterráneo, y eso que la costa de Argelia queda casi a 1.500 kilómetros al norte. Las adelfasadelfas son el vivo reflejo de lo que atesoran estos cauces, que aún conservan mucha humedad en el subsuelo, ahora en flor, pequeñas y de color rosado.

adelfas en Iualalat

Casi llegando al lugar previsto para la acampada nos hemos cruzado con una reata mucho más numerosa de camellos, predominaban los de color pardo, con otros blancos y negros. Y es que, esta vegetación es la base de subsistencia de muchas piaras de dromedarios, seguramente agrupados por sus dueños, viven en un estado de aparente libertad —si nos fijamos bien, los cabecillas van trabados—, incluso uno de sus camelleros se acercó a tomar un té con nuestro grupo de bereberes al lugar donde pasaríamos la noche.

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atardeciendo en el cañón de Iualalat

La vuelta al cañón de «Tuya» la hemos realizado a las 17:30, demasiado tarde, se nos ha echado la noche encima, sin ni siquiera darnos un respiro, hemos montado las tiendas oscureciendo. El guía repasa los datos de su GPS y nos informa que hemos recorrido en total en esta jornada 25 kilómetros, según mis cálculos ya acumulamos 72. El guadi de «Tuya» es sin duda uno de los principales de esta zona, se percibe por las escorrentías secas que surcan su suelo y que recoge las aguas de otros guadis menos importantes que confluyen en él.

5 de diciembre de 2018, miercoles

CUARTA JORNADA

A la hora habitual y cumplida las tareas del desmontaje del campamento hemos reanudado la marcha por el Tuia. Tamayo nos ha informado que la acampada de medio día será la definitiva, ya que enlazaremos con el «guadi de Essendilene» y por la tarde nos acercaremos a su guelta, quizás de las más grandes de esta área del Tassili, y regresaremos por el mismo camino hasta el campamento y, a la mañana siguiente tomaremos la dirección contraria del mismo Oued.

Khami libero al camello del plástico

Esta mañana, nada más salir y al pasar por unos matorrales, han sido unas pequeñas lagartijas las que corrían despavoridas a esconderse bajo unos matorrales al detectar mi presencia, tan mimetizadas por su color arena que sólo el movimiento me ha permitido detectarlas, el resto de presencia de fauna han sido de nuevo las huellas. Pero hablando de fauna, esa misma tarde, en el asentamiento de pastores cercano a las gueltas he visto dos aves más, una pareja de palomas bravías, grises con la franja negra en el filo de las alas y cuello brillante, de los mismos ejemplares ya divise un par de ellas en el albergue de Takassit, la primera mañana antes de partir. También un grupo de gorriones que me sorprendió grandemente, nunca esperaba encontrármelos por esos parajes tan áridos, pero sí, eran gorriones. Horas más tarde encontré nuevas columbiformes, en este caso una pareja de tórtolas de collar, muy parecida a la turca. Seguíamos por el guadi que dejaba atrás parte de su vegetación, cuando nos topamos con más camellos, igual de huidizos que los anteriores. Uno de ellos tenía una bolsa de plástico negra enganchada en su espalda, era una triste figura que me trae a colación algunos restos, lamentables residuos que he visto a lo largo del recorrido. Es inexplicable que una botella vacía se encuentre es un espacio de tan inconmensurable magnitud olvidada por algún tipo de individuo a todas luces irreverente. Afortunadamente, Khami se acercó sigilosamente y logró quitársela.

cambio de guadi de Iualalat a Essendilene

Comenzamos a realizar una serie de giros entre los pocos pasos que dejaba el caño de piedra de Iualalat y subiendo algunas pendientes pedregosas de más difícil tránsito cambiábamos nuestro curso para desembocar, tras bajar una pendiente rocosa, en el gran «guadi de Essendilene». Las pendientes se allanaron y el curso seco de este ouad se iba poco a poco poblando de vegetación, me acercaba a las plantas, hierbas y matorral y claramente veía como me podría encontrar en cualquier erial de la sierra sur sevillana, increíblemente volvía a recordar a Humboltd.

fértil guadi de Essendilene

Continuábamos la marcha sin cesar. Algunas veces cuando nos agrupábamos decidía ir con el grupo de cabeza aunque solo fuera un breve trayecto, pero me quería probar y seguir el ritmo rápido, prueba que supere sin demasiado esfuerzo, pero era tanta la vegetación que deseaba mirar, sus ramificaciones, hojas, tamaño y color de la floración o, los suelos, gravillas, arenas sueltas o craqueladas por la sequía, que inevitablemente me volvía a quedar de los últimos. Siempre que coincidía con algún compañero provocaba algún tipo de conversación por muy superflua que fuese, buena era para conocernos algo más. Acumulábamos kilómetros cuando por fin llegamos al de Essendilene. Allí, bajo un gran árbol ya aparecía montada la cocina y la fogata del té, un poco más separado y al sol, los equipajes, el vehículo y el chiringuito para el almuerzo, alfombras, colchonetas y mesa alargada. Cuando ya estaba cerca me percaté que estábamos bajo un enorme «taraje» especie que requiere suelos secos y climas calurosos, muy común en mi tierra, pero que se extiende desde Inglaterra hasta el Sahara. Este espécimen de más de tres metros de altura y de unos ocho de copa representa en todo su esplendor a las «tamariáceas».

rastros del agua en el guadi de Essendilene

El almuerzo y descanso fue como en ocasiones anteriores, salvo que tuvimos la oportunidad de montar la tienda a mediodía. Aunque me ocurrió un hecho desagradable, posiblemente tenga yo algo o toda la culpa, me suele ocurrir en los viajes. La fuente de información más fiable de todo lo que nos rodea, por lo menos in situ, son los guías, lógicamente el que mayor dominio tiene es el local, aunque la transmisión ha de llegar por el de nuestra agencia. Como de costumbre aprovecho el descanso de los compañeros para escribir o dibujar, en esta ocasión observe que bajo el taraje se encontraban charlando Tamayo y José, me acerque para preguntarle al vasco sobre una especie botánica, unas veces acertaba, en otras ocasiones se encogía de hombros, como fue el caso. Pero en fin, si no fuese por él, mucha información no la podría haber recogido aquí.

aldea de pastores en Essendilene

Aquella tarde fuimos y regresamos de los gueltas de Essendilene pasando por lo que otrora fuera una aldea de pastores y camelleros asociada a la abundancia de agua de sus pozas, que no llega a desaparecer a lo largo de todo el año, en este fértil guadi y donde ahora, vive una sola familia, cuyos progenitores de bastante avanzada edad, evidencian la actual situación de estos asentamientos, abocados a su desaparición, principalmente favorecida por la aparición de los todoterreno con tracción a las cuatro ruedas y la cercanía de Djanet. Prueba de ello son la multitud de rodadas que nos han ido acompañando todos estos días por estas inmensas autovías de arena.

el espacio de la familia de pastores

El primer trayecto, de unos tres kilómetros, lo realizamos desde el campamento en dirección norte. Hasta la aldea, el cauce es un gran arenal de paso lento, en los que el abundante trasiego de vehículos ha marcado grandes rodadas. Se encuentran poblados por abundantes tarajes de buen porte, acompañados de vegetación baja, matorral y yerbas. Dejamos de largo el poblado, al que intuyo, nos llegaremos a la vuelta. Aunque me quedo, esta vez sí, el último, sigo con comodidad el rastro visual hasta que llegamos a unas plataformas de piedra y una bajada por una pared rocosa de unos diez metros para llegar a un cauce con unas condiciones de humedad bastante distintas del que traíamos, parece como si el Essendilene se bifurcada en dos ramales, uno prolongación del que traíamos y otro que gira a la derecha unos 90º en dirección este, aunque realmente no se bifurcan, confluyen, conclusión fácilmente extraíble de observar la dirección de los juncos que se crían en los arenales y que las escorrentías tuercen o tronchan en la dirección este-oeste.

los tarajes en el seco Essendilene

De este primer tramo me sorprende su angostura predominando los anchos inferiores a 30 metros, del que podríamos pensar es un estrecho cañón. Las altas paredes de piedra provocan que la mayor parte del día este en sombra, de ahí, la abundante vegetación. Llaman especialmente la atención, las muchas adelfas en flor y los juncos violentamente tronchados por un ausente caudal de agua. El suelo resulta difícil de transitar. A la abundante vegetación se unen las piedras, arenas surcadas e, incluso suelo mojado, combinado con bandas agrietadas y de arena seca. Al poco de adentrarnos en este mundo pseudo selvático oigo las voces de mis compañeros que a lo lejos parecen disfrutar del primer baño en el Sahara, cuando por fin, aparece la primera charca en un recodo del guadi, ellos continúan hacia delante volviendo a recuperar la dirección norte, tan solo coincido con Carmen y Marisol ya rezagadas.

los gueltas del Essendilene

Como acababa de llegar, vuelvo a quedarme solo, el lugar es fantasmagórico. Suenan ruidos irreconocibles de pájaros, a veces se produce un silencio absoluto interrumpido por el ruido de las ramas que he de separar para avanzar o de la hojarasca que piso, el ambiente me recuerda aquella película de 1987 «Depredador», de Arnold Schwarzenegger que se desarrolla en la selva centroamericana y en la que un cazador alienígena va matando a un grupo de mercenarios contratados por la CIA. Miro a mi alrededor para tener la certeza de que no me encontraré nada desagradable. Antes de legar al final me topo con una segunda charca en la que se reflejan como en un espejo las rocas puntiagudas de las paredes del cañón. Este tramo es mucho más largo, más de kilómetro y medio, al final agotado llego a la gran guelta de Essendilene. Cristina y Andoni aún se bañan; Miguel en calzoncillos y Khami los observan desde lo alto y cuando Mercé pregunta si puede lavarse la cabeza, Tamayo le indica que no que el agua es utilizada para surtir los abrevaderos del ganado.

los gueltas del Essendilene

Aún les queda rato, así que después de unas fotos le pregunté si les importaba que volviese sólo, a sabiendas de que era el más lento del grupo; me respondieron, «de acuerdo». Mientras regresaba me hacía muchas preguntas, porqué tanta vegetación y humedad, cómo era que el guelta estaba al final del guadi. Las plantas torcidas en la dirección de salida indicaban que la bolsa de agua, era quizás, producto del desagüe de las rocas que lo rodeaban. Ya en casa, y tras analizar la superficie rocosa de los alrededores comprobé que la cuenca que alimenta el ouad es bastante importante y que la bolsa de agua es la que una vez llena rebosa en dirección a la salida, donde confluía en ramal que mencioné antes y, que tal debería ser el volumen de agua que es más que probable que el cañón se llenase entero por bastante tiempo, aquello era un verdadero vergel. Aligeraba el paso, quería por una vez ser el primero en llegar al poblado, y casi lo consigo. El trayecto de unos 2,5 kilómetros los hice sólo, tan sólo me alcanzaron Khami, Miguel y Joan a escasos metros de las cabañas, incluso cuando el bereber llegó a mi altura me saludo con su «Victorr» particular y un gesto de aprobación.

el gran guelta del Essendilene

Los restos de la antigua aldea en decadencia consisten en seis habitáculos cilíndricos construidos con piedra vista, tomadas inicialmente con mortero de arcilla, arena y paja, pero me dio la sensación que se han reparado con cemento, el interior está revestido. El diámetro es de unos tres metros, excepto una que es algo mayor, tal vez cuatro, la altura de dos y la cubierta, cónica de metro o quizás dos, la mayor de altura. La estructura soporte la componen unos troncos rectos de acacia amarrados con cuerdas en el vértice, que soportan la cubrición de hojas de enea o juncos del guelta secos. Estos habitáculos se separan unos de otros entre 5 y 10 metros, quedando enlazados por muretes similares a los anteriores pero sin argamasa alguna y sensiblemente rectos, lo que permite crear unos corralillos en su interior. Sobre estos muretes y hacia adentro se adosan y apoyan en una estructura más liviana de troncos más finos unas cubiertas livianas que también cubren con enea, parecidos a unos sombrajos. En todas estas dependencias aparecen acopiados enseres de todo tipo, algunos no podemos ni identificar por estar dentro de bolsas, maletas y cajas de plástico como aquellas que nosotros utilizamos para transportar la verdura, bidones y botellas de plástico para agua. También vimos alfombras colgadas en cordeles, algunas en el suelo. Khami se introdujo en uno de los corrales en el que estaba un anciano bereber sentado en el suelo, ambos charlaban amigablemente, nos invitó a pasar.

espacio habitable de los pastores

Poco tiempo estuve, después de saludarlo, salí al exterior para observar estas construcciones con mayor detenimiento. Hacia el sur y distante unos 30 metros había una especie de recinto bajo, un metro de alto y, alargado, cuyas paredes y cubrición estaban resueltas con hojas de palmera secas y leña. Aunque no sabría decir que era, ni a quien preguntar, lo interpreto como un aprisco para cabras u ovejas aunque no he visto ninguna en el Tassili. Cerca de este cobertizo había un plantón de una higuera protegida con una chapa recortada de un bidón y unas pequeñas palmeras datileras, en un recinto construido con leña y hojarasca de la vegetación cercana a los gueltas. Estas protecciones son propias para defender a las jóvenes plantas del ganado, camellos, cabras u ovejas, y no sé si también de muflones y cérvidos.

volvimos por donde llegamos

Tocaba ya aligerar el paso, poco a poco me alcanzaban e incluso sobrepasaban los compañeros a los que antes había dejado atrás, los saludaba, pero seguía a mi ritmo. Cuando llegó a mi altura José, me acople a él y juntos recorrimos los dos kilómetros que aún nos restaban para llegar a la zona de acampada. A él también le gusta hacer muchas fotos, incluso comentábamos los determinados encuadres que seleccionaba cada uno. Llegamos al atardecer, pero algo teníamos ganado, la tienda la montamos a mediodía, nos quitamos el calzado de andar y fuimos a tomar los aperitivos previos a la cena. Charlaba con José y le pregunté que cuanta altura pensaba él que tenía la pared que a nuestra espalda daba sombra a la tienda. Me imagine la altura de la giralda al lado y pensé, unos 100 metros; le pregunte a él y me dijo lo mismo, ¡y tú!, hemos coincidido. Llamé a Tamayo que no estaba lejos y le hicimos la misma pregunta, él respondió: 95. Nos quedamos muy satisfechos por nuestra aproximación, además nos sirvió para considerar que las formaciones rocosas que nos acompañaban oscilaban desde esos 100 metros a quizás, el doble o algo más.

paredes rocosas 100m o mas

Ya totalmente de noche y bajo la luz de las hogueras y unas pequeñas lamparitas que Tamayo coloca sobre la mesa alargada y adquiridas seguramente en Decatlón, mientras esperamos la tan ansiada sopa, nos informaba que su GPS indicaba que a lo largo de la jornada caminamos 26 kilómetros, ya acumulamos 98. Hoy, por la mañana recorrimos el «guadi de Iualalat»; por la tarde hemos ido y vuelto desde la acampada —en el mismo lugar almorzamos e hicimos noche—, a las «gueltas» que se encuentran en sendas depresiones, en el extremo más elevado del «guadi de Essendilene», que aunque muy plano se detecta al observar la orientación de la vegetación cuando es casi arrancada por las escorrentías de la lluvia cuando corren aguas abajo.

dirección de desagüe del Essendilene

El grupo se sienta alrededor de la mesa en las colchonetas sobre las alfombras en el suelo, yo en segunda línea en mi sillita plegable, curiosamente la compré también en Decatlón, como casi todo. Es mucha la curiosidad que ha levantado tan elemental mueble, son muchos los compañeros que me han dicho «qué buena idea», que cuál ha sido el motivo que me ha llevado a traerla, pero fue esa noche la que Mercè, la barcelonesa, insistió más en el «por qué». Le argumenté que básicamente era una cuestión de edad, el deseo de poder ponerme los calcetines y las zapatillas de un modo más cómodo, además, me ha resultado muy útil en las comidas, ya que sentarme en el suelo me resultó la primera vez un verdadero suplicio, y eso que sentía cierto reparo en utilizarla, ellos tan avezados viajeros y yo tan principiante. Pero Mercè escondía detrás una bella historia, que aunque pueda pensarse que se encuentra dentro del ámbito de su propia intimidad, es tan enternecedora que no me resisto a compartirla. Resulta que después del viaje nos hemos intercambiado una serie de emails con fotos, comentarios, etc. En uno de ellos me contó: «Víctor, desde el primer momento me recordaste a mi padre. Tenía una barba como la tuya, un poco de sobrepeso... Y se sentaba en una silla parecida, también dibujaba... Este viaje ha sido muy especial por muchas cosas. En cierta manera tú me hacías sentir niña».

la tienda y la sillita plegable

6 de diciembre de 2018, jueves

DÍA DE LA CONSTITUCIÓN

la quinta jornada

Día señalado en nuestra democracia como el aniversario de la aprobación en referéndum de nuestra «Carta Magna» pero no corren buenos tiempos en la piel de toro y este hecho tan significativo después de tantos años de dictadura, no es mencionado ni de refilón, tal vez sea la abundante presencia de compañeros vascos (seis + el guía de BANOA) y catalanes (tres). Una pena para nosotros los del sur, que tanto los apreciamos. Hablando de vascos, las dos más jóvenes del grupo son vascas, alavesas. Maite, de veintitantos, aún no ha acabado los estudios universitarios que realiza en Bilbao, es tímida pero simpática y agradable. Su amiga es Cristina o Kris, algo mayor, cuarenta y dos, trabaja en la administración vasca, y es fotógrafa, por cierto, después de repasar su trabajo en internet, bastante interesante: «krisarzadun.com». He cambiado mi opinión procedente de una primera impresión. Está tatuada hasta las cejas, tal vez es un tanto exhibicionista o más indulgentemente, digamos que extrovertida. Las dos siempre están coqueteando con el grupo de apoyo de los bereberes, lo que acarreó un extraño episodio el último día en el mercado de Djanet. Cuando llegue el momento lo contaré. No obstante, José y yo hemos comentado la efeméride, que nos ha hecho sentirnos orgullosos, aunque no hemos querido compartirla con nadie, para no herir susceptibilidades.

selfi de Kris con Miguel

Nos hemos levantado como todos los días sobre las seis, siguiendo la misma rutina hasta partir a la misma hora, 8:15. Pero hoy en algo es distinto, disfrutamos del último amanecer en el Tassili, de un sol que nos ilumina, ya sabemos que no lo veremos hasta que rebase las rocas, éstas se van soleando de arriba abajo hasta llegar al suelo. Por primera vez comienzo a abrigar la sensación de que esto llega al final, sintiendo congoja por las rápidas miradas y el pensamiento de, podría haberme detenido más, las sensaciones de este paisaje ajeno e irrepetible y ese cielo nocturno estrellado, inenarrables sensaciones, irrepetibles, pero… El grupo se pone en marcha mientras el equipo de apoyo recoge bultos, tenderete, cocinas, etc. Avanzamos lentamente por Essendilene, como calentando motores el grupo acelera. Hemos tomado la dirección contraria de ayer tarde, en el desayuno Tamayo nos ha informado del programa de hoy, diferente al de días pasados. Buscamos el borde del Tassili y su contacto con el Erg, el verdadero desierto de dunas, la imagen estereotipada del Sahara.

por el Essendilene hacia el Erg

El ancho de este guadi, calculo a buena vista, que estará en torno a los 200 metros, las huellas de los vehículos en dos direcciones crean dos surcos que inevitablemente no induce a seguir, mucha es la presencia humana para los pocos o ninguno con los que nos cruzamos. Sí paso velozmente nuestro jeep. Podría haberse llamado «el camino de los tarajes», su abundancia no cesa y aquí el rastro del agua no es el mismo que en el curso de las gueltas. El suelo arenoso salpicado de rastros de vida invita a mirar al suelo, son muchas las pisadas de dromedarios, redondas, de 20 a 30cms de diámetro, evidencian lo bien evolucionadas y adaptadas que están sus pezuñas para no hundirse en estos arenales. Sobre otras, Tamayo nos las identifica como: entre los mamíferos, de chacales, muflones, gacelas y de ratones, de varios tamaños, uno bastante grande delicia de víboras y lagartos; muchas de cuervos y de pequeñas aves; de reptiles, lagartijas, lagartos, varanos y serpientes. Quizás las huellas más bonitas sean las de los reptiles con patas, los lagartos, dejan una línea sinusoidal acompañadas por las pisadas de las patas a ambos lados, la más curiosa fue la de uno de estos reptiles donde detrás sus huellas aparecían las de un cuervo y en poco más de un metro desaparecían ambas, estaba claro que el alado se había zampado al reptil.

huellas de chacal

La presencia de agua o quizás mejor dicho humedad subterránea brillaba por su ausencia, aun así había ejemplares de tarajes de excelente porte. Bajo uno de estos —únicamente me acerque con Manuel a hacer unas fotos— había un hatillo de un pastor, cinco barriles del tipo petróleo de 160 litros y un acopio de leña, separado unos 20 metros había una especie de parihuelas de finos troncos que el canario me dijo que tendría la función de camastro, y ciertamente podría tener razón. Más adelante y cuando el curso comenzaba a ensancharse, aparecía arrimada a las paredes de piedra un pequeño asentamiento de cinco o seis cabañas y tres sombrajos, quizás tuviera relación con los enseres encontrados bajo el árbol. Aunque no detectábamos actividad, seguro que ellos si nos vieron, una mujer y dos niñas corrían hacia nosotros con un puñado de cositas de su propia manufactura. No pudimos adquirir nada, y nos habría gustado, no llevábamos dinero, ni europeo, ni argelino, nunca imaginamos que nos pudiese ocurrir un episodio así.

refugio de pastores en Essendilene

Vuelvo a requerir otro excurso, los guadis no son sólo el suelo que pisamos y recorremos sino también sus bordes que lo encajonan. Siempre me he referido a rocas y paredes, no montañas, tampoco colinas, en esta zona más ancha se pueden tomar imágenes de formaciones lineales completas y vemos que se tratan del tipo «cárstico», de origen volcánico, se elevan sobre la meseta de Tassili a una altitud media en la zona que nos hemos movido de entre 1.100 y 1.200mts. Las formaciones rocosas mayormente de piedra caliza roja y granito (Djanet) se han ido meteorizando a través de los milenios, actualmente se presentan como bloques compactos, meteorizados —marcando sus siluetas llagas más o menos horizontales o verticales (Timber) y perfiles carcomidos— que dibujan, lo que he llamado paredes. Producto del deterioro provocado por la meteorización rodeando los bloques anteriores aparecen a modo de faldillas, el derrame de todas las piedras caídas del bloque principal. Ni una ni otra presentan a vegetación, pero constituyen el fundamento por el que subsiste la llanura, la caliza es un material impermeable que escupe el agua hacia las escorrentías que humedecen o se acumula en los gueltas, la base de la vida en el Tassili.

final de los arenales del Essendilene

Entre fotos a huellas y a la vegetación, veía la silueta del grupo como se alargaba. Averigüe que habían sido más o menos cinco kilómetros igual de homogéneos desde que partimos, de arenal, pero al final se intuía un cambio. El suelo era más firme e incluso con gravilla suelta mezclada con pedruscos, y aunque seguían acompañándonos los tarajes, la abundancia de estos había decaído sensiblemente, quizás fuera el gran ejemplar en el que nos reagrupamos para descansar un rato, enorme pero el más reseco de todos, nos avisaba de que la humedad del Essendilene no daba para más. Y aunque el descanso es agradecido, las paradas cada vez más me resultaban insuficientes. A medida que se suceden las jornadas voy encontrándome más cansado y con los pies doloridos, especialmente el derecho, espero terminar sin mayor dificultad, y eso que mis pies no presentan las ampollas que asoman en otros miembros del grupo, lo cierto es que cada vez estoy más lento.

grupos de tarajes en bancadas final Essendilene

Caminaba junto a mi compañero de acampada José —a medida que nos conocemos congeniamos más—, después de trasmitirle el cansancio que llevaba acumulado y como los pies empezaban a dolerme incluso andando, tuvo una ingeniosa ocurrencia, con quién primero la probó fue con Marisol; estábamos sentados bajo un grupo de tarajes en un acertado escalón de arena dura, apelmazada por las raíces, cuando llegó. Él muy serio le contó: ¿sabes que BANOA realiza a final de año un sorteo entre todos los viajes y ofrece un 2x1?, el que quiera puede repetir el viaje que ha contratado, pues fíjate Marisol que suerte hemos tenido, nos ha tocado a nosotros, así que cuando lleguemos al albergue de Djanet, partimos de nuevo y hacemos otra semana por el Tassili. Ella incrédula, con cara de sorprendida, cayó en la trampa de José, que casi no podía aguantar la risa, y con cara sorprendida nos dijo: «no sé si podré, me gustaría, pero tengo cosas que hacer». Volvió a reanudar la marcha, cuando se había alejado prudentemente, nos partíamos de risa, me comento que se le ocurrió cuando le comentaba mi cansancio, que seguro que no era yo el único, ¡vamos a contárselo a otros! Aprovechando que nos alcanzaba o que éramos nosotros los que contactábamos, José muy serio repetía la historia, alguno claramente se reía y decía a donde vais con esa trola, lo cierto es que, con semblante serio dábamos credibilidad a la propuesta. Incluso le comenté: voy a decirle a Tamayo que sea nuestro gancho y que en el almuerzo o cena cuente la propuesta, fue una pena que no quisiese entrar en el juego.

encuentro Essendilene Erg

A MEDIO DÍA, 6 de diciembre de 2018, jueves, transcurrido media jornada del quinto día.

DEJAMOS EL TASSILI PARA ADENTRARNOS EN EL ERG D'ADMER. 

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© Víctor Díaz López